INTRODUCCION
Mi
discusión en este ensayo no es con Dios. Sino con los que creen que nuestra
visión de lo sagrado ya está completa. La convicción de la ciencia es que la
búsqueda de la verdad nunca termina, y esto se empequeñece humildemente
conforme se nos revela la inmensidad del Universo. También mi discusión es con
quienes sostienen que no tiene asidero aplicar el método científico a las
cuestiones espirituales más profundas y que las creencias religiosas deben
quedar fuera del escrutinio científico.
Cinco
siglos atrás no
existía el muro que separa la ciencia de la religión. En aquellos tiempos
ambos eran en conjunto un todo mayor. Pero, cuando religiosos obsesionados con
penetrar en el interior de Dios, se dieron cuenta de que la ciencia, en busca de
la verdad, sería el medio con más posibilidades de logarlo, se hizo necesario
el muro. Hombres sabios y resueltos, no tuvieron temores al otro lado del muro,
entre otros: Galileo Galilei, Johannes Kepler, Copérnico, Sir Isaac Newton,
Leonardo DaVinci, Giovanni
Cassini y Charles Darwin.
Pulieron
piedras para construir desde hace siglos los cimientos del método científico
contemporáneo llevando la ciencia hacia las estrellas. Como dijo Sagan en el
siglo XX, “literalmente hacia las
estrellas”. Los fundamentos para un análisis científico riguroso, ponían
en tela de juicio las sagradas escrituras y el clero prefería negar las nuevas
revelaciones, apresurándose a levantar una barrera de protección como
instrumento salvador de los no herejes. Desde los siglos XV al XX, la ciencia se
fue sacudiendo el polvo acumulado por centurias.
El
filósofo y matemático Bertrand Russell decía a comienzo del siglo XX: “Lo
que se necesita no es la voluntad de creer, sino el deseo de descubrir, que es
exactamente lo contrario”.
A
mediados del siglo XX el astrónomo y astrofísico Carl Sagan sostenía: “Mientras
la física cuántica se proyecta más y más hacia
las estrellas, nuestro sentimiento religioso crece pero sólo la investigación
científica nos acercará la respuestas a esas incógnitas”.
A
fines del siglo XX el ecólogo evolucionista Jerry Coyne volvió a remecer
conciencias agregando: “La naturaleza
real del conflicto no es tan sólo el de
la evolución frente al racionalismo…, La guerra de la verdad se da entre el racionalismo y la superstición…, La
ciencia no es sino una forma de racionalismo y la religión es la forma más
común de superstición”.
Es
decir, ignorancia, dogma y superstición van de la mano y consisten en algo muy
simple: “creer sin pruebas”. Desde luego que este sentimiento que expreso no
es original. Viene incubándose desde los albores de la Masonería, anidado por
los hombres sabios y resueltos, antes mencionados. En la Masonería no queremos
creer, queremos saber; y cuando de fe se trata, el respeto y la tolerancia es lo
supremo. Con frecuencia pienso que, “si
no encontramos la respuesta, nunca podremos elaborar la pregunta correcta”.
Y esa parábola identifica mi visión buscando conceptualizar al Gran Arquitecto
del Universo.
DESARROLLO
Durante
el siglo XVII, Baruch Benedicto de Spinoza remece la conciencia intelectual con
su filosofía racionalista, cuya obra permanece todavía enlistada entre los
libros prohibidos por la iglesia Católica Romana. Tales planteamientos inducen
la perspectiva contemporánea de la teología de libres pensadores claramente
seguida por Lord Adam Gifford, abogado escocés de fortuna nacido en Edimburgo,
quién impulsó desde el siglo XIX la promoción y difusión del estudio de la
Teología Natural a través de conferencias en las cuatro universidades de
Aberdeen, Glasgow, Edimburgo, y San Andrews.
Desde
entonces se celebran anualmente prestigiosas conferencias en Escocia, bajo el
cobijo de la ahora Fundación Gifford. Los conferencistas invitados son
pensadores y estudiosos de reconocimiento internacional. El foro es un desafío
al intelecto. En ocasiones transitando en el umbral que separa la ciencia de la
religión. En ocasiones confrontando lo que suele llamarse “teología
natural” que engloba todo lo que existe que no nos ha sido trasmitido por la
“teología revelación”.
Sabemos
que se ha escrito más de 10 millones de páginas sobre ese debate del terreno
fronterizo entre religión y ciencia. Y es razonable suponer que nadie puede
afirmar haber leído ni siquiera una minúscula fracción de ese monumental
acervo bibliográfico. Pero, ¿acaso eso es un impedimento para expresar una
opinión al respecto? Por cierto, la frontera de la ciencia es virtuosa,
transparente, abierta y gratificante cuando emprende el camino hacia la verdad.
Y eso, es una amigable invitación para opinar.
Culturalmente
sobre Dios, se nos dice desde la
cuna que se trata de un Ser omnisciente (todo lo sabe), omnipotente (todo lo
puede), universal (presente en todas partes y todo lugar) y eterno (inmortal).
Preguntémonos primero, ¿Cuál es la magnitud de sus dominios?, ¿Cuál es
nuestro concepto de Universo?, ¿Qué tan infinito puede ser?
1.
Cuán Enorme es lo Infinito?
Por
ejemplo, la Nebulosa del Águila M16
(NOA0/KPNP) tiene unos 20 años luz de diámetro, se localiza a unos 6500 años
luz de nosotros. Es un cascarón negro
de polvo interestelar envolviendo miles de millones de estrellas; cuando menos,
conteniendo millones de sistemas solares análogos al nuestro.
Nebulosas
del Águila
La
Nube de Oort, descubierta por el
holandés Jan Oort 1950, contiene un trillón de cometas débilmente unidos por
la gravedad del sol. La Nebulosa de Orión
M42e (NASA) tiene uno 40 años luz de diámetro y se encuentra a 1500 años luz
de nosotros. Es visualizada como una incubadora de estrellas, colorida,
visualizada como un pequeño parche de Orión. La Constelación de Taurus M45 (NASA)
está a unos 380 años luz de distancia, conforma Las
Pléyades de una millonaria incubación de estrellas que nacen
constantemente, que se fusionan, que explotan, desde la eternidad del pasado
hacia la eternidad del futuro.
La
Nebulosa de Orión (rojo) y la Constelación de Taurus (azul)
Estas
Nebulosas, de vez en cuando explotan dentro de Supernovas, como por ejemplo, la Nebulosa
del Velo que explotó hace 5000 años, o algo más, en la constelación del Cygnus del Cisne. Es una delicada red de filamentos gaseosos
resplandecientes.
Nebulosa del Velo
Hacia
el centro de la Vía Láctea se
encuentra la Nube de Estrellas de
Sagitario, repleta de 200 mil millones de soles, atraídos entre si por la
gravedad. Aquí nuestra estrella, nuestro Sol, es un astro más, sin nada que
llame la atención. Una radiofotografía desde fuera de la Vía Láctea (tecnología
no disponible aún) hacia nosotros, sería incapaz de decir cuál y donde se
encuentra nuestro Sol. Pero basados analógicamente en la Galaxia de Andrómeda M31, ubicada a 2.2 millones de años luz de
nosotros, con 200 millones de años luz de diámetro, que contiene miles de
millones de sistemas solares; podríamos afirmar que nuestro Sol no estaría en
el Centro de la Galaxia en una región activa y bien iluminada; sino que hacia
la periferia, en un lugar poco notable o atractivo de la Gran Galaxia de la Vía Láctea. En medio de casi un uno (1) seguido
de 20 ceros de estrellas, de las cuáles nuestro Sol es sólo una estrella más
inmersa en el anonimato del infinito.
Galaxia se Andrómeda M31, Foto Lanoue, y Galaxias Espirales NGC-2207 y IC-2167, NASA
Hoy
sabemos, por las ciencias astronómicas y astrofísicas, que existen en el
Universo cientos de miles de millones de Galaxias. A 650 millones de años luz
de nosotros se encuentra el Cúmulo de Hércules
donde millones de Galaxias colisionan y se fusionan en gran actividad. En la
imagen, dos galaxias espirales, NGC-2207 y IC-2167 en colisión para continuar
unidas, evolucionando y produciendo nuevas estrellas. Otro inmenso cúmulo de
estrellas es la Galaxia Aguja NGC-4565,
localizada a unos 30 millones de años luz en dirección a la cabellera de Coma
Berenice. Las galaxias, al igual que
las estrellas nacen, crecen, evolucionan, se fusionan y mueren, en ciclos de
miles de millones de años.
Ante
esta infinita inmensidad, ¿tiene algún sentido mostrar alguna imagen de
nuestro corpúsculo de polvo que llamamos nuestro Planeta Tierra? Por mucho,
nuestro mundo es -en términos infinitos- absolutamente insignificante.
2.
El Umbral de la Ciencia
Sir
Thomas Paine fue un inglés cuya actuación ideológica fue importante, tanto en
la Revolución Americana como en la Francesa. Por aquella época dijo: “¿De
dónde pudo surgir la soberbia y extraña presunción de que el Todopoderoso,
que tenía millones de mundos dependientes por igual de su protección, pudiera desentenderse
de todos los demás y venir a morir al nuestro porque, dicen, un hombre y una
mujer comieron una manzana”?
El
pensamiento de Paine indica que la teología de la revelación atañe sólo a
una porción insignificante de espacio en el Universo sideral. Se trata entonces
del dios de un mundo diminuto, ínfimo, y no del dios de un Sistema Solar, menos
de una Galaxia, mucho menos del Universo. Casi tres siglos después de Paine,
Carl Sagan ha dicho: “Lo poco que
sabemos sobre la naturaleza indica que sabemos todavía menos sobre Dios”.
Los
antropólogos e historiadores de la religión nos han enseñado que las
denominadas tribus primitivas, veían en cada árbol, cada arroyo, cada ser vivo
de la naturaleza, una especie de espíritu activo; que, como dijo Tales de
Mileto “hay dioses en todas las cosas”.
Es una idea natural primigenia. Los físicos la aplican siempre, por ejemplo, en
la teoría cinética de los gases al concebir pequeñas moléculas de aire que
colisionan persistentemente y la analogía que ello tiene con los asteroides.
Aunque esta proyección no es exactamente así cuando exploramos la relatividad
o la mecánica cuántica.
Aristóteles
sostuvo que se movían los cielos y no la Tierra, la cual permanecía inmóvil
mientras el Sol, la Luna, los Planetas y las Estrellas salían y se ponían
dando vuelta en torno a la Tierra todos los días. La Tierra inmóvil regía
todo el Universo. Allá arriba, en el cosmos, había una materia celestial que
era inmutable, que por cierto es el origen de la palabra “quintaesencia”.
Aquí abajo había solo cuatro esencias: los elementos tierra, agua, fuego y
aire, pero el cielo estaba hecho de la quintaesencia,
el quinto elemento.
En
el siglo XV Nicolás Copérnico sugirió una visión diferente sosteniendo que
era la Tierra la que giraba y que las estrellas permanecían inmóviles,
agregando que los planetas y la Tierra, además de rotar, orbitaban alrededor
del Sol. Con esto, la Tierra bajó de categoría a la vez de tambalearse el
concepto de Sol “naciente” o del Sol “poniente”. Sus escritos no se
publicaron sino hasta después de su muerte, pero con un Prólogo tergiversado
de Osiander que escribió “Copérnico no
cree en esto, son sólo especulaciones, que nadie piense que está diciendo algo
contrario a la doctrina”. Claro, la doctrina católica medieval había
adoptado la filosofía aristotélica sobre ese aspecto. Con la obra de Copérnico,
la Tierra quedaba relegada, dejaba de ser la
Tierra y el Mundo para pasar a ser un
Mundo y una Tierra, una entre muchas. Cuán audaces serían las ideas de Copérnico
que la consideración de estas ideas sólo se dio en la década de 1920.
Más
tarde con Galileo Galilei la situación se volvía inquietante para el clero,
con sus descubrimientos que las estrellas eran soles distantes que también tenían
planetas orbitando a su alrededor. Entonces, la Tierra no sólo deja de ser el
centro de nuestro Sistema Solar sino que ya no es ni siquiera el centro de ningún
Sistema Solar, ni mucho menos de ninguna Galaxia.
Aún
quedaba la esperanza de que, al menos nuestra Galaxia fuera la central de todas
las otras miles de millones de galaxias. Pero desde Galileo, hace cuatro siglos
para acá, con los avances astronómicos y astrofísicos, sabemos que no existe
un centro del Universo -al menos no en el espacio tridimensional ordinario-, y
nosotros no estamos en él. La
iglesia católica -tal cual encarceló a Copérnico- más tarde amenazó a
Galileo con la tortura si persistía en su teoría.
En
el siglo XVII, Johannes Kepler definió tres leyes empíricas en busca de
explicar la estructura de nuestro Sistema Solar. La primera, define que la órbita
de cada planeta es una elipse en torno al Sol. La segunda, establece que el
radio vector de un planeta recorre areas iguales en iguales intervalos de
tiempo. La tercera, establece que el cuadrado del periodo sideral de un planeta
es proporcional al cubo del promedio del
radio de sus órbitas. La estructura geométrica y el cálculo integral de
nuestro Sistema Solar era un nuevo desafío para el status-quo.
Durante
el siglo XVIII, Giovanni Domenico Cassini determinó la oblicuidad de la eclíptica
a los 23º 29’ de la Tierra y estudió los efectos de la refracción y del
paralaje Solar, observando la trayectoria de cometas -que no siguen el rumbo de
los planetas-, versus la teoría planetaria de Kepler. También determinó el
periodo de rotación de Júpiter (como 9 horas 56 minutos) y de Marte (como 24
horas y 40 minutos).
Con
Galileo, Kepler y Cassini, otro de los preceptos aristotélicos fue desafiado;
referente a que los cielos eran inmutables. Esto fue puesto en jaque con los
descubrimientos de, estrellas efímeras, explosiones, colisiones o nacimiento de
estrellas, de cometas que en su tránsito no siguen ni el ritmo ni el rumbo de
los planetas.
A
medida que la ciencia ha ido progresando en los últimos siglos, los saltos son
cada vez más notables. Se descubrió por la Geología y la Paleontología,
que nuestra Tierra es mucho más antigua de lo que nadie había supuesto.
Y que la historia humana se remonta sólo a unos pocos milenios. Grupos de
personas denominados “creacionistas” insisten en que la Tierra tiene una
antigüedad inferior a 10 mil años. (Las sagradas escrituras hablan de
aproximadamente 6 mil años). La implicación de esto es que cuanto más joven
sea la Tierra, mayor es el papel relativo de los humanos en su historia. Por la
ciencia, ya sabemos que la Tierra tiene 4500 millones de años de antigüedad, y
la especie humana unos pocos millones de años como máximo; entonces hemos
estado aquí sólo un instante de tiempo geológico, menos de una milésima
parte de la historia de la Tierra.
Aún
más inquietante fue el descubrimiento de la evolución de la especie humana. Se
había confiado que los humanos fuimos creados aparte respecto del resto del
mundo natural (fide Sagradas
Escrituras). Pero la obra clásica de Charles Darwin hace ciento cincuenta años
(22 de Noviembre de 1859), demostraba la probabilidad de estar relacionados en
un sentido evolutivo con todos los demás animales y vegetales del planeta. La
teoría de Darwin de la selección natural
y el factor tiempo para la acomodación, dejaban fuera de toda duda el “origen
de las especies”, incluido el hombre. Las ideas que subyacen tras la selección
natural son que existe lo que se llama material hereditario, que en él se dan
cambios espontáneos, que estos cambios se manifiestan en forma y función, que
el organismo hace muchas más copias de si mismo de las que el entorno puede
soportar y, por lo tanto, el entorno físico y la competencia que imponen otras
especies, lleva a cabo algún tipo de selección entre varios intentos
naturales, donde los más aptos para la función reproductiva y la adaptabilidad
dejan descendencia fértil.
Si
el Universo tiene sólo unos cuantos milenios, la evolución darwiniana carece
de sentido. Pero si la Tierra tiene unos cuantos miles de millones de años, el
tiempo transcurrido es enorme. Suficiente para considerar que la evolución es
el origen –como lo sugiere la Biología moderna- de la complejidad y la
belleza del mundo biológico. Como corolario hoy sabemos que el Universo tiene,
cuando menos, 14 mil millones de años!
Uno
de los muchos extraordinarios logros de Newton fue demostrar con algunas leyes
sencillas de la naturaleza, el movimiento preciso de los planetas en el Sistema
Solar. El método de Newton ha seguido siendo válido desde entonces. Es
precisamente la física newtoniana lo que aplica rutinariamente en el campo de
la astronomía y la astrofísica moderna, cuando se envían naves espaciales a
los planetas.
Nuestro Sistema Solar, Sir Isaac Newton
Lo
que Newton descubrió es que hay un plano distintivo para el Sistema Solar. Copérnico
lo había propuesto en esencia y Kepler ahondó en la interpretación, pero
Newton demostró en detalle como funcionaba. Los planetas dan vueltas alrededor
del Sol en sus órbitas en el plano de la eclíptica -llamado también plano
zodiacal porque las constelaciones del zodiaco están dispuestas alrededor de
este plano-, por eso los Planetas y el Sol y la Luna se mueven aparentemente a
través del zodiaco. Lo que Newton denominó inicialmente, Carta Astral.
La
gravitación newtoniana es “una de la inversa del cuadrado”. Notable, porque
permite comprobar que cualquier desviación de una ley de la inversa del
cuadrado exacta produce órbitas planetarias que son inestables. Una ley de la
inversa del cubo, por ejemplo, o de exponente negativo más alto supondría que
los planetas se acercarían rápidamente en espiral hacia el Sol y resultarían
destruídos. Entonces la pregunta. ¿Cómo es qué se trata exactamente de una
de la inversa del cuadrado?, ¿Cómo apareció?. Lo magnífico es que se trata
de una ley aplicable a todo el cosmos que podemos ver. Galaxias binarias
distantes que orbitan una alrededor de la otra, siguen exactamente la ley de
“una de la inversa del cuadrado”. ¿Porqué no otro tipo de ley?, ¿Es sólo
un accidente, o es una ley cuadrada inversa destinada a que nosotros podamos
existir aquí?. En la misma ecuación newtoniana aparece la constante de
proporcionalidad gravitacional llamada “gran letra G”. Resulta que si la
gran G (cuyo valor en el sistema de centímetros-gramos-segundos es de unos 6,67
x 10-8), fuera diez veces mayor (6,67 x
10-7), la consecuencia sería que el único tipo de estrellas que
tendríamos en el cielo serían estrellas gigantes azules, que gastan su
combustible nuclear tan rápidamente que no durarían el tiempo suficiente para
que evolucionara vida en ningún planeta. Pero, si la constante gravitacional
newtoniana fuera diez veces menor, entonces sólo tendríamos estrellas enanas
rojas, que duran mucho tiempo porque queman su combustible nuclear lentamente,
pero son fuente de luz tan débil que los planetas tendrían que estar muy cerca
de la estrella para disponer de agua líquida; y al estar muy cerca la estrella
ejercería tal fuerza de atracción que haría que el planeta mantuviera la
misma cara hacia ella, con lo cual la cara cercana estaría demasiado caliente y
la cara alejada demasiado fría, lo cual es incompatible con la vida. Entonces,
¿no es extraordinario que la “gran letra G” de Newton tenga el valor que
tiene?
La
idea que hay un límite de velocidad cósmica, la velocidad de la luz, parece
contraria a la intuición, aunque pueda demostrarse como lo hizo Einstein.
Según Sagan, la historia de la física ha sido en parte, el tira y
afloja entre la tendencia natural del hombre a proyectar la experiencia
cotidiana en el Universo, y la disconformidad del Universo con esa porfía
humana. Einstein desligó esa porfía humana con lo contundente de la mecánica
cuántica. Albert Einstein desarrolló dos teorías de la relatividad. La
primera (1905), establece que la luz siempre viaja a una velocidad constante y
que la velocidad de la luz es una constante absoluta; cualquier otro
desplazamiento es relativo. La segunda (1916) establece que la relatividad
general es una teoría de la gravitación como resultado de la distorsión de la
geometría espacio-tiempo. Es decir, la geometría tiene que ver con la
distancia entre dos puntos y los ángulos entre líneas; sin embargo, sobre una
superficie curva como la Tierra, estas distancias y ángulos no obedecen a las
mismas leyes geométricas que una superficie plana. Por ejemplo, si dos hombres
se alejan caminando en direcciones opuestas sobre una superficie plana, se
alejarán cada vez más. Pero si dos hombres lo hacen en direcciones opuestas
sobre la superficie de la Tierra, al principio se alejarán, pero terminarán
encontrándose al otro lado de la Tierra. Así mismo, como la gravedad es el
resultado de la distorsión en la geometría espacio-tiempo, los campos
gravitacionales afectan las medidas del tiempo y la distancia. Es decir, la
relatividad general afirma que un átomo que oscila en el sótano de un edificio
debe hacerlo más lento que un átomo en el último piso; y esto ha podido ser
medido!. Lo cual predice efectos similares en campos gravitacionales muy grandes
en cualquier parte del cosmos. Notable!
“Creo
en el Dios de Spinoza, que es idéntico
al orden matemático del
Universo”, Albert Einstein
La
relatividad del espacio y del tiempo en su ecuación E=mc2 le
clarificó aún más su mente para decir: “Creo
que el sentimiento religioso cósmico es el estímulo más notable para la
investigación científica”.
El
siglo XX ha destacado por la filosofía, planteamientos, hipótesis y cálculos,
de Bertrand Russell, Albert Einstein, Carl Sagan y Stephen Hawking, entre otros.
Hawking tomaba la historia sagrada con mucho humor. En una ocasión, al escuchar
la historia de cómo Jesús vio a un hombre trastornado por los demonios y que
los demonios pidieron que los mandaran a una piara de cerdos; luego los cerdos
saltaron al mar desde la orilla del acantilado; Stephen Hawking resopló y dijo:
“Bueno, a la Sociedad para la Prevención
de la Crueldad contra los Animales no le va a gustar esta historia, ¿o sí?
Con
todo, en 1975 el Vaticano le otorgó a Hawking la medalla Pío XII por su
distinguido trabajo sobre la estructura del Universo. En
1986 fue recibido por el papa Juan Pablo II en ocasión de que había sido
admitido como miembro de la Academia Pontificia de la Ciencia. En aquella ocasión
el papa le dijo que estaba bien que se estudiara la evolución del Universo
después del Big-Bang, pero que no se debería estudiar sobre el big-bang
en sí porque ese fue el momento de la creación y, por lo tanto, obra de Dios.
Hawking acababa de dar una conferencia sobre la posibilidad de que el
espacio-tiempo fuera finito pero que no tuviera límites, lo que significa que
no hubo un principio, ni un momento de creación. Lo cual puede ser calculado en
una teoría cuántica de la gravedad. Hawking decía: “Podemos determinar cuando principió el Universo a partir de la leyes de
la ciencia; pero todavía no sé porqué principió”. Y agregaba: “Aquello
que llamamos tiempo real, con un reloj en la mano, sólo es una idea que
inventamos para ayudarnos a describir como pensamos que es el Universo; pero el
tiempo imaginario es una idea matemática que expresa la belleza de las
ecuaciones de la física y una propuesta para conocer la condición inicial del
Universo”. Y finalizaba: “En la
medida que el Universo tenga un principio, se puede suponer que tuvo un Creador
(hipótesis deseada por el clero); pero si
el Universo es completamente autónomo, ¿Qué lugar ocupa entonces el Creador?”.
Su
discapacidad física ha sido evidente y progresiva por la esclerosis lateral
amiotrópica, pero no limitante para una mente brillante. La última vez que
firmó de su puño y letra fue el 16 de Noviembre de 1979, al ser elegido
Profesor Lucasiano de Matemáticas en Cambridge, y lo hizo sentado en la misma
silla que alguna vez ocupó Sir Isaac Newton.
CONCLUSION
Durante
los últimos cinco siglos, la historia nos muestra que la ciencia se ha ido
alejando paulatinamente de la intervención divina microcósmica, en los asuntos
terrenales. La superestructura gravitacional newtoniana sustituyó a los ángeles
por Gm1m2/r2, que es un poco más abstracto, y
en el curso de esa evolución del pensamiento, dioses y ángeles quedaron
relegados a tiempos remotos y a asuntos más complejos.
La Ecuación Gravitacional y la Ecuación de la Fotosíntesis
En
otros tiempos, el florecimiento de cada planta se debía a la intervención
directa de la deidad; ahora sabemos sobre fotosíntesis, hormonas vegetales, y
fototropismo. El anhídrido carbónico más agua, en presencia de luz solar y
con la participación enzimática de las clorofilas, se produce glucosa y se
libera Oxígeno a la atmósfera. ¡Notable! Después de la ecuación de la fotosíntesis
-ecuación de la vida-, prácticamente nadie se imagina a Dios dando
instrucciones para que cada vegetal florezca.
Leonardo
DaVinci fue osado, pero el tiempo le dio la razón, al explicar por orogénesis (formación de montañas por
plegamientos y ascenso) y no por el diluvio de Noé, la presencia de fósiles de
moluscos marinos en las altas montañas.
Moluscos Marinos en las Montañas
Todos
los organismos vivos de la Tierra se conforman con moléculas orgánicas
complejas como proteínas como catalizador y enzimas para controlar el
funcionamiento. Todos los organismos emplean ácido nucleico para codificar la
información hereditaria y reproducirla en la siguiente generación. Todos los
organismos poseen un código idéntico para traducir el lenguaje del ácido
nucleico al lenguaje de la proteína. Desde el punto de vista molecular, todos
los seres vivos sobre el planeta somos prácticamente idénticos.
Evolución Darwiniana
Entonces
no tiene asidero que el hombre haya sido creado independientemente de las
plantas y el resto de los animales. La evolución orgánica proviene de un
crisol inicial compartido. Más sorprendente todavía es que moléculas orgánicas
complejas han sido detectadas en nuestro sistema solar y fuera de él. Gracias a
Darwin hoy sabemos que todos los seres vivos del planeta Tierra, plantas,
animales y el hombre, están vinculados y en su evolución inter dependen todos
unos de otros; y más adelante hemos aprendido que el genoma de la biosfera fue
moldeado por la selección natural y las adaptaciones regido por el tiempo
infinito de los ciclos del Universo. ¿Cuantos científicos contemporáneos
libres pensadores coinciden ahora en la contribución de la ciencia para
clarificar lo desconocido?
Las
teorías de Newton, Einstein, Darwin, Sagan, Hawking, hacen ver al Dios creador
como irremediablemente local y anticuado, ligado a percepciones antrópicas
equivocadas y a conceptos del pasado; un Dios muy distante de la realidad que se
viene moldeando desde hace algunos siglos. Ahora como adultos vemos que la
ciencia nos ha asomado a la ventana del Universo, pero paradójicamente las raíces
culturales nos cierran la cortina para continuar con la perspectiva de un niño,
incapaces de enfrentarnos a la inmensidad de aceptar que no somos el centro y
que nuestro sitio en la estructura de la naturaleza es de irrelevante
relatividad. Agredimos nuestro planeta como si tuviéramos algún otro donde ir.
Y si no entendemos, o no aceptamos estos conceptos, nos aferramos a una ideología
espiritual y ética moral de coexistencia, que no sólo no tiene sus raíces en
la naturaleza, sino que en muchos aspectos desprecia lo que es natural.
La
ciencia es un camino que remece la conciencia, un insumo que depura la cultura,
y una luz que eclipsa el engaño. La pasión de continuar aprendiendo para
saber, es sublime si se adopta con humildad asumiendo que es mucho lo que
ignoramos. Pero lo poco que sabemos nos sitúa frente a un cosmos imponente, muy
diferente del cosmos que estimuló el pensamiento de las sagradas escrituras de
nuestros antepasados. Esto no es un argumento de pro o contra, sino la lección
aprendida que la curiosidad de conocer y la inteligencia son ahora herramientas
esenciales para gestionar racionalmente nuestra supervivencia en el planeta, en
una época extremadamente peligrosa. En este tercer milenio, el correcto uso de
la regla, el martillo, el cincel, la escuadra, el compás, la palanca, y la
plomada, para medir, pulir, acomodar y
preservar el futuro de nuestro ínfimo entorno natural -en un sentido
espiritual-, depende sólo de nosotros mismos. Mientras más confiamos en que la
solución vendrá de afuera, menos probable es que resolvamos nuestros problemas
por nosotros mismos.
Se
trata de un punto de vista diferente del tradicional sentimiento de Occidente de
una deidad preocupada de la salvación de las criaturas inteligentes. La
astronomía y astrofísica sugiere conclusiones muy diferentes. La idea de un
Creador inmortal es por definición un Dios cruel, porque esa deidad nunca tiene
que enfrentarse al temor de la muerte. En cambio, crea innumerables criaturas
que si tienen que hacerlo. Si la deidad es omnisciente, omnipotente y universal,
podría crear amablemente seres inmortales. Por el contrario, crea un Universo
en que la totalidad de sus partes, mueren. En muchos mitos religiosos, la opción
que más preocupa a los dioses es que los humanos descubran algún secreto de
inmortalidad o, incluso como en el mito de la Torre de Babel, que intenten
alcanzar el cielo.
Hoy
en día las preguntas de la Teología Natural son lapidarias. ¿Cómo podría
ser que el creador eterno omnisciente descrito en la Biblia afirmara con énfasis
grandes errores de la creación?, ¿Porqué el Dios de las escrituras estaría
peor informado sobre la naturaleza que los científicos recién llegados a
conocer el Universo? Hoy parece trágico aceptar la creación del hombre aparte
del resto de los seres vivos. La teoría de Darwin de que la vida evolucionó en
el transcurso de millones de años de selección natural, no sólo es mejor
ciencia que el Génesis sino que
induce una filosofía y recogimiento espiritual mucho más profundo y coherente.
Lo
que evidentemente ha ocurrido es que ante nuestros propios ojos se va develando
un Dios cada vez más etéreo; es decir, lo que no somos capaces de explicar, se
lo atribuimos a la espiritualidad divina. Pero en un Universo todavía
inconmensurable, la deidad podría estar ocupada en muchos otros sitios. Así,
conforme la ciencia avanza, enfermedades, guerras, hambruna, pobreza,
contaminación, están exclusivamente bajo nuestro control, y Dios parece tener
cada vez menos que hacer.
Los
Romanos llamaban ateos a los Cristianos porque los cristianos tenían un Dios
que no era real. No creían en la divinidad de los emperadores glorificados o de
los dioses del Olimpo. Por lo tanto, era natural llamar ateos a los que creían
en un dios diferente. Y esa tendencia general a considerar ateo al que no cree
exactamente lo mismo que yo, prevalece actualmente. El judaísmo, el
cristianismo y el islamismo, piensan en un ser omnisciente, omnipotente,
compasivo, que creó el Universo, que responde a las plegarias, que interviene
en los asuntos humanos, etcétera; por lo que sus diferencias son triviales
frente a sus similitudes. No obstante, las religiones dogmáticas amortiguan el
espíritu religioso en una densa envoltura, que termina por ser poderosa causa
de la enemistad entre los hombres; misma que anima a Fort Newton a sostener que
ni la Biblia (Cristiana), ni el Corán (Musulmán), ni las Vedas (Hindú), ni el
Avesta (Parsis), ni el Tripita-khas (Budista) son necesarias -en estricto- para
atestiguar el sentimiento sublime en el Gran Arquitecto del Universo, por lo que
todas esas escrituras tienen igual valor histórico cultural para la Masonería.
Una ingenua visión occidental de Dios es el de un hombre grande, vestido con
una túnica, de tez blanca, con frondosa barba, sentado en un trono envuelto en
nubes, y que lleva la contabilidad de cada ser humano para otorgar o no el
salvoconducto a la salvación, pero que se desentiende -por ejemplo-
de cada rosa o gaviota que muere.
Esto
contrasta sustancialmente con la visión de Dios de Baruch Spinoza, Albert
Einstein, Carl Sagan y Stephen Hawking. Einstein interpreta el mundo en función
de lo que Dios haría o dejaría de hacer, entendiendo algo no muy diferente a
la suma total de las leyes de la física del Universo. Es decir, la gravitación,
más la mecánica cuántica, más la física atómica, más otras cosas de la
ciencia, para él equivalía a Dios. El punto es que para esos notables sabios,
hay una serie de principios físicos, extraordinariamente poderosos, que podrían
explicar mucho sobre el Universo, que de otro modo es inexplicable. El que esas
leyes de la física puedan aplicarse en cualquier parte del Universo permite que
sean verificables experimentalmente, y eso las hace omnipotentes representando
un poder mayor que ningún otro. Sería insensato negar la existencia de leyes
de la naturaleza y, si de esto es lo hablamos cuando decimos Dios, o cuando
decimos Gran Arquitecto del Universo, no hay posibilidad alguna de ser ateo. Así
pues, según este concepto, todos creemos en Dios, libre pensadores, judíos,
católicos, protestantes, islámicos, budistas o hindúes, entre otros.
Hace
tiempo que por teología natural se entiende el conocimiento teológico que se
adquiere solo mediante la razón, la experiencia y el experimento; no a través
de la revelación ni la experiencia mística, sino únicamente la razón. Al
contemplar lo puro, cristalino, inmenso, sublime y eterno, de una noche
estrellada, una lluvia de astros, un eclipse; es inevitable descartar un
sentimiento religioso, impalpable y amorfo. Más aún, observando la dinámica
astronómica y astrofísica de la evolución de los millones de mundos que nacen
y mueren en ciclos inmutables. Y, entre explosiones y colisiones de Cuásares y
Galaxias, no podemos descartar eclesiásticamente que la vida y quizá la
inteligencia, se da en todo el cosmos.
Ahora
estamos aquí. Estamos vivos, tenemos un grado modesto de inteligencia. Hay un
Universo a nuestro alrededor, infinito, en expansión, que evoluciona
constantemente, que está claro que permite la evolución de la vida y la
inteligencia. Pero lo más notable es que este Universo en expansión, está muy
bien calibrado, de modo que si las cosas fueran un poco diferente, si las leyes
de la física cuántica y la astrofísica fueran un poco diferente, si la
geometría cósmica no tuviera la dinámica afinada que muestra, si las leyes de
la naturaleza fueran diferentes, si las constantes que determinan la acción de
todas estas leyes de la naturaleza fueran algo distintas, el Universo podría
cambiar tanto como para llegar a ser incompatible con la vida.
Para
el clero, la ciencia -tanto en el tiempo como en el espacio- nos ha ido
degradando de una posición central, a una meramente incidental. Esto indica,
que los que querían un propósito cósmico central en la teología revelación,
para nosotros, o al menos para nuestro mundo, o al menos para nuestro Sistema
Solar, o al menos para nuestra Galaxia, se han visto progresivamente
decepcionados. En el transcurso de los últimos cinco siglos se han oído
suspiros de preocupación cada vez que los científicos descubren un poco más
en la no centralidad de nuestra posición en el Universo, en la expansión y dinámica
del cosmos, en la evolución de la vida sobre el planeta, en la teoría de los
agujeros negros y la flecha del tiempo. Pienso que en el siglo XXI a la iglesia
no le preocupa tanto que se descubra la verdad del nacimiento del Universo, sino
más bien que se descubra el engaño de su origen.
Desde
luego, dice León Zeldis, que no es algo sencillo conceptualizar a Dios, pero un
buen comienzo es descartar la imagen antrópica que se la otorgado. Dios está
ahí presente en la vida siempre eterna, dice Micha; y agrega, sólo nuestro
orgullo nos impide concebir y considerar a esa fuerza cósmica y etérea como el
Gran Arquitecto del Universo; “no puedo
decir que creo en Dios, lo veo cada día.., lo veo manifestarse según los
planos más majestuosos del cosmos.., y lo veo observando las majestuosas
creaciones de nuestro entorno natural”. En una palabra, la Masonería es
-por lo tanto- el conocimiento y la exacta interpretación del gran libro de la
naturaleza. Conforme avanza la evolución humana, la inteligencia se sacude el
moho y el óxido esparcido por el dogmatismo milenario, que tiende a evitar dar
respuestas generadas en el libre pensamiento, y que ha inducido al hombre a
esperar en otra vida lo que en ésta le está vedado sin razón ni motivo; y
concretando una ignominiosa manipulación de la organización humana.
En
la Masonería nos tomamos la idea de Dios tan en serio que el ateísmo no tiene
cabida. En corto y en frío, parece una paradoja, puesto que la demostración de
su existencia tiene que superar criterios de riguroso análisis. En lo personal,
entiendo bien las palabras de Carl Sagan cuando dice “Qué mejor potencial poseemos los humanos que la capacidad de cuestionar
y aprender”. La perspectiva del Universo nos da la idea de donde estamos,
el peso específico de la realidad del Universo en que vivimos. Un Universo
inmenso, complicado, dinámico, maravilloso. ¡Conócete a ti mismo!, nos señala
la cámara de reflexiones. Y el conocerse a si mismo permite comprender porqué
cada quién ve el Universo de un determinado modo. Cuán maravilloso y esencial
es que pensemos diferente. Cada uno de nosotros pule su piedra con estilo
distinto. Y en ese trabajo de perfeccionamiento interior, uno por uno llegaremos
al final del camino con el avance en nuestra tarea que seamos capaces de lograr.
Las
palabras finales de Stephen Hawking deben estar puestas en este momento de este
ensayo: “Si con el tiempo descubrimos
una teoría completa, sus principios generales deben ser comprensibles para todo
el mundo, no sólo para unos cuantos científicos. Entonces todos, filósofos,
científicos y gente común podremos participar en el análisis de por qué
existimos nosotros y el Universo. Si hallamos la respuesta, sería el máximo
triunfo de la razón humana, y conoceríamos la mente de Dios”. Me parece
entender que -por una teoría completa-
Hawking se refiere a vislumbrar una Ley Universal. Estas ideas preclaras de la
ciencia moderna, se hallan ya en los antiguos escritos sagrados, no sólo de
Egipto, sino de Caldea, India, y China. De allí las recibió y reelaboró Pitágoras,
introduciéndolas en la antigua Grecia. Aquel pensador enseñaba que del Caos,
que es energía en un espacio-tiempo ilimitado,
surgió el Cosmos o manifestación ordenada de la energía, que nosotros
contemplamos como un fenómeno en un espacio-tiempo limitado. Decía Pitágoras “El Cosmos o Universo contiene fuerzas energéticas inter relacionadas y
en equilibrio fluctuante, en función de cantidades que se representan mediante números”.
El
concepto de Gran Arquitecto del Universo es inminentemente un Principio iniciático,
no dogmático. Adentrarse en este Principio, es gradual y progresivo, según la
filosofía, el saber, las opiniones, o las creencias (teístas o ateístas) de
cada quién, puesto que se trata de una expresión simbólica y abstracta de la
ley Suprema del Universo. La evolución íntima de cada hombre o mujer lo
conducirá, con el tiempo y el estudio personal, a un reconocimiento más
profundo de este Principio que constituye la base y esencia de todo lo que
existe. De esta manera, todas las tradiciones y filosofías son conducidas de
manera natural hacia una misma Verdad. La Verdad del Universo es una sola. Y
todos los “fragmentos” de verdades parciales tienen que ser toleradas,
respetadas e interpretadas, porque cada una se suma en el camino que conduce a
lo Absoluto.
En
la Masonería se entrelazan los conceptos fundamentales del deber, la justicia,
la libertad, imbricados en el concepto superior de la Ley
Universal emanada del Gran Arquitecto o energía generadora del Universo.
Los Masones intentamos ir más allá asumiendo obligaciones éticas que se
compaginan con las leyes cósmicas,
aceptando como supremo deber la búsqueda del orden universal. La Ley
Universal, a la que también podemos llamar Palabra Perdida, contiene las
leyes naturales que rigen la realidad del Universo. Nuestro deber es buscar la
verdad, simbolizada también como la Palabra Perdida o clave del orden
universal, teniendo siempre presente que todo se halla sometido a la Ley cósmica.
La búsqueda implica el empeño de nuestra voluntad en el conocimiento gradual
de esa Ley; es decir, de la inter
relación existente entre todas las manifestaciones del Absoluto, consecuencia
de un mismo Principio Generador -o Gran Arquitecto del Universo-, para conocer
el origen misterioso de cuanto existe.
De
este ensayo que estoy presentando no se deriva ninguna conclusión teológica
concreta. Pero, si todas esas fronteras de la ciencia, que siendo tan disímiles
en apariencia, podemos hoy en día integrarlas en perfecta armonía (como la
orbitación planetaria de Copérnico, el cálculo diferencial de Newton, la
relatividad del espacio y tiempo de Einstein, el origen de los seres vivos de
Darwin, la agudeza científica y el raciocinio de DaVinci, la astrofísica con
la evolución de los mundos de Sagan, la
dimensión del tiempo cosmológico después del
big-bang de Hawking, por ejemplo), entonces hay una modesta posibilidad que
la teología natural pueda ser cierto.
Finalizo
con esta prosa:
Al
Universo nadie podría otorgarle un carácter divino.
El
Universo es supremo por si mismo.
El
Universo está vivo y en permanente evolución.
Las
leyes de la mecánica cuántica y astrofísica operan en todo el Universo.
Toda
la ciencia y el sentimiento religioso están contenidos en el Universo.
Nuestro
entorno natural es una dádiva sublime del Universo.
¡El
Universo es el Templo de la Verdad!
Luis Alejandro Yáñez-Arancibia es Biólogo, Magíster en Ecología Marina, Doctor en Ciencias del Mar, y Postdoctorado en Ecosistemas Costeros. Educado en Chile, México y los Estados Unidos. Miembro de la Academia Mexicana de Ciencias. Científico, Escritor y Masón. Nacido en Chile reside en México desde 1973.
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Nota:
(1) Las biografías de
Baruch Spinoza, Adam Gifford, Thomas Paine, Leonardo DaVinci, Isaac Newton, y
otros pensadores aquí citados, pueden ser consultadas en Wikipedia Enciclopedia
Libre vía Google.
(2) Todas las imágenes
incluidas en este ensayo están disponibles en http://www.google.com/,
sin restricción de derechos de autor.
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