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EL MOSAICOQ:. H:. Manuel Eduardo Contreras SeitzR.Lo. "Reflexión" Nº 103 Gran Logia de Chile |
Introducción “In principio erat Verbum et Verbum erat apud Deum et Deus erat Verbum hoc erat in principio apud Deum omnia per ipsum facta sunt et sine ipso
factum est nihil quod factum est in ipso vita erat et vita erat lux
hominum et lux in tenebris lucet et tenebræ eam
non conprehenderunt”. (San Juan 1, 1-5).
(“En el principio era el Verbo y el Verbo era con Dios y
Dios era el Verbo él estaba en el principio con Dios todo se hizo por él y sin él no se hizo nada de cuanto existe en él estaba la vida y la vida era la luz de los
hombres y la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no
prevalecen sobre ella”)
San Juan nos muestra en estos versículos de su
Evangelio la dualidad básica de las oposiciones humanas: la luz y las
tinieblas. Por sobre esta tensión entre ambas polaridades se encuentra el
“Verbo”, la palabra en movimiento que se identifica con la fuerza creadora
—la divinidad— la cual hace posible la irradiación de la “luz” que
vivifica al ser humano. En correspondencia analógica con lo anteriormente
expresado, se hace necesario situar la presencia del ser humano
en un espacio vitalizador en particular: la Logia. El
Templo masónico, al igual que el de Salomón, cristaliza el Arquetipo de la análoga
estructura cósmica, resultado de las correspondencias y leyes que gobiernan la
realidad universal. Por lo tanto, en la Logia nada está situado al azar o de
modo meramente ornamental, sino que muy por el contrario, cada símbolo
manifiesto y cada gesto ritualístico representan una nota más en la Armonía
del Mundo. Por ello, las dimensiones de la Logia son las del Universo, como nos
recuerda el Manual de Instrucción del Grado: P.— Cuál es la forma de la
Logia? R.— Un paralelepípedo
rectangular. P.— Cuáles son sus
dimensiones? R.— En el largo, de Oriente a
Occidente; en el ancho de Sur a Norte; y en el alto de Zenith a Nadir. P.— Qué quieren decir estas
dimensiones? R.— Que la Logia, es la imagen
del Cosmo; y que la Francmasonería es Universal. Estas direcciones surgen de la irradiación del punto
central de la Logia que es el Ara, creando un sistema de coordenadas que
conforman la cruz de tres dimensiones, de donde la geometría implícita se
refiere a la espiritualidad tal como ya la anunciaba Pitágoras. Dichas
direccionalidades también se consideran, en el plano cosmológico y psicológico,
como símbolo de las diversas cualidades y tendencias incluidas en la naturaleza
de los seres y del Universo mismo. Estas tendencias serían de orden ascendente, descendente y cruzadas.
Las primeras sugieren la aspiración del iniciado por alcanzar la evolución
vertical hacia la perfección del ser, en la búsqueda de lo uno y eterno, tal
como hace Dante en la medida en que avanza por los círculos del Cielo, con
distintos grados de iluminación. A su vez, la tendencia descendente indica la
caída en la materialidad y en la naturaleza instintiva, la cual se halla desde
el punto eje hacia el centro de la tierra, representada por el descenso a los
infiernos, donde el poeta florentino se encuentra con un florilegio de las
pasiones humanas, propias del mundo profano y de la piedra informe que llevamos
a cuestas. A su vez, el cruce de los ejes del plano Oriental-Occidental,
Septentrional-Meridional simboliza el plano de la manifestación y desarrollo de
todas las posibilidades contenidas en el estado potencial de cualquier ser.
Estas cuatro direcciones (centro-zenit; centro-nadir; oriente-occidente;
norte-sur) enmarcan toda nuestra existencia terrestre y, por lo tanto, los
trabajos de la logia. En conexión con esto, hallamos el pavimento mosaico, formado por la alternancia de cuadrados blancos y
negros —como los del tablero de ajedrez— en una intersección de líneas
verticales y horizontales que representan, nuevamente, las energías celestes y
terrestres en constante interacción, dando paso a la correlación de fuerzas
pasivas/femeninas - activas/masculinas que se hallan en todo ser vivo. Es, a su
vez, imagen de todas las dimensiones de la vida, sus claroscuros, en los que el
iniciado debe vislumbrar su propio laberinto y proceso interior, el cual es
imposible de dilucidar caminando por una sola vía, sino que debe buscar el
equilibrio en este juego de bipolarización de las energías, complementándolas
en el eje que las atrae —el ser-iniciado—, recipiendario de tales fuerzas y
puente entre la luz y la oscuridad. Por otra parte, Guénon (1969:296) nos recuerda que “en el sentido más inmediato, la yuxtaposición del
blanco y del negro representa, naturalmente, la luz y las tinieblas, el día y
la noche, y, por consiguiente, todos los pares de opuestos o de complementarios
(apenas es menester recordar que lo que es oposición en cierto nivel se hace
complementarismo en otro, de modo que el mismo simbolismo es igualmente
aplicable a uno y otro)”, pero también que no se trata de una mera
“dualidad maniqueísta”, como muchas veces se ha querido ver. Muy por el
contrario, encontramos aquí, dentro del orden metafísico, el simbolismo de lo
manifestado y de lo inmanifestado. Ya volveremos más adelante sobre ello, al
relacionarlo directamente con el mosaico.
Desarrollo
“El pavimento mosaico es un
hermoso emblema de la multiplicidad engendrada por la dualidad, constituida por los pares de opuestos que se
encuentran constantemente el uno cerca del
otro...”. (Lavagnini, Manual del Aprendiz, p.126). Sin lugar a dudas, uno de los símbolos más importantes
para quien ingresa en la Orden lo constituye el Templo masónico o Logia. Este
recinto es un espacio sagrado, donde se trabaja A\L\G\D\G\A\D\U\,
y establece la separación existente entre el mundo profano y el taller. Más que un ícono material se trata de un concepto
espiritual que representa el templo interior, el cual crea un espacio íntimo y
atemporal. Sin embargo, la simbólica del recinto no es menor en la contrucción
de esta obra espiritual y nos recuerda, según la tradición, al Templo de Salomón,
consagrado al servicio de Dios en Jerusalem. Recordando las palabras de los
Siete Maestros Masones (1992), podemos decir que La caverna-templo masónico
es la matriz, el athanor hermético
donde se renace a la vida espiritual. Este renacimiento está tan solo
mediatizado por la correcta e inteligente utilización de los instrumentos de
geometría y de construcción que se encuentran en su interior. Estos
instrumentos son símbolos, útiles apropiados para edificar nuestro propio
Templo interior, y que como tales son portadores de un mensaje salvífico que
nos regenera en tanto seamos capaces de descifrar su significado espiritual.
De esta manera, las tradiciones de los Gremios de
constructores basaban su modelo arquitectónico en la representación de la
creación del mundo. Por ello, todos los templos y recintos sagrados, en
general, se construían sobre la base de la observación del macro y microcosmos
a manera de prototipo. De ahí que la Tierra se represente por la planta del
edificio, determinada por la cruz de los ejes cardinales, en cuyos ángulos
intermedios se emplazaban las cuatro basas, piedras de fundación o landmarks.
En el caso del pavimento
mosaico, éste se halla situado a continuación de las columnas B\
y J\,
en el centro del templo, como prolongación de la tensión formada por los pares
de opuestos simbolizados por dichas columnas. De ahí que la primera manifestación
que nos ofrece el mosaico sea la
combinación binaria o dual. Tendencia
creadora y generativa, ya que el ser humano pierde su visión del Todo infinito
y uno, a la vez, necesitando acotar y poner límites a ese concepto abstracto e
incomprendido. Por ello, todo lo observable y aprehensible lo es en virtud de su
diferenciación con otros. En tal sentido, el mismo ser humano se establece como
entidad dualística: desde su propia interioridad y en relación con otros. Esta
combinación es, por tanto, su base del conocimiento y el motor que le permite
desarrollar su actividad, ya que es el principio de interacción el que le
permite reflexionar en torno de lo que sucede fuera de su propia interioridad. En todo caso, no debemos dejar de lado que el mosaico
es también una combinación de líneas paralelas, esto es, si la unidad se
puede representar por un punto, el movimiento generado por esta dualidad —o
punto en movimiento— es posible de representar por una línea recta, o mejor,
por dos rectas, en virtud de la acotación que se ha señalado previamente.
Estas paralelas también representan los diversos caminos
o viajes de ida y regreso que se efectúan
dentro de la Logia. Asimismo, pueden referirse también, a las tendencias
o corrientes a que se hizo alusión en la Introducción
de esta plancha. Y es que todas las fuerzas del Universo se van desplegando en
esta medida, de forma paralela, pero en sentido inverso de una respecto de la
otra. De ahí obtenemos fuerzas centrífugas
(fuerza de extensión desde el interior hacia el exterior) y fuerzas centrípetas (movimiento
de construcción desde el exterior hacia el interior). De esta forma, se generan
los valores activos y pasivos,
en polaridades varibles, ya que “lo que es activo interiormente
es pasivo exteriormente, y
viceversa” (Lavagnini 2002:101), valor manifiesto en el par de columnas que
decoran el Templo y que preceden al pavimento mosaico. Pero este mosaico no sólo es una prolongación dinámica
de la unidad, desde el punto de vista morfológico, sino que también, como ya
lo señalamos, se manifiesta a través de los contrastes o variaciones lumínicas
esenciales: el blanco y el negro. Sobra señalar el valor común que la tradición, sobre
todo cristiana, ha hecho recaer sobre estos símbolos pictóricos. Baste
recordar que el blanco es asociado con la luz y la pureza, así como con la
divinidad y lo “diestro” y, el negro, por el contrario, con la oscuridad, el
miedo, la no-existencia, extrapolándolo hacia el mal y lo “siniestro”. Sin embargo, otras tradiciones iniciáticas y esotéricas
nos entregan una aproximación diferente en relación con dichos valores simbólicos.
Para los templarios, quienes recogieron diversas
vertientes iniciáticas de Oriente y Occidente, esta dualidad se manifestaba
claramente en aquél gonfalón o pendón de dos bandas característico de la
Orden del Temple: el Beaucéant. En
conjunción con la paté o cruz
templaria señalaban el camino de la realización superior a la cual se refieren
los alquimistas (nigredo, albedo y rubedo). El estandarte templario no sólo
alentaba el combate durante el enfrentamiento que mantenía al caballero en
permanente tensión de vigilia, aún en los momentos de descanso, como imagen de
un “simbolismo exterior”, sino que también era la divisa de la ‘batalla
interna’, cuya finalidad sobrepasaba con mucho lo volátil de la conquista
terrena y aspiraba a la conquista eterna del alma. No por casualidad se han
elegido estos símbolos: recordemos que el carbono, esencia de nuestra
naturaleza orgánica, es negro. Es la materia prima con la cual trabajamos en el
interior de nuestro athanor, en ese
claustro íntimo en el cual mediante sucesivas purificaciones, no exentas de
esfuerzo y sacrificio, y en virtud de una sigilosa y constante transformación,
la Naturaleza nos entrega a la luz aquél carbono cristalizado o piedra preciosa
que conocemos como diamante. Esta es la divisa templaria: nacer de nuevo,
recorrer el fango, atravesarlo y levantarse de él hacia la pureza, para
concluir en la fuente del origen donde nos conduce la muerte interior y el
sacrificio. En dicho sentido, deseo recalcar que el color negro de
este mosaico de la vida no es signo de perversión, sino que nos muestra el
primer signo alquímico del camino de perfección: la putrefacción de la
materia de la semilla que debe morir para convertirse en grano de trigo fructífero,
es, por tanto, símbolo de esperanza en una vida interior distinta, en armonía
con otra naturaleza, una naturaleza nueva desde la cual emergen los principios
vitales que estuvieron latentes por mucho tiempo y que ahora buscan el camino
hacia su manifestación. En esta conjunción de caminos, de símbolos y de energías
transcurre la vida, con todos sus avatares que llegan a perturbar el alma. Sólo para que en la mente quede una imagen, remito a Uds.
a ese maestro español del claroscuro, “maño” por más indicios, Francisco
de Goya y Lucientes, quien con mano magistral retrata los abismos interiores del
alma de su sociedad hispana. Conclusiones
Las tinieblas representan
siempre, en el simbolismo tradicional, el estado de las potencialidades
no desarrolladas que constituyen el “caos”; y,
correlativamente, la luz se pone en relación con el mundo manifestado, en el que
estas potencialidades serán actualizadas, es decir, el
“cosmos”. (René Guénon, Apreciaciones
sobre la Iniciación, p.277) Al comenzar esta plancha lo hicimos con una cita en latín
y luego señalamos su traducción al castellano. Creo que fue fácil darse
cuenta cómo una cita tan conocida por nosotros —ya que corresponde a los versículos
de San Juan que encabezan los trabajos de los A\A\—
puede quedar velada al presentarse en un idioma que desconocemos. Y sin embargo
estos versículos aluden a la irradiación de la luz y a su predominio sobre las
tinieblas, es decir, al predominio del conocimiento por sobre la ignorancia, al
acto sobre la potencia, a la evolución sobre la involución, entre otras
posibilidades. El mosaico es,
creo, precisamente eso: el caminar por sobre las apariencias, tanto favorables
como desfavorables, gustando de ambas, sin dejarse exaltar por unas o abatirse
por otras, conservando un ánimo sereno y constante. Dentro del macrocosmos que representa el Templo Masónico,
como símbolo de la Gran Obra Universal, el pavimento
mosaico nos lleva al microcosmos, a la tensión cotidiana de fuerzas a las
cuales debe verse enfrentado el ser humano y que se extienden hacia el infinito,
ya que unas operan en un sentido y las otras, en el contrario. Sin embargo,
estas fuerzas se hallan irredargüiblemente contiguas, una al lado de la otra,
interrelacionándose, lo que explica la posibilidad de conciliar dichas
oposiciones, pasando por la inmutable ley universal del equilibrio. Si no, basta
con observar el tamaño de los cuadros que conforman el pavimento mosaico:
bastante inferiores al tamaño de un pie normal. No es casual, pero sí causal.
Al caminar por sobre él, indefectiblemente, lo haremos situándonos en ambas
cuadros a la vez, esto es, entre ambas fuerzas que están en dinámica
permanente. Es por ello que los antiguos egipcios ya asignaban un valor especial
a los misterior de Isis. En el Manual
de Instrucción del grado, se hace referencia a la cualidad interior de
estas dualidades, manifestadas en la naturaleza del ser humano, cuando se dice: P.— ¿Qué os ha revelado el número
Dos? R.— Que la inteligencia humana
asigna artificialmente límites a lo que es Uno, y sin límites. La Unidad se
encuentra así encerrada entre dos extremos que son simples abstracciones a las
que las palabras prestan una apariencia de realidad. De allí que, tal como señalara Platón, sólo somos
capaces de “ver” reflejos de aquellas ideas arquetípicas proyectados
indirectamente sobre el fondo de una caverna, a los cuales asignamos la condición
de realidad, ya que la verdad esencial nos cegaría la vista con su exacerbado
brillo. En todo caso, esto no dista mucho del camino que ha de
seguir el iniciado y A\M\.
Cuando éste recibe la luz masónica, al haber estado durante mucho tiempo en
las tinieblas, se produce un instante de enceguecimiento cuando cae la venda de
sus ojos. Para que esta situación no se vuelva constante, el A\M\
debe situarse al Norte, lugar que se encuentra mayormente en la penumbra, dado
que aún no se cuenta con la instrucción masónica elemental que le permita
tolerar una luz mayor. Con todo, el camino está trazado y escapa a la mera
contrastación de oposiciones. Tampoco es casual que coronando el mosaico
se encuentre el Ara, en el centro de la Logia, elevándose por sobre los pares
de opuestos y que nos permite percibir la verdad trascendente oculta bajo estas
aparentes contradicciones. Recordemos, también, que sobre el Ara se encuentran
las tres luces y que en medio de ellas se halla el Libro Sagrado, que nos
muestra la energía creadora y purificadora de la palabra en acción —el
Verbo—, energía que completa la obra alquímica de transmutación interior. Bibliografía Ø Alighieri, Dante (1978). La Divina Comedia, Vosgos, Barcelona. Ø Ariza, Francisco (1991). "La Simbólica de la Francmasonería",
en Symbolos. Revista Internacional de Arte, Cultura y Gnosis, Nº 1
(www.geocities.com/~symbolos/index.html). Ø Béresniak, Daniel (2000). Symbols of Freemasonry, Assouline
Publishing, New York. Ø González, Federico; Francisco Ariza, Fernando Trejos, José Manuel Río,
L. Herrera, Mª V. espín, Mª A. Díaz y A. Wiechers (1985-1988). Introducción
a la Ciencia Sagrada, Programa Agartha. Ø Guenón, René (1946). Apreciaciones sobre la Iniciación, de la
edición de 1993, CS, Buenos Aires. Ø Guenón,
René (1969). Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada, compilación
póstuma establecida y presentada por Michel Vâlsan, EUDEBA. Ø Gran Logia de Chile (s/f). Enseñanza del Simbolismo del Grado de
Aprendiz, Santiago. Ø Gran Logia de Chile (s/f). Manual de Instrucción para el Grado de
Aprendiz. Grado I del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, Santiago. Ø Lavagnini, Aldo (2002). Manual del Aprendiz, 22ª edición,
Kier, Buenos Aires. Ø Nacar Fuster, Eloíno y Alberto Colunga Cueto, O.P. (1978). Sagrada
Biblia, versión directa de las lenguas originales, 37ª edición,
Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid. Ø René Guénon (1969). “Blanco y Negro”, en Símbolos
Fundamentales de la Ciencia Sagrada, compilación póstuma de Michel Vâlsan,
EUDEBA, Buenos Aires; pp. 296-298. Ø Siete Maestros Masones (1992). Símbolo, Rito, Iniciación: La
cosmogonía masónica; Obelisco, Barcelona. Ø Vulgata Latina.
Universitätbibliothek Freiburg im Breisgau, Alemania. Ø Wirth,
Oswald (1995). El Libro del Aprendiz, nueva edición castellana
autorizada por el autor, Imp. Soto, Santiago. |
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