Introducción
“No son los frutos de la investigación
científica
los que elevan al hombre y enriquecen
su personalidad, sino el anhelo de comprender,
el trabajo intelectual, creador o receptivo”.
(Albert
Einstein).
Abordar un tema de suyo complejo
como el que se presenta plantea no pocos desafíos que trataremos de señalar
aquí. En primer término, dar cuenta de
un concepto relativamente aceptado de lógica y su vinculación con el
conocimiento humano; luego, dimensionar su ámbito más allá de las ciencias,
encontrando su relación con la vida cotidiana para, finalmente, tratar de integrar esta conceptualización en el campo
de la F\M\ En esta introducción trataré de abordar el primero de ellos.
La primera y más profunda
conceptualización se la debemos a Platón, quien en el Timeo o de la naturaleza atribuye a la razón humana una rectitud
natural que, por asemejarse a la de la divinidad, le otorgaría una validez
universal. Esta “divinización” permitirá a la filosofía griega lograr
importantes avances en la forma de enfrentar la realidad cotidiana desde la
mirada de la razón y de la objetivación filosófica, surgiendo tempranamente los
derroteros por donde transcurrirá buena parte del pensamiento occidental:
verdad y corrección. El pensamiento es verdadero cuando se adecua a la
realidad, y es correcto cuando se adecua a las leyes del propio pensamiento.
Como legado medieval, se halla
formando parte de las siete “artes liberales” que agrupan el saber de la época
y representan el eje sobre el cual gira la vida cultural del medioevo, ya que,
según González et al. (1985-1988), “entre cada una de las artes liberales se
establecían permanentes correspondencias analógicas, hasta el punto de que una
contenía y comprendía a las demás”. Divididas en dos grupos, el trivium y el cuadrivium, la lógica se encontraba en el primero de ellos, junto
con la Retórica y la Gramática. Tal vez una analogía no tan rebuscada pudiera
relacionarlas con el “pensar bien, hablar bien y hacer bien”, considerando la
dimensión de actuación de la
gramática, en la teoría de los actos de habla, de Austin. En el cuadrivium, recordemos, se hallaba la
aritmética, la geometría, la música y la astronomía.
Por medio de las artes del trivium se aprendía a pensar y razonar
debidamente a través del conocimiento y significado de la lengua (Gramática),
de la coherencia de la misma (Lógica o Dialéctica), y, por último, por su
aplicación al discurso y a la palabra (Retórica), autémticos vehículos y
soportes del pensamiento. Únicamente a través del trivium —palabras, voces y
nombre de las cosas— se podía acceder al cuadrivium,
ciencias superiores que expresaban un conocimiento más esencial y profundo. Sus
cuatro artes se referían directamente al estudio de los ritmos y de los ciclos
(Música y Astronomía), de la proporción y la medida (Geometría y Aritmética),
las cuales forman la estructura prototípica de todas las cosas.
Este verdadero “arte del pensar
bien”, como señala Andrade (2002:37), aun cuando entrega un sitial de
preponderancia a la razón como manifestación natural del pensamiento y
discurrir humanos con el objeto de aprehender de mejor forma la realidad
circundante, no rechaza en modo alguno cualquier otra vía de acceso a ella,
aunque conceda la prioridad al logos.
En todo caso, tal como señala el mismo autor, “la argumentación racional y
dialógica constituye la base lingüística de cualquier entendimiento y posterior
comunicación entre los hombres y los pueblos”, en tanto que posibilita un
eficaz discernimiento de la adecuación a la realidad (verdad/error) y a las
bases lingüísticas del pensamiento.
Como es posible apreciar, el
camino por el cual nos conduce el desarrollo del pensamiento lógico es, en
definitiva, alcanzar el conocimiento gradual del entorno, tanto material como
intangible. El proceso es, sin duda complejo, pero a su vez discurre por un
proceso natural de aprendizaje, tal como señala Aristóteles (en Arrieta
2000:21),
Ahora bien: el proceso o camino natural en el
conocimiento es el que va desde las cosas que nos son más conocidas,
cognoscibles y evidentes a las que son más cognoscibles y evidentes en sí
mismas, ya que no son las mismas las cosas que son más cognoscibles respecto de
nosotros de las que son absolutamente más cognoscibles. Por esta razón es
preciso proceder de esta manera: partiendo de las cosas menos cognoscibles y
evidentes en sí, pero más evidentes para nosotros, caminar hacia las cosas más
evidentes y cognoscibles en sí mismas.
Lo que en principio pudiese
parecer una abierta contradicción no es tal si nos detenemos a reflexionar un
momento. Usualmente, lo que está más cercano a nosotros, desde el punto de
vista cognitivo, es aquél conjunto de cosas más enmarañado, del cual sólo vemos
la superficie. Un ejemplo de inquietante actualidad pudiera ser la aparente
“lucha por la democracia” de G. Bush, al querer invadir porfiadamente Irak.
Sólo en una instancia posterior, luego de efectuar diversas distinciones
analíticas, llegaremos a los elementos y principios subyacentes y que iluminan
con nueva luz el discurrir de los acontecimientos. Este análisis procede,
entonces, desde lo universal a lo particular, ya que, en principio, la observación
y análisis del todo resulta mucho más accesible a nuestro conocimiento
sensible.
Parafraseando los niveles de
adecuación en ciencia, específicamente en la lingüística generativa, creo que
podemos establecer tres niveles de abstracción del conocimiento: un nivel de
adecuación observacional, donde el sujeto que conoce puede percibir sin
distorsión la realidad global que lo circunda; un nivel de adecuación descriptivo,
como primera abstracción, que reflejará la intuición del sujeto cognoscente y
formulará, por tanto, una descripción de dicha realidad y, finalmente, un nivel
de adecuación explicativo, donde a partir de la percepción de la realidad y
de múltiples descripciones para ella, es posible seleccionar la descripción que
posea el mayor grado de adecuación a este nivel.
De aquí se desprenden, a su vez, dos fuentes claras de conocimiento, una
sensible y otra intelectual. Una no es excluyente de la otra, sino que son
dimensiones complementarias y necesarias en el proceso de racionalización de
nuestras percepciones: la vía sensible está dada por las percepciones extraídas
a partir de los sentidos externos (vista, oído, tacto, gusto y olfato). Este
modo de conocimiento implica lo físico, donde los sentidos, al tener sensación,
son infalibles en sus objetos propios, estableciendo un tipo de conocimiento
inmaterial a través de cualidades secundarias (color, sabor, etc.). La razón
humana capta, por medio de los sentidos, algunos aspectos de las cosas. Por
otro lado, la vía intelectual recurre a sentidos internos (sentido común,
imaginación, memoria e instinto racional). La acción de estos sentidos, en pos
de la razón, tendrán como método de enfoque, en diversos ámbitos, a la acción
lógica o dialéctica. De este modo, trataremos de trazar un esbozo de cómo puede
aplicarse este método en la acción cotidiana.
Desarrollo
“La
iniciación masónica tiene como fin el iluminar
a
los hombres, a fin de enseñarles a trabajar
útilmente, en plena conformidad con las
finalidades
mismas de su existencia ”.
(Oswald
Wirth).
El ámbito de acción
de la lógica se identifica, tal vez, para la mayoría de nosotros, con las
disciplinas vinculadas a las ciencias formales y poco con el quehacer
cotidiano, ya que las conexiones pueden llegar a presentarse como muy sutiles y
quedar enmarañadas en una serie de mediaciones que enmascaran la aprehensión de
alguna relación posible. Sin embargo, muchos de nosotros podremos recordar más
de alguna clase de gramática donde se nos hablaba de las “proposiciones”, de las “conjunciones” o conectores, de la
“sintaxis” u orden lógico de las oraciones, por mencionar sólo algunos
conceptos. Pues bien, esta estructuración dimana de la lógica tradicional,
relacionada con la estructura y arquitectura de las lenguas, con base en la
concepción renacentista latinizante de las gramáticas romances, modelo
aplicado, a posteriori y durante no
poco tiempo, a cualquier otra lengua descubierta.
Para Echeverría
(1997:93),
La lógica tradicional se definía como la
exposición y prueba de las leyes formales del pensamiento, con abstracción de
todos los objetos de conocimiento. Ello suponía la posibilidad de establecer la
forma del pensar correcto, independientemente de lo pensado. Es lo que se
entiende por la afirmación del carácter formal de la lógca, lo que supone la
separación entre forma y contenido. Ello permitiría establecer la validez de
una determinada inferencia lógica, ateniéndose exclusivamente a la forma de la
inferencia y prescindiendo por completo del contenido de lo enunciado.
Sin embargo, a esta
excesiva formalización lógica, que perdura hasta bien entrado el siglo XVIII,
le seguirá un inusitado desarrollo en el ámbito de las matemáticas, sobre todo
a partir de Gauss, que incidirá notablemente en la concepción de la lógica
moderna, no sólo vinculada a esta disciplina, sino también, como lo reconoce
Frege, al ámbito del lenguaje: en el lenguaje formal, “lo que se expresa se
restringe a lo que es necesario para la inferencia”, mientras que en el
lenguaje cotidiano, “la forma gramatical esconde normalmente la forma lógica”.
En esta necesaria distinción realizada por Frege, y siguiendo el pensamiento
lógico-matemático desarrollado por éste, se basa Russell para terminar
señalando que “todo problema filosófico cuando se le somete al análisis y
purificación necesarios, demuestra no ser realmente filosófico y tratarse de un
problema lógico”, ya que la teoría de las descripciones de este autor señala
que, aun cuando desde el punto de vista gramatical ciertas proposiciones
pudieran parecer semejantes (“el rey de España es alto” – “el rey de Francia es
alto”), no lo son desde el punto de vista de su forma lógica. Será un discípulo
de Russell, Ludwig Wittgenstein, quien señalará finalmente los dos caminos por
los cuales transitará esta relación de la lógica con el lenguaje.
La primera
formulación la realiza en el Tractatus
Logico-Philosophicus, donde pretende establecer los límites de lo decible
por medio del lenguaje, es decir, el punto cumbre de la opción filosófica
fundada en la lógica. Después de esta palabra sólo queda el silencio. Para
Wittgenstein, el lenguaje es una figura de la realidad, por tanto, existe entre
ellos una relación de similitud estructural. Las proposiciones del lenguaje, a
su vez, al dar cuenta de esta realidad cotidiana, pueden reconocer esta
similitud a través de la forma lógica de lo que se afirma, aun cuando el
lenguaje ordinario adopte formas bajo las cuales oculta su forma lógica
patente. La filosofía debe analizar de tal modo la forma lógica de manera que
ella resalte de forma inmediata, pues esta facilitará, según nuestro autor, la
comprensión de la estructura lógica de la realidad, por cuanto “todo lo que
puede ser pensado puede ser formulado lingüísticamente”. Más adelante, en una
segunda formulación, en la Investigaciones
Filosóficas, el filósofo austríaco señalará que “el significado de una
palabra es su uso en el lenguaje”. De ambas concepciones, nominalista y
pragmática, se desprenden dos conceptos esenciales de la filosofía del
lenguaje: referencia y sentido. El lenguaje es, por tanto, una herramienta a la
cual podemos otorgar incontables y diversos usos.
A partir de este
momento lo intervención de la lógica no es en el ámbito del “pensar bien”, sino
de cómo “hacemos cosas con palabras”, parafraseando a Austin, es decir, de qué
manera el lenguaje ordinario se constituye en la fuente primaria de nuestra
organización del entorno, en la medida en que el accionar lingüístico
compromete el desarrollo de una actividad que modifica el contexto o se explica
a través de él.
Me he referido aquí
básicamente al ámbito lingüístico en la convicción de que es a través del
lenguaje que creamos nuestro mundo y nuestra existencia. Nuestro pensamiento y
visión de mundo está condicionado por lo que podemos expresar, inclusive en lo
que pudiéramos imaginar como increado, como el concepto mismo de Dios. En este
caso pienso que, sin la existencia del hombre sería imposible la de la
divinidad, ya que es el pensamiento subyacente en el ser humano el capaz de
“filosofar” acerca de cualidades universales y asignarlas a una entidad. Creo
que no se trata de una paradoja – como la del huevo o la gallina – sino de una
necesidad lógica de precedencia.
Conclusiones
“La
iniciación masónica /.../ tiene
como
fin la obtención del Conocimiento
integral,
que es la gnosis en el sentido
verdadero
de la palabra”
(René
Guénon)
Tal
como lo señala More (2002:9): “La
masonería hace ciudadanos y pensadores, su reino es de este mundo. Sostiene que
el progreso de la humanidad descansa sobre dos columnas: la ciencia y la
virtud; por eso es la abanderada en la instrucción y la investigación y reclama
para el hombre, el derecho natural a buscar y alcanzar la verdad, sin admitir
ni reconocer límite ni obstáculos para ello.”
Tal
vez el tránsito que acabamos de realizar pueda parecer algo tortuoso, pero
finalmente creo llegar al punto de encuentro o mejor, al eje que permite
articular las dimensiones de la lógica, el lenguaje, el mundo y el pensamiento.
Este punto axial estaría constituido por el simbolismo. Recordemos la relación
entre la estructura lógica del lenguaje y la de la realidad.
De esta manera, podemos observar
que el aprendizaje por la vía simbólica es activo
porque cuando aprendemos, realizamos un conjunto de operaciones y de
procedimientos mentales que nos permiten procesar la información que estamos
recibiendo, y es constructivo, porque
estos procesos que llevamos a cabo nos permiten construir significado que va a
depender de la interacción entre la información que tenemos almacenada en
nuestra memoria y la nueva que recibimos.
Asimismo, se enfatiza la
presencia de procesos de alto nivel
en este proceso de aprendizaje. Esto implica que cuando nos encontramos en el
proceso de internalización de una información, es necesario que llevemos a cabo
procesos tales como la elaboración de inferencias o el establecimiento de
relaciones entre la información que tenemos almacenada y la que recibimos ya
que, de lo contrario, no habrá un aprendizaje significativo. Es posible lograr
cierto tipo de aprendizaje basado exclusivamente en la memoria, pero la
información acumulada por esta vía será efímera y, paulatinamente, será
descartada de aquélla, por cuanto esta adquisición no integraría las
estructuras permanentes de conocimiento. También podemos agregar que este
aprendizaje simbólico es un proceso
acumulativo en el cual el conocimiento previo tiene un papel fundamental.
Dicho de otro modo, éste es un proceso que consiste en la acumulación de
información, la cual se va organizando en nuestras estructuras cognoscitivas o
esquemas, de manera tal que éstas se van enriqueciendo y estructurando hasta
llegar a unos niveles de afinamiento que son característicos de los sujetos
expertos o iniciados
Por otra parte, en toda acción
humana que implique una interacción, inevitablemente se manifiesta un proceso
de comunicación que va más allá de la mera locución o manifestación de
significantes. El ser humano, dentro de esta dinámica, transmite mensajes que
conllevan un sentido para quien los percibe. La significación, entonces, puede concebirse como un "proceso que
asocia un objeto, un ser, una noción, un acontecimiento, a un signo susceptible de evocarlos. /.../ Un
signo es, por lo tanto, un estímulo cuya acción provoca en el
organismo la imagen recordativa de otro estímulo /.../" (Fernández at al.,
1989).
Si, por otra parte, observamos
las manifestaciones culturales, nos daremos cuenta de que todas ellas son
también simbólicas: los números y las letras, son símbolos de energías que se
encuentran detrás de ellos; el arte en todas sus manifestaciones, cuyos
orígenes son sagrados, es siempre expresión simbólica de ideas sutiles
inspiradas al artista por las musas; y también los idiomas, pues cada palabra o
conjunto de ellas son símbolos de alguna idea que expresan.
La búsqueda de la Verdad a través
de las vías iniciáticas y el lenguaje de los símbolos es la esencia misma de la
F\M\.
La Iniciación masónica es mucho
más que una simple ceremonia de recepción; es simbólicamente una muerte y una
resurrección. Invita y compromete al nuevo iniciado a ser franco consigo mismo,
con sus imperfecciones, a desearse más puro, a despojarse de sus pasiones
materiales y de sus prejuicios, a conocer y desplegar las fuerzas espirituales
que se encuentran en él, gracias a las cuales puede progresar en el camino
hacia el Conocimiento.
El lenguaje simbólico mal
comprendido para el profano, no es más que un conjunto embrollado de signos y
analogías confusas; pero, para el francmasón, esos símbolos están cargados de
significados y de valores; son un medio práctico de internalizar las ideas, y
lejos de imponer un límite al desarrollo del pensamiento, ayudan a través de la
libre interpretación, a mejor penetrar en la realidad del mundo en que vivimos.
Esto es, siguiendo el método del análisis lógico, es posible develar lo oculto
tras el lenguaje cotidiano que manifiesta o construye los símbolos transmisores
de la Tradición.
En este mismo sentido, el
simbolismo masónico es un lenguaje comparable al simbolismo matemático;
conviene a todos los espíritus, incluso a los más racionales. Lejos de estar
superado, encuentra una justificación nueva en los progresos de la psicología y
de la sociología modernas que muestran cuanta necesidad tiene el espíritu
humano de los símbolos para comprender las realidades de la vida.
Lo anterior no
implica, en caso alguno, que el simbolismo se transforme en un fin en sí mismo,
sino que es la manifestación tangible de una idea o fuerza que está velada tras
su significante. Es el instrumento por
medio del cual se manifiestan las ideas y el vehículo que podrá conducirnos
a la comprensión y a la identificación de la energía que oculta el lenguaje
simbólico de las enseñanzas francmasónicas. La sabia tradición popular reconoce
en este sentido que no hay peor ciego que el que no quiere ver, esto es, los
misterios del simbolismo se revelan a quien desea
ver más allá de lo visible, de las meras apariencias o de la imagen superficial
de las cosas y busca desentrañar los ocultos secretos que poseen las entidades,
mediante un riguroso análisis, fruto de la razón y de una aplicación
sistemática de un método lógico-hermenéutico.
La F\M\ está consciente de que la
tradición hermética ha demostrado con creces que éste es el medio más propicio
y adecuado a la naturaleza del ser humano, sobre todo a la hora de transmitir y
preservar ideas elevadas y sutiles. Es por ello que ha usado el simbolismo y ha
inculcado en los masones la meditación permanente y profunda del sentido que
encierran los elementos que representan esta tradición simbólica en todas las
actividades, lugares e instrumentos utilizados en las Logias y en los diversos
grados.
Es
por ello que se torna fundamental el profundizar y tomar conciencia del
simbolismo y de la tradición que distingue a la Orden desde sus inicios, como
forma de comprenderla, asimilar sus principios y llevarlos a la práctica
cotidiana.
El lenguaje simbólico es, por
otro lado, lo que permite la unidad e
identidad de la Orden, ya que siendo uno de sus principios fundamentales la
libertad de pensamiento, es de suyo necesario encontrar opiniones divergentes a
su interior entre los distintos H\H\; sin embargo, nos encontramos unidos,
precisamente, gracias a los símbolos y a los ritos que nos caracterizan, nos
enseñan y nos transmiten esa energía espiritual que hace posible que todos los
iniciados de todos los tiempos se reúnan en una comunidad de sentimientos,
pensamientos y acciones.
Ese
enorme flujo de energía que cada uno de nosotros, como neófitos, recibimos en
la Iniciación, debe canalizarse hacia la depuración del yo interior, para
desbastar la piedra bruta y contribuir así a la Gran Obra del templo interior
decorado A\L\G\D\G\A\D\U\.
S\F\U\
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