Introducción
“No
se manejan impunemente lo símbolos, sobre todo cuando concretizan mitos de carácter
universalista.” /.../ “El lector
racionalista haría mal en impacientarse ante estos relatos simbólicos, ya que
la Verdad no se muestra siempre desprovista de velos”.
(Ambelain,
El Secreto Masónico).
Tradicionalmente,
el símbolo ha sido un intermediario entre dos realidades: una perceptible,
conocida; y otra desconocida, menos perceptible que la primera, por lo cual esa
relación se transforma en el vehículo que posibilita la búsqueda de la
esencia, por medio del conocimiento; esencia que será de variada naturaleza:
espiritual, cognitiva o de algún otro tipo.
Lo
que el simbolismo pone en relieve es, precisamente, el conocimiento subjetivo.
El uso del simbolismo conlleva una forma de introspección a través de la
asociación libre, de la relación existente entre la historia individual y
colectiva, así como con las leyes que rigen todas las cosas. Esto ocurre sólo
cuando nos aseguramos de la presencia de ambos elementos y no nos extraviamos en
cómodos prejuicios o asentamos nuestro pensamiento en interpretaciones
preestablecidas.
Los
símbolos contienen conceptos difíciles de sustituir por explicaciones, si es
que no imposibilidad o, cuando menos, inconveniencia sobre todo en aquellos
casos en los que la "frescura" de su significado deba estar presente y
completar el sentido de ceremonias o rituales. Allí actúan de manera
silenciosa pero efectiva, sin obstruir con palabras el desarrollo del acto.
Todos
aquellos elementos que forman parte de nuestra cadena simbólica (imágenes,
objetos, gestos, vestimenta, etc.) comunican al iniciado ideas que necesitarían
extensas descripciones o relaciones para ser entregadas por medio de la palabra.
Estos símbolos se dinamizan a la luz de sus diversas interpretaciones o cuando
son internalizados conscientemente por quien los percibe.
Podemos,
entonces, suponer que nuestra capacidad de comprensión de un símbolo aumentará
en la medida en que nuestro conocimiento
previo posea mayor cantidad de
definiciones que nuestra percepción pueda aplicar a la aprehensión, a la
internalización de dicho símbolo. El activar este tipo de conocimiento permite
ofrecer un marco semántico para interpretar y asimilar la información nueva.
La generación de esquemas de interpretación incrementa las probabilidades de
que el contenido de los materiales sea codificado con éxito.
El
aprendizaje por la vía simbólica es activo
porque cuando aprendemos, realizamos un conjunto de operaciones y de
procedimientos mentales que nos permiten procesar la información que estamos
recibiendo, y es constructivo, porque
estos procesos que llevamos a cabo nos permiten construir significado que va a
depender de la interacción entre la información que tenemos almacenada en
nuestra memoria y la nueva que recibimos.
¿Cómo
poder desentrañar, entonces, una relación específica entre la forma simbólica
y el signo lingüístico, o mejor, la constitución cultural de éste, llamada
lengua o idioma? Debemos aclarar que, cuando pensamos o nos expresamos, lo
hacemos en un dialecto específico, con incidencias de cognición colectiva y de
acervo cultural que permean toda construcción o imaginario humano, aun cuando
se trate de la expresión de ideas
universales.
No
pretendo dar la respuesta a ello, sino sólo manifestar unas cuantas reflexiones
en torno al tema.
Desarrollo
“Cuando
el oído es capaz de oír, entonces vienen los labios que han de llenarlos con
sabiduría”.
(El
Kybalión).
El
lenguaje simbólico tiene el poder de actuar en la vida cotidiana, y se dice que
quienes se acercan a él de la manera adecuada podrán observar dentro de sí
mismos la profunda acción transformadora ejercida por la energía que se
encuentra detrás de nuestros símbolos tradicionales.
Uno
de los principales trabajos que tiene el iniciado, quizás el más importante de
ellos, es el de dedicarse al estudio, la comprensión, la explicación y, por
sobre todo, la incorporación en su vida cotidiana, de los significados ocultos
de los símbolos que nos rodean, los que han sido heredados desde la Tradición
y el Arte Real.
Habermas
(cit. en Azcona 1988) y Azcona (1988:65), señalan que
"las
cosmovisiones expresadas lingüísticamente se hallan entretejidas con formas de
vida —esto es, con la práctica diaria de individuos en sociedad—, de tal
modo que éstas no pueden ser reducidas a las funciones del conocimiento y
dominio de la naturaleza externa". Estas arrojan luz sobre temas
recurrentes en toda cultura, tales como nacimiento, muerte, enfermedad, etc., y
ofrecen las posibilidades de que la vida humana tenga sentido. Ahora bien, la
adecuación cognitiva de las cosmovisiones se halla también reflejada en la práctica
diaria de la vida.
Esto
implica que el individuo no se mueve sólo en un mundo que se encuentra
determinado socialmente, en cuanto a normas lingüísticas, actitudinales o de
comportamiento gregario, sino que también se halla imbuido en un mundo donde se
comparten aspectos semiológicos comunes, los cuales implican las funciones
transformadoras de los hechos, objetos o aspectos naturales en constructos
culturales, acciones o lenguaje, como parte de la realidad cotidiana del ser
humano.
Cuando
nos hallamos frente a la expresión de un determinado concepto, a través de su
manifestación simbólica, necesariamente se produce un proceso de decodificación
de sentidos, que aporta el significado necesario a la introducción del YO en el
desentrañamiento de tales instancias. Pero este proceso no es un mero esfuerzo
cognitivo-intelectual que llega a su fin con el ‘desciframiento’ o explicación
mediante palabras más o menos rebuscadas – o simples – de tal o cual
representación. Todo lo contrario, es en ese momento en que el trabajo recién
comienza. ¿Por qué? La Iniciación se nos presenta como un ritual pletórico
de símbolos los cuales, de tener nosotros la capacidad necesaria, serían
suficientes para darnos a conocer la totalidad de la enseñanza tradicional que
la F\M\
puede entregarnos. Sin embargo, el aprendizaje es paulatino y gradual.
Precisamente porque no basta la conjunción imagen – palabra.
Cuando
expresamos, construimos. Ni más, ni menos. Nuestra relación con el medio es
lingüística, por lo tanto, toda obra humana se hace por medio del lenguaje.
Desde allí arte la construcción. ¿Qué quiero decir con esto? Que el desentrañamiento
de la enseñanza simbólica es el paso primero hacia la construcción del masón.
El masón no es un hombre cualquiera, es un hombre que trata de elevarse por
sobre el horizonte de la contradicción y sintetiza en su praxis cotidiana los
principios que ha sabido develar a partir de la reflexión profunda, consciente
e integral de la simbólica que poco a poco va intuyendo y conociendo a través
de la F\M\
No es que no tenga oportunidad de conocer los símbolos por otros medios, pero
quizás en ninguna otra parte hallará tan clara y herméticamente ligadas lo
esotérico con lo exotérico.
Trataré
de ejemplificar un concepto (el G\A\D\U\)
con un principio (el de Mentalidad), sólo para dar una idea más específica
a lo que me refiero. Inevitablemente, cuando ingresamos a la Orden y se nos
presenta en la Iniciación esta
idea, por nuestra propia conformación cognitiva, biológica y cultural,
tendemos a asociarla con una imagen, es más, el G\A\D\U\
tiene innumerables representaciones pictóricas que aluden y hacen referencia,
por una parte, a un cierto concepto vinculado con la divinidad cristiana – no
olvidemos los orígenes protestantes y deístas de la Mas\
moderna – y, por otro, con determinadas representaciones iconográficas de
conceptos abstractos y universales, que son los que determinan esta relación símbolo-lenguaje.
Si pensamos en el G\A\D\U\
como el TODO y aplicamos el principio en comento, diríamos que el TODO es mente
y que el universo es mental, ergo, el G\A\D\U\
es mente y es uno con el Universo. ¿Consecuencias y aplicaciones prácticas? Lo
primero quiere decir que todo nuestro sistema –conocido y no conocido- se rige
por el dinamismo de lo que en términos amplios llamamos una ‘mente’. Si
llegamos a comprender este principio las potencialidades son máximas. En un
complemento necesario, Escudero (2007) señala en relación con el “efecto túnel”
lo siguiente:
El
efecto túnel es un proceso que existe en la naturaleza. /.../ Merced al mismo,
las partículas microscópicas se adentran en una barrera y la atraviesan, sin
pasar por posiciones intermedias. Se trata de un fenómeno puramente cuántico,
sin analogía en la física clásica. /.../ El efecto túnel guarda relación
con los procesos en los que intervienen electrones, otras partículas y átomos.
¿Cómo
podemos apreciar esta disgreción en términos mucho más prácticos? El ejemplo
lo tenemos a la vista. Cuando asistimos a una tenida en Lo\,
comenzamos el ritual mucho antes de llegar e ingresar en el templo. Nos
mentalizamos desde que llegamos a la casa y nos despojamos de las vestiduras
profanas para ‘re-vestirnos’ con un traje especial. Especial no por la
confección ni por su tela, sino por lo que significa. Desde dentro hacia afuera,
cada prenda de ropa va cargando en nuestros sentidos un efecto actitudinal simbólico,
hasta llegar a la humita, última prenda con la que coronamos la primera parte
del acto. En seguida, llegamos a la casa mas\,
donde nos recibe la fraternidad de los H\H\,
lo cual dispone nuestro espíritu a la recepción e interacción, precisamente,
de estos elementos invisibles pero existentes, que se traspasan en aquello que,
en lenguaje vulgar, llamamos las “buenas vibraciones”. Nótese que estamos
hablando de una interacción lingüístico-pragmática. Luego, todo el ritual
que se inicia en el templo tiene, exactamente, esta doble dimensión: la
pragmasimbólica y la lingúística. El M\
de Ceremonias nos invita a guardar silencia para recibir a los Oficiales de la
Lo\
(V\M\,
1er y 2do Vig\)
y es el silencio el que debe primar, tal como lo ordena el V\M\
: ¡Silencio en Logia, Hermanos Míos! El silencio también es parte del
lenguaje, tal como los músicos, los matemáticos y los filósofos saben de antaño.
Pero en nuestra Lo\
es un bien aún más preciado, puesto que lleva por nombre “Reflexión”. La
reflexión no se hace a partir del bullicio, sino a partir del silencio
interior. Por eso, cuando comentamos una plancha, cuando extraemos de ella su
contenido simbólico y lo interpretamos desde nuestra óptica y conocimientos
previos, lo que estamos haciendo es sintonizar todas esas energías previas,
concentradas ahora al máximo por medio del R\E\A\A\
que practicamos en nuestras tenidas y afloradas para transmitir el fruto de esa
concentración, de esa reflexión como luz que se eleva desde las columnas hacia
el firmamento, al zenit, irradiando a todos los H\H\.
Es más, cuando llegamos al momento culminante del traspaso energético,
manifestado en la Cadena de Unión, donde las manos entrelazadas, sin guantes,
desnudas, para dejar fluir la fuerza integral de la kundalini.
En ese momento solemne, el V\M\,
o quien designe, cierra la cadena –completa el círculo simbólico-energético
o bandhan– con un mensaje y un
recordatorio: ¡Que las virtudes masónicas nos acompañen en el mundo profano!.
No son otras virtudes, no son otros conceptos, no son otras normas de conducta,
no es otro espíritu. Es más,
realizamos un acto de habla explícito de compromiso al refrendar esta frase con
el ¡Así
sea!, es decir, asumimos que la cotidianeidad estará permeada por
aquella mentalización, por aquella energía de la cual nos nutrimos en Lo\,
de manera consciente y efectiva.
Conclusiones
“Es
pues, siempre y doquiera, una misma enseñanza que se revela en infinitas formas,
adaptándose a la inteligencia y capacidad comprensiva de los oyentes; una
Doctrina secreta o hermética,
revelada por medio de símbolos, palabras
y alegorías que sólo pueden entender y aplicar en su real sentido los oídos
de la comprensión; una doctrina vital que debe hacerse en nosotros carne,
sangre y vida, para obrar el milagro de la regeneración o nuevo nacimiento, que
constituye el Télos o ‘fin’ de la Iniciación”.
(Lavagnini,
Manual del Aprendiz).
Encontramos
una serie de relaciones que entrelazan la vía simbólica con el lenguaje. Si
bien la primera cumple con una función comunicativa, su carácter esencial es
el de plantear o despertar la reflexión, producto de las variadas
interpretaciones que pueden hallarse en el esoterismo del símbolo. Este proceso
reflexivo sólo puede llevarse a cabo a través del lenguaje, por cuanto cumple
una serie de funciones esenciales para el ser humano: comunicar, servir de
soporte al pensamiento, ser medio de expresión, soportar la autoafirmación del
individuo, así como también lograr sostener una función de carácter estético.
De esta manera, el lenguaje pasa a ser una entidad poseedora de simbolismo, pero
de una manera distinta que al de la Tradición, ya que, si bien es cierto es por
medio de las palabras que efectuamos la interpretación de los símbolos
tradicionales y tratamos de expresar la inconmensurabilidad de su significación,
se trata de un elemento en el cual
el soporte material es lo variable y el contenido, lo estable, al contrario de
lo que sucede con el símbolo en general, ya que la riqueza de éste radica,
precisamente, en que su significante permanece a través del tiempo en las
distintas culturas y su significado es el que varía, manteniendo un contenido básico,
según las diversas interpretaciones que reciba de los individuos o colectivos
que analicen la imagen simbólica.
Asimismo,
dentro de este ámbito, ningún aspecto escapa a la función simbolizadora del
lenguaje, ni siquiera el propio lenguaje, ya que éste se convierte en elemento
denotado por él, en lo que entendemos por la propiedad de reflexividad. Esto quiere decir que es mediante el propio lenguaje
que hacemos referencia a sus características particulares, a su descripción, a
su estudio en los diversos aspectos que lo componen y a las mismas expresiones
lingüísticas que utilizamos a diario para comunicarnos.
El
simbolismo masónico es un lenguaje comparable al simbolismo matemático;
conviene a todos los espíritus, incluso a los más racionales. Lejos de estar
superado, encuentra una justificación nueva en los progresos de la psicología
y de la sociología modernas que muestran cuanta necesidad tiene el espíritu
humano de los símbolos para comprender las realidades de la vida.
O
tal como señala la Gran Logia en uno de sus documentos sobre la Enseñanza
del Simbolismo en el Grado de Aprendiz,
El
mecanismo del símbolo está directamente relacionado con un fenómeno psicológico
que interviene en todos los procesos mentales; es la llamada asociación de
ideas, pero debemos advertir que puede también el símbolo representar una sola
idea.
El
Símbolo, en Masonería, ha sido adoptado por su libertad de interpretación, lo
que permite, dentro de los límites razonablemente impuestos, una mayor perfección
en la personalidad humana, ya que tiende al desarrollo de ella sobre la base de
un esfuerzo reflexivo en el libre examen de sus diversas interpretaciones.
Esta
capacidad del simbolismo como lenguaje propio de la tradición masónica iniciática,
permite al aprendiz avanzar paulatinamente por una serie de conocimientos
graduales que implicarán la internalización de un sistema valórico —moral y
de autoconocimiento— de gran riqueza y complejidad que pretende estimular en
el recién iniciado el perfeccionamiento de su persona, en primer lugar, para
que por medio de este desbastamiento de la piedra original de la cantera
individual el masón pueda incidir en la sociedad no a través de una pseudo
cuota de poder, sino a través de su ejemplo, de sus virtudes humanistas laicas
y de sus cualidades que lo distingan más allá de cualquier persona de bien,
características que deberán darle el sello que la Orden busca imprimir en
todos los H\H\
La
enseñanza masónica no es una metafísica. La Iniciación masónica no es una
Revelación definitiva de una Verdad única. La vía iniciática brinda al
individuo los instrumentos simbólicos indispensables a su perfeccionamiento; no
es un dogma sino un método. El lenguaje simbólico es,
por otro lado, lo que permite la unidad e
identidad de la Orden, ya que siendo uno de sus principios fundamentales la
libertad de pensamiento, es de suyo necesario encontrar opiniones divergentes a
su interior entre los distintos H\H\;
sin embargo, nos encontramos unidos, precisamente, gracias a los símbolos y a
los ritos que nos caracterizan, nos enseñan y nos transmiten esa energía
espiritual que hace posible que todos los iniciados de todos los tiempos se reúnan
en una comunidad de sentimientos, pensamientos y acciones.
Ese enorme flujo de energía que cada uno de nosotros, como neófitos,
recibimos en la Iniciación, debe canalizarse hacia la depuración del yo
interior, para desbastar la piedra bruta y contribuir así a la Gran Obra del
templo interior decorado.
Bibliografía
-
Ambelain,
Robert (1986). El secreto masónico,
Martínez Roca, Madrid.
-
Azcona,
José (1988). Para comprender la
antropología, 2 vols., Verbo Divino, España.
-
Béresniak,
Daniel (2000). Symbols of
Freemasonry, Assouline, New York.
-
Contreras
Seitz, Manuel (2003). “El símbolo”, en Piedra-Stones-Pietre, Revista de Masonería,
http://www.freemasons-freemasonry.com/seitz.html
-
Escudero,
Roberto (2007). “Efecto túnel en superconductores”, en Investigación
y Ciencia, Nº 368, mayo, pp. 78-84. Disponible en:
http://www.investigacionyciencia.es/Archivos/05-07_Escudero.pdf
-
González,
Federico; Francisco Ariza, Fernando Trejos, José Manuel Río, L. Herrera, Mª
V. Espín, Mª A. Díaz y A. Wiechers (1985-1988). Introducción
a la Ciencia Sagrada, Programa Agartha.
-
Gran
Logia de Chile (s/f). Manual de
Instrucción para el Grado de Aprendiz.
-
Lavagnini,
Aldo (1988). Manual del Aprendiz,
Kier, Buenos Aires.
-
V.V.A.A.
(2003). El Kybalión: tres iniciados. Un
estudio sobre la filosofía hermética del antiguo Egipto y Grecia, trad.
Manuel Algora Corbi, Barcelona, Luis Cárcamo Editor. Disponible en:
http://www.spicasc.net/kyba.html
-
Vâlsan,
Michel (1969). Símbolos
fundamentales de la Ciencia Sagrada, compilación póstuma de la obra de
René Guénon, EUDEBA, Buenos Aires.
-
Wirth,
Oswald (s/f). El libro del Aprendiz.
|