Introducción
“La Leyenda Masónica personifica el trabajo en Adonhiram, quien tuvo a su cargo la provisión de los materiales que
se utilizaron en el templo de Salomón. /.../ Una vez que dio fin a la obra
continuó prestando sus servicios al Rey como asesor jurídico y financiero,
como Sacerdote de los Misterios, como amigo y confidente. Es, por tanto, un
ejemplo de la multiplicidad que debe tener el Masón para servir al prójimo y a
la sociedad en cuanto sea necesario”.
(Ortega,
Cámaras de Instrucción para el Segundo
Grado Simbólico).
Muchas veces damos por sentado que la significación de
una expresión o de una idea es lo que, en la práctica, ha sido su uso. Sucede
con la palabra retejador. Todas las
definiciones exotéricas señalan que el verbo retejar se refiere al hecho de poner en el techo las tejas que
faltan. En el sentido masónico, implica “poner a cubierto de la indiscreción”
de quienes no están preparados para recibir la intensidad de esta luz que ahora
nos alumbra.
El
retejamiento, entonces, sirve a los fines de poder reconocer al iniciado que
ha recibido su aumento de salario y que está capacitado, desde ahora, para
ejercer el trabajo masónico tanto intra como extramuros.
Muchas
cosas tal vez pudieran decirse, pero como nos vemos enfrentados al
reconocimiento del F\M\ de 2º grado, es evidente
que la alusión aquí se refiere a los medios con que contamos para ello, esto
es, el signo, el toque
y la palabra; porque claro, cuando el tejador de la Lo\ acude a verificar quien golpea a las puertas
del templo con la batería del grado, lo primero que debe observar es a un Q\H\ en la posición al orden. Luego, al acercársele, se debe ejecutar el toque
y entregar la palabra correspondiente. Una vez efectuado esto, el tejador
reingresa al templo y comunica la calidad masónica de quien espera ser admitido
en los trabajos, lo que es anunciado y permitido por el V\M\, ante lo cual el Com\M\ ingresará con la marcha
respectiva.
En este
escrito me referiré a la perspectiva esotérica que implican los temas
considerados. Desde ya, mis excusas por la extensión del trabajo, y a los Q\Q\H\H\ que ya han leído parte de las ideas, ojalá
toleren mis reiteraciones.
Desarrollo
“El
Ser no se manifiesta sino por la acción:
no trabajar equivale a no ser: también lo que es se encuentra en perpetuo trabajo. Nada está inerte o
muerto, todo vive, los minerales y los cuerpos celestes, así como los vegetales
y los animales”.
(El
Libro del Compañero, p. 104).
Como ya dijimos en otra parte (Contreras 2003, El
Símbolo) respecto de las particularidades del simbolismo masónico, podemos
establecer una clasificación entre símbolos visuales
y gráficos, gestuales y ritos y sonoros y vocales . Dentro de los primeros, hallamos todos aquellos
referidos a la Geometría y al Arte constructivo; en los segundos, se hallan los
ritos que son "una serie de gestos y posturas corporales que 'fijan' en el
plano psicosomático del ser la energía-fuerza que precisamente el símbolo
geométrico vehicula" (González et al. 1985-1988); mientras que en los últimos,
encontramos las palabras sagradas y
las palabras de paso, así como las leyendas
iniciáticas. En este ensayo trataremos de los dos últimos, agregando, además,
dentro del grupo de símbolos gestuales que éstos se hallan referidos al corazón y al
número 5.
En el primer grupo, tenemos la batería del grado, la posición
al orden, el toque y la marcha,
como ya dijimos, símbolos
referidos al corazón y al número 5. La batería,
aparte de su acompasamiento y solemnidad ritual, constituye uno de los signos
del grado, dedicado a comunicar al Guarda Templo la calidad iniciática de quien
solicita ser admitido en los trabajos, por medio de aquellos 5 golpes que se dan
a la entrada del templo. Del mismo modo, la marcha
del grado
se encuentra en este mismo conjunto de símbolos: los 3 pasos del A\ y los 2 siguientes del Com\,
hacia el Sur, para avanzar a la columna de M\
y recibir allí más luz, yendo al encuentro de nuevas disciplinas con las
cuales adentrarse en la búsqueda de la Verdad, haciendo un esfuerzo consciente,
luego, para retornar a la línea primigenia, lo que ocurre con el quinto paso,
el cual corresponde, precisamente, al número sagrado, al símbolo del Centro,
del Sol naciente y del movimiento, y con este paso el Com\
queda “situado” en su lugar de trabajo y en la posición correcta. Señala
respecto de la marcha, Ortega (1980:105) que: “Los ecos de sus Pasos resuenan
como los Golpes misteriosos de la Batería. De esta manera anuncia a los
Hermanos de las Columnas que es un Iniciado en el Segundo Grado y que conoce el
número 5”.
En cuanto al Toque,
éste contempla 2 fases e indica la relación con el número 5 que es, como
dijimos, el número del centro y del corazón, ya que se efectúa precisamente
en el dedo cordial. Debe recordar al Com\
su edad, o mejor dicho, sus edades, ya que el Com\M\
tiene 5 edades: la cronológica (años de vida), la fisiológica (desarrollo físico),
la intelectual (desarrollo mental), la masónica (número de años que ha
permanecido en la Institución) y la mística o simbólica (representada por el
Número Sagrado).
Tal vez la mayor interrogante para un reciente Com\–
al menos eso me ha sucedido en lo personal – se refiere al simbolismo que
encierra la posición al orden del grado, aún a pesar de las
explicaciones que se dan en el momento de la ceremonia de aumento de salario. En
una breve referencia, Adoum (2002:25) señala lo siguiente:
El
poner la mano derecha sobre el corazón, órgano de Vida y Altar de Dios,
significa “Prometo, como Dios Hombre o Hijo de Dios, y reafirmo mi promesa de
cooperar en la obra del G.A.D.U.”. La mano izquierda abierta y levantada forma
la Estrella de Cinco Puntas, que es el símbolo del hombre triunfante en sus
pruebas.
Básicamente, seguiremos esta línea argumentativa,
analizando el porqué de la relevancia del corazón y de su conexión con el número
5, como forma de explicar todos los símbolos pertenecientes a este grupo.
Partimos señalando que el corazón, como ya muchos sabrán,
no es una representación de lo sentimental, como se le hace parecer contemporáneamente,
sino que constituye el centro del ser,
elemento que se halla presente en las más diversas tradiciones. Este hecho
permite que, esotéricamente, este órgano se constituya como el receptor de las
‘emanaciones celestes’ que vivifican al ser en su totalidad; de allí que se
le considere como el punto de establecimiento del principio divino del hombre,
esto es, el espíritu universal o “quintaesencia” que permite alcanzar al
ser humano el resplandor del Logos,
disipando la oscuridad de los instintos. Desde ese momento, disipadas las
tinieblas que reinaban en su interior, brilla la estrella flamígera.
Guénon (1949), refiriéndose a la instancia “etérea”
del corazón, cita el siguiente texto: “En esa residencia de Brahma
(es decir, en el centro vital de que tratamos) hay un pequeño loto, una morada
en la cual está una pequeña cavidad (dáhara)
ocupada por el Éter (Âkâça); ha de
buscarse lo que hay en ese lugar, y se lo conocerá”. A esta morada se le
conoce, también, como el centro de la cruz elemental –“cavidad del corazón”
– , símbolo de todo lo manifestado, por cuanto aquí vemos representados a
los cuatro elementos, dispuestos formando parejas, en cada extremo de esta cruz,
según la disposición aristotélica de sus características fundamentales; en
el centro, la quinta essentia, el
quinto elemento o Éter que es, como dice Guénon, “primero en el orden de
desarrollo de la manifestación, pero último en el orden inverso que es el de
la reabsorción o del retorno a la homogeneidad primordial”. Esta
quintaesencia es representada, habitualmente, como una rosa de cinco pétalos en
el centro de la cruz, equivalente al loto de las tradiciones orientales. Si ya
vamos vislumbrando algunas semejanzas, podremos apreciar que este simbolismo se
corresponde con nuestro pentagrama pitagórico de la estrella flamígera,
cuyo centro es, precisamente, el hombre, desde donde se irradia toda su
capacidad e inteligencia.
Precisamente, desde aquí conectamos, brevemente, con la
relación numérica: el 5 es, por una parte, el eje de los primeros nueve números;
por otro lado, es la unidad que se formaliza en el centro del cuadrado y de la
cruz (cfr. González 1985-1988).
Esta unidad cumple la función de síntesis. En nuestra
simbología dicho número se ve representado por la mano en el corazón y, además,
por la mano en la sien izquierda. Demás está decir aquí la coincidencia que
esto tiene con la piedra piramidal. Asimismo, como ya se ha deducido, el 5 se
representa geométricamente por el pentagrama, al cual hemos hecho alusión
anteriormente. Del mismo modo, debemos recordar que el Com\M\
debe efectuar cinco viajes misteriosos, con diversos instrumentos que
representarán sus características: el primero, con mazo y cincel (voluntad e
inteligencia); el segundo, con regla y compás (lo absoluto y lo relativo); el
tercero, con la palanca (voluntad inquebrantable, inteligente y desinteresada);
el cuarto, con regla y escuadra (rectitud y perfeccionamiento) y el quinto, con
las manos vacías (intelectualización iniciática).
En la P\
al O\
de Com\, por ejemplo, si la mano a la altura de la sien izquierda representa el
pentagrama que nos indica el número esencial del grado, no es menos cierto que
la mano en el corazón nos deja entrever lo que será el anhelo propio del Com\.
En la ejecución del signo, la mano se proyecta desde el corazón que irradia,
hacia el exterior que recibe las luces de la inteligencia, por medio de la
quintaesencia, o mejor, de la actividad benéfica del ser humano, producto de la
transmutación alquímica de los elementos, la cual se realiza en el athanor
que constituye el propio hombre. No es un proceso externo ni que involucre
elementos materiales en sí, es la naturaleza del propio individuo la que,
mediante diversos trabajos y purificaciones, debe dar paso al “oro” de los
alquimistas.
Esta irradiación del corazón y su lugar central, en todas
las tradiciones antiguas, decía relación con el Sol. No por nada al Sol se le
llama “corazón del cielo”. Así, Proclo (cit. en Guénon 1946) señala: “Ocupando
por sobre el éter el trono del medio, y teniendo por figura un círculo
deslumbrante que es el Corazón del Mundo, tú colmas todo de una providencia
apta para despertar la inteligencia”. Esta última corresponde a la
inteligencia pura, universal, trascendente, no a la razón que se asimila con el
cerebro, y sobre la cual ya haremos alusión. Este corazón irradia tanto calor
como luz, lo que lleva a Guénon (1946) a decir que:
si el “hálito” está allí referido a la luz, se
debe a que es propiamente el símbolo del espíritu, esencialmente idéntico a
la inteligencia; en cuanto a la sangre, es evidentemente el vehículo del
“calor vivificante”, lo que se refiere más en particular al papel
“vital” del principio que es centro del ser. /.../ Por otra parte, cabe
observar que la irradiación, incluso cuando están reunidos los dos aspectos,
parece sugerir, de modo general, una preponderancia reconocida al aspecto
luminoso; esta interpretación se ve confirmada por el hecho de que las
representaciones del corazón irradiante, con distinción o no de ambas clases
de rayos, son las más antiguas, pues datan en su mayoría de épocas en que la
inteligencia estaba aún referida tradicionalmente al corazón
Inteligencia y razonamiento es lo que distingue al ser humano
de otros seres biológicamente similares; maravillosa síntesis representada en
el simbolismo de la posición al orden del grado de Com\, puesto que es el hombre, en su acción conjunta con los elementos, es
el que ejecuta el trabajo interior que lo llevará a irradiar sus luces a la
sociedad, pues, como dice el texto bíblico (Mateo 5, 14:16):
Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse ciudad
asentada sobre un monte, ni se enciende una lámpara y se la pone bajo el celemín,
sino sobre el candelero, para que alumbre a cuantos hay en la casa. Así ha de
lucir vuestra luz ante los hombres, para que, viendo vuestras buenas obras,
glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos.
No por nada los masones se consideran “hijos de la luz”.
Ahora bien, ¿cómo se conecta la inteligencia y el razonamiento en la posición
al orden del grado? Dijimos que con la acción del hombre, quien es representado
por la mano derecha en el corazón, con sus cinco dedos abiertos – en esta
caso en forma de garra – y con la mano izquierda en posición a la altura de
la sien izquierda. Es la conexión, además, de dos chakras
esenciales del ser humano, considerando que el último, el que reside en la
cabeza, representa precisamente la conexión con la divinidad, simbolizada
mediante la flor de loto.
En todo caso, Darel (cit. en Guénon 1927)
señala que: “El cerebro, instrumento del pensamiento encerrado en el mundo, y
transformador, para uso del hombre y del mundo, de ese pensamiento latente, hace
a éste realizable por intermedio suyo. Pero solo el corazón, por un aspir y un
expir secreto, permite al hombre, permaneciendo unido a su Dios, ser pensamiento
vivo.”.
Como quiera que sea, sólo en un
ser humano “desintegrado” puede considerarse ambos puntos como una dualidad,
una oposición o como términos antagónicos de una relación, lo cual pasa, en
todo caso, por un cierto carácter adámico de la explicación de la génesis
humana. Con todo, debemos dejar en claro que, de todas maneras, el aspecto
involucrado aquí es de subordinación, no de complementariedad. Para aclarar
algo más este concepto, convengamos en que el corazón se representa por medio
del sol y, el cerebro, a través de la luna (como ya vislumbramos en el Oriente
de la Lo\,
en el sitial del V\M\). Si proyectamos las características de estos cuerpos celestes, podemos
apreciar que el sol es fuente de luz, mientras que la luna refleja aquella luz
solar, esto es, desde el punto de vista de la irradiación luminosa, la luna
existe en función del sol. El mismo principio alquímico es válido para la
relación que pretendemos establecer, esto es, entre la intgeligencia intuitiva
y la discursiva o racional. No por nada, también, la actividad del pensamiento
es una reflexión, es decir, un
proceso de transmisión o tranformación, a manera del reflejo que produce un
espejo.
El mismo Tomás de Aquino nos recuerda en De
Veritate (quaestio
15, arg. 1) que: “Intellectus
enim simplicem et absolutam cognitionem designare videtur. /.../ Ratio
vero discursum quemdam designat, quo ex uno in aliud cognoscendum anima humana
pertingit vel pervenit” (El intelecto
parece designar un conocimiento simple y absoluto. /.../ La Razón
designa un discurrir por el cual el alma humana llega a conocer una cosa a
partir de otra”.).
En cuanto al otro grupo de símbolos, los sonoros y vocales, se halla constituido por
las palabras sagradas y las palabras de paso. Las primeras
dicen relación con la "búsqueda de la Palabra perdida", que
constituye la armonía del ser en la unidad trascendental, el Verbo creador de
los orígenes, con lo cual su articulación sonora tiene una finalidad similar a la de
los mantras. En tanto, las segundas, se refieren más bien a una interioridad
hermética que es develada y permite la apertura de un espacio y tiempo interior
sagrado y cualitativo, vinculado al principio valorativo de los números y de la
ciencia de los nombres. En el caso del Com\, éstas son J\
y shi\, respectivamente.
J\
hace alusión a una de las columnas del Templo de Salomón, y significa estabilidad, pero más lejanamente en el tiempo, y representando
este mismo principio, la hallamos como símbolo de uno de los reinos egipcios,
de cuya unión surgía el establecimiento,
esto es, la unidad en un solo Reino del Alto y Bajo Egipto. Cada una de las
columnas sagradas se hallaba instalada en la sede de los respectivos reinados y
se proyectaban en el espacio sagrado para “constituir” la base de
asentamiento de todo el sistema. Ese mismo significado nos fue legado a través
de las columnas del místico Templo y es por ello que las consideramos como
representación de los límites del mundo creado, del mundo profano.
Según el Catecismo del Grado, el Com\ inicia la secuencia de la Palabra Sagrada, ya que, a diferencia del A\,
está en condiciones de dar antes que de recibir, por cuanto ha mostrado pruebas
suficientes de su iniciativa intelectual.
Shi\,
en tanto, se ha traducido como “numerosos como las espigas de trigo”, en
referencia a los Mas\
esparcidos por la faz de la tierra. Pero en su sentido alegórico, simbólico,
nos recuerda los más profundos misterios de la Madre Tierra y de nuestra
procedencia de sus entrañas: el grano de trigo que es el A\
ha madurado y es hora que comience a dar sus frutos. No es casual que en este símbolo
se encuentre representado uno de los aspectos más fundamentales de todo ciclo:
el del nacimiento, muerte y resurgimiento, ya que el grano de trigo, para dar
paso a la espiga fecunda, amarilla y abundante, debe primero visitar el interior
de la tierra y, tras su muerte – tras nuestra muerte alquímica, expresada por
el acróstico VITRIOL (Visita Interiora Terrae Rectificando
Invenies Occultum Lapidem)
– recién se verán sus verdaderos frutos.
El Com\M\ debe, con esta maduración en los misterios del grado, ser capaz de
proyectarse hacia el exterior y entregar la fecundidad de la espiga a quienes de
ella necesiten. No está demás recordar aquí que, en la tradición egipcia, la
espiga de trigo era el símbolo de Osiris y representaba su muerte y resurrección.
¿Tiene algún sentido vincular J\ y Shi\
como las palabras del grado? Al parecer, al menos desde la óptica de este análisis,
debieran tener una significado más que profundo y, por lo tanto, poco
perceptible. Me atrevo a sugerir algunas ideas al respecto, en el entendido de
que sólo sigo por la vía de la especulación simbólica.
El reino vegetal, por su propia naturaleza, se halla más
fuertemente vinculado al fluir de los ritmos y ciclos cósmicos, tal como dice
González et al. (1985-1988): “reflejados en la renovación periódica y anual
de las plantas, en la regeneración de la potencia fértil y fecunda de su
savia, propiciando de esta manera la alimentación y el sustento necesario a
hombres y animales.”
En este sentido, la simbólica de las espigas de trigo
participa del principio de las leyes universales de correspondencia y analogía
– armonía, en suma – entre lo terrestre y lo celeste, entre el orden de lo
visible y de lo invisible. El proceso que experimenta se manifiesta como una
combinación entre las fuerzas telúricas y cósmicas, entre las energías
activas y pasivas, masculinas y femeninas, para re-crear el principio armónico,
el mismo que encontramos como indicio en la columna J\, ya que la unión de la estabilidad
con la fuerza permiten el asentamiento
o establecimiento de las energías motrices.
Particularmente, el trigo, además, viene a representar a la
substancia y esencia reunidad en el Hombre Universal, el iniciado o neófito (el
“nuevo nacido” o “nueva planta”) quien, como bien pone de relieve González
(1985-1988) es:
comparado
a una semilla o germen que ha de "morir" en el interior de la tierra
para renacer al mundo de arriba y de la luz, que es su verdadero origen, pues al
contrario que el vegetal el hombre tiene sus "raíces" en el Cielo,
tal y como nos relata Platón en el Timeo cuando dice que "el hombre
es una planta celeste, lo que significa que es como un árbol invertido, cuyas
raíces tienden hacia el cielo, y las ramas hacia abajo, hacia la tierra".
En ambos símbolos, lo que se recalca, por cierto, son vías
para alcanzar el Conocimiento. Vías simbólicas, por cierto, que tendremos que
ir develando por medio del esfuerzo, del estudio, de la praxis y del
asentamiento axiológico al que nos llama la Orden, para luego poder
proyectarnos cabalmente a la sociedad que requiere constantemente de nuestros
mayores afanes.
Conclusiones
Aunque nuestra obra se perfecciona de nuestro solo mercurio,
a pesar de eso necesita de fermento rojo o blanco, pues se mezcla más fácilmente
con el sol y con la luna, y se hace una sola cosa con él, siendo así que estos
dos cuerpos participan más de su naturaleza, luego son más perfectos que los
demás.
La razón es porque los cuerpos son de tanta mayor perfección
cuanto más contienen de Mercurio. El sol, pues, y la luna, teniendo más de él,
se conmezclan para la rubio y para lo blanco, se fijan estando en el fuego,
porque el mismo mercurio solo es el que perfecciona la obra y en él hallamos
todas las cosas de que necesitamos para la Obra, al cual no se debe juntar cosa
extraña.
(Tomás de Aquino, Tratado
en el Arte de Alquimia)
El trabajo del
Com\M\,
a diferencia del trabajo profano, debe tener una finalidad que sea coherente con
“nuestras prácticas y doctrinas”, como solemos decir. Esto significa que ya
no basta la labor de cantería, sino que el proceso ahora se complejiza y se
dinamiza. Si recordamos el viejo adagio, aquél de que “el hábito no hace al monje”, bien podremos darnos cuenta que el
actualizar un cierto ritual –unas determinadas prácticas–, junto con los símbolos
a los que haga alusión – en el caso en comento, la posición al orden del
grado –, no hace Mas\ de por sí. La “doctrina” a la cual hacen
referencia, además, es una primera luz, creo, para ir develando lo que está más
allá de lo visible.
En las líneas que precedieron, se trató de hacer una
referencia a unos símbolos particularmente complejos, en cuanto a su red de
relaciones, que nos presenta la Orden, sin pretender, por cierto, hacerlo de
manera exhaustiva. Lo central en este sentido, se ha podido apreciar en la tríada
corazón – cerebro – hombre, a la
cual aludimos.
Si bien es cierto el trabajo masónico se hace con las luces
de la razón, de acuerdo con lo que hemos dicho, no podría un cuerpo secundario
o “accidente” estar por sobre un cuerpo primario o “esencial”. El
desequilibrio en nuestra realidad como seres integrales se debe, precisamente,
al predominio lunar ante el solar. La conjunción de la naturaleza alquímica de
los trabajos, de este modo, queda alterada y los elementos dejan incompleta su
amalgama en el athanor humano.
Los símbolos analizados nos muestran la interacción que se
produce en el ser humano mismo, eje y principio de la Gran Obra, a fin de poner
en acción las fuerzas vitales que le son propias, para que el pentagrama
estelar realmente se transforme en una estrella flamígera. El Com\,
si recordamos bien, es reconocido como tal por conocer la letra G, la que se nos
presenta, en la ceremonia de aumento de salario, precisamente inscrita en el
pentáculo radiante. Esto no es una casualidad; se trata de recalcar las
potencialidades que deben actualizarse en el hombre para que se transforme en un
instrumento de reflexión.
La inteligencia que nos conecta con nosotros mismos, con los
demás y con la vibración universal, materializa su acción a través de la razón.
En este sentido entendemos el cogito, ergo
sum cartesiano. No porque el pensamiento racional sea anterior o conditio
sine qua non de la existencia, sino más bien porque la naturaleza propia
del ser humano, condición sin velos puestos por delante, se concreta en la acción
dentro de la sociedad, la que a su vez se mediatiza por la acción de la
voluntad guiada por el entendimiento razonado.
La conjunción de estas características permite al Com\
entregarse a los trabajos para los cuales ha sido llamado y de los cuales deberá
rendir cuentas, pues el aumento de salario no es una mera formalidad que nos
pone por sobre otros, sino que es la asignación de nuevas responsabilidades, la
conducción por nuevos caminos y la comprensión de otros conocimientos, todo lo
cual nos hace más conscientes de nuestra propia ignorancia y de la enorme labor
que aún queda por delante. Sin embargo, como señala el dicho medieval, ora
et labora, esto es, concentremos las energías vitales de la inteligencia y
la reflexión para actuar sobre el mundo, irradiando paulatinamente las luces
que permitan el desarrollo humano de la sociedad.
Termino esta exposición, recordando algunas palabras de Guénon
(1927):
El “conocimiento del corazón”
es la percepción directa de la luz inteligible, esa Luz del Verbo de que habla
San Juan al comienzo de su Evangelio, Luz irradiante del “Sol espiritual”
que es el verdadero “Corazón del Mundo”.
S\F\U\
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