“Cualquiera
sea la raza del hombre, cuando la luz ilumina su alma, ésta adquiere el brillo
del diamante místico y ni su color ni su origen entran en juego” [Tierno
Bucard, Filósofo Africano]
INTRODUCCIÓN
El
laicismo, con mayor o menor éxito, ha sido capaz de enfrentar totalitarismos
religiosos, dogmas eternos e inamovibles, poderes sacramentales, o tiranías
políticas, que han subyugado la conciencia y la libertad del espíritu. Ya en
1520, el Obispo español Diego de Landa hizo quemar en una plaza pública los
libros Mayas, tesoros plenos de sabiduría y espiritualidad. Tres siglos más
tarde, el 4 de diciembre de 1860 Benito Juárez promulgó en México la Ley de
Libertad de Cultos. Cuatro años más tarde, Maximiliano asume como Emperador de
México, después de la visita que en 1862 le hiciera en Trieste el Obispo Pelagio
Antonio de Labastida y Dávalos. Pero, la relación entre el representante de la
Iglesia y el Emperador se distanció a partir de 1865, cuando Maximiliano
-contrario a lo esperado- proclamó la libertad de cultos. Sorpresivo para el
Clero, cuando algunos esperaban que con su presencia se nulificara la ley de
Juárez.
La
Constitución de 1917 estableció la condición de Estado laico de la República
Mexicana. La separación de los ámbitos de actuación de la Iglesia y del Estado.
Pero, en Febrero del 2010 se reacomoda el Artículo 40 constitucional para volver
a establecer que la conducción política de la República debe estar separada de
las injerencias eclesiásticas. Es decir, se reitera que México es un estado
Laico en respuesta a que la Iglesia está conduciéndose más allá de sus
atribuciones, rebasando umbrales políticos, éticos y sociales de la conducta
humana y la organización ciudadana. La reforma del artículo 40 de la
Constitución agrega la palabra “laica”, y amplía su intención original de
proteger principios básicos, recalcando a la letra: “Es voluntad del pueblo
mexicano constituirse en una república representativa, democrática, federal y
laica...”. Se piensa que con este propósito, el artículo 40 Constitucional se
fortalece como única posibilidad de impedir que México avance en la ruta hacia
un Estado confesional.
Ha
dicho Perramon, que en América Latina hay un enorme desafío. No menos de 30
partidos -con confesionales encubiertas-, en los Parlamentos de Brasil, Perú,
Guatemala, Colombia, o México, son los contemporáneos adversarios del laicismo y
la moral laica, que los masones consideramos como la expresión universal de los
derechos humanos, la tolerancia, la solidaridad, y el equilibrio social. Todo
apunta a que el laicismo tendrá que renovar esfuerzos que contribuyan a crear el
clima Latinoamericano para que se exprese la tolerancia, la justicia social y el
pleno derecho a la libertad de pensamiento y de conciencia.
Los
tiempos actuales nos muestran una tendencia, nada sutil, de convertir principios
religiosos en leyes de observancia obligatoria. Como ejemplo, un alto prelado
mexicano ha dicho recientemente, que “las leyes de Dios son antes que las leyes
humanas”. Y la Iglesia trabaja en ello. Por ejemplo, en más de la mitad del
territorio mexicano rigen leyes coincidentes con las eclesiásticas en penalizar
la interrupción del embarazo. Más de la mitad de las entidades federativas del
país, se han hecho eco en las encíclicas domingueras y defienden una doble
moral, como argumento de soslayo frente a los derechos de la mujer de decidir su
vida en el marco de su propia ética y valores humanos. Pero hay más ejemplos.
Hoy en día es común escuchar el sermón dominical orientado a la inducción o a la
discriminación de tal o cual partido político. Ejemplo más marcado, resulta en
la intolerancia y segregación que promulga la educación confesional en el país.
Todo esto, separando más que uniendo a los mexicanos.
Las
fuerzas tradicionales contrarias al concepto de laicidad cuentan con el apoyo de
ciertas organizaciones civiles. Olvidan que los mexicanos mayoritariamente
católicos son los mismos que han dado sus vidas en defensa del Estado laico,
porque no confunden -aunque los inducen a la confusión-, que laico no es
sinónimo de ateo ni agnóstico, sino una garantía de libertad de creer o no creer
y de un trato respetuoso entre el gobierno, la ciudadanía, y las organizaciones
religiosas, sin preferencias en ningún sentido.
Sin
embargo, no es suficiente que -sólo con la separación de la Iglesia y del
Estado- se logre un Estado Laico. Se requiere como base de la obra, una
ciudadanía que crezca, que se eduque, que madure, que se desarrolle en un
universo de paz, de diversidad, de cultura humanística, y de pluralidad política
y religiosa.
¿EN QUÉ CONSISTE EL
LAICISMO?
Algunos
lo definen como “el derecho que tiene el hombre a desarrollar sus facultades
libre de toda influencia clerical”. Para otros, es “toda actividad humana exenta
de influencias religiosas”. Pero, en nuestra concepción masónica “laicismo es
una aspiración hacia lo verdadero, lo bello, al bien, la tendencia a adherirse a
una perfección siempre más grande en el dominio de cada individuo, en la pequeña
esfera de su vida espiritual y material, en su conducta con respecto a sus
semejantes, las cosas y las ideas”. Etimológicamente, el término deriva de la
voz griega “Laos” que significa pueblo, de donde se deduce que laico es
el nombre del pueblo. Deriva también de la palabra latina “Laice” que
significa “el que no desempeña papel o cargo eclesiástico en forma oficial o
reglamentaria”. Considerando ambos conceptos, se deduce que “laico” es
ser ajeno al ministerio sacerdotal.
Tanto
las derivaciones etimológicas, como las definiciones mencionadas, permiten
sostener que laico no es aquella persona contraria a la religión, a la
divinidad, o aquel que vive en permanente agresividad contra la Iglesia. Sino
más bien, que propugna porque las religiones se practiquen con ecuanimidad y sin
soslayo; en los templos y en los hogares, pero no en las oficinas, lugares de
trabajo, escuelas, o espacios de utilidad pública. Siguiendo el concepto, no se
debe confundir laico, laicismo y laicidad con ateo, anticlerical o anárquico. En
su fundamento, laicismo es el sentir democrático y tolerante, pues no combate
ninguna idea o sentimiento religioso; los respeta y los deja al dominio
exclusivo de las conciencias; pero, sí señala el peligro que significa la
intolerancia religiosa, combatiéndola, porque ésta es en ocasiones, una
institución de privilegio, especula con la conciencia, induce el temor y la
superstición, y crea un estado de derecho propio dentro del Estado cívico que la
cobija. El laicismo se caracteriza fundamentalmente por ser adogmático; es
decir, no imponer convicciones particulares como si ellas fueran verdades
absolutas y universales que nadie tiene ni tendrá derecho a dudar ni refutar.
El
nacimiento del laicismo fue marcado por la necesidad de evitar que el manejo de
la sociedad, a través del Estado, quedara sumido bajo arbitrio confesional. El
origen del laicismo se ubica entre las primeras manifestaciones humanas contra
la opresión del fanatismo y la imposición de creencias deístas, basadas en la
mitología de las sociedades primitivas. El despertar de sus facultades psíquicas
y ante la inmensidad del espacio infinito, planteó al hombre la inquietud de
preguntarse ¿Quién soy? ¿De dónde vengo”? ¿Hacia dónde me dirijo? Preguntas que
surgieron ante las viejas idolatrías, que formó la base del pensamiento de los
hombres primigenios de Asia y Oriente y, que más tarde en Occidente, pasó al
cristianismo, quién lo acuñó en preceptos dogmáticos negando -hasta nuestros
días- el avance intrépido de la ciencia. El instrumento eclesiástico ha
funcionado, porque el dogma siempre se ha valido de la ignorancia, para
precipitar a la humanidad en el abismo de lo sobrenatural, conduciéndola y
subordinándola a sus propios intereses históricos de poder.
En la Grecia
clásica, a medida que los filósofos adquirieron conocimiento de la Naturaleza,
llegaron a la conclusión de que el Olimpo era solamente una especulación
intelectual. Nada existía por encima del ser humano, salvo el espacio
inconmensurable, el sol, la luna y las estrellas. Postura avanzada y
revolucionaria para su época, que tuvo una violenta oposición; significando para
algunos filósofos la exclusión o incluso la muerte. Más tarde la Inquisición nos
recuerda hechos de barbarie e irracionalidad cometidos por la Iglesia dominante,
con el objetivo de sojuzgar cualquier pensamiento de libertad. La matanza de San
Bartolomé, la cruzada contra los Cátaros, el indigno juicio a Jaques de Molay,
la ultrajante retractación de Galileo, el silencio de Copérnico, la cacería de
brujas en la Edad Media, la inmolación de Giordano Bruno, de Servet y tantos
otros, que sería largo de enumerar, muestra a mártires de todos los tiempos que
defendieron su posición de laicos con valor y sacrificio en aras del pensamiento
humano en franca evolución.
Occidente se
encuentra en una encrucijada marcada por nuevos fenómenos representados por la
globalización, la cultura plural, la identidad nacional, y la violencia radical.
Explica Palomino que estos factores parecen llegar en un momento en el que el
mito de la progresiva secularización de las sociedades ha dado paso a la
realidad de un creciente protagonismo del factor religioso, dentro y fuera de
nuestra civilización. Occidente se encuentra frente a diversos desafíos que
exigen buscar modelos de relaciones entre los países y las religiones capaces de
encauzar la convivencia pacífica, democrática y respetuosa de los derechos
humanos. Tal cauce no puede ser alcanzado desde un separatismo entendido de
forma rígida, sino desde modelos de acomodación y cooperación, que permitan
también la relevancia pública de las creencias.
El laicismo, ha
tenido el vigor necesario para responder al catolicismo que pretende convertirse
en actor político y reclamar espacios que sobrepasan los márgenes de la
tolerancia y la libertad de pensamiento al pretender reglamentar la vida
personal y oprimir la vida ciudadana. A ninguna religión se le puede permitir
desbordar los límites de la conciencia individual y colectiva.
La marcha de la
humanidad no puede ser detenida. Los hombres liberan sus conciencias; se
asocian; aprenden; razonan y disienten. La Revolución Francesa dio el golpe de
gracia a la ignorancia y a la opresión; monarquía e iglesia fueron rechazadas
ambos por igual. El hombre laico se agigantó. Se liberó. Proclamó doctrinas
ocultas o ignoradas. Libertad!, Igualdad!, Fraternidad, bajo el manto de la
Tolerancia!, son las nuevas banderas contemporáneas desplegadas en las mentes y
corazones de los que tienen fe en la fuerza interior, en el trabajo constante,
en el digno destino de los valores humanos. Entonces la instrucción laica
levanta la mano como emblema de la educación para la libertad, es la preparación
integral para la vida democrática que se caracteriza por el respeto de las ideas
ajenas aunque estas sean opuestas a las propias. Como lo expresó Voltaire, en su
Tratado de la Tolerancia,… “no comparto su opinión pero estoy dispuesto a dar la
vida por su derecho a mantenerla”. Y dos siglos más tardes Indira Gandhi
fortalece el concepto, diciendo: “elegimos el laicismo no como una negación de
la religión, sino como una afirmación que todas las religiones son sagradas y,
en base de ello, para dar mayor libertad a nuestro pueblo y para contar con la
máxima participación popular en los asuntos de la nación, y hemos elegido a la
democracia como base de nuestra política”.
ANÁLISIS Y CONCLUSIÓN
La
concepción francmasónica ha existido en todos los momentos de la historia;
durante el judaísmo; antes del cristianismo; con el cristianismo; con el
protestantismo; durante la Reforma; con la expansión occidental del Islam;
durante el oscurantismo; en la Edad Media; y desde entonces hasta la actualidad.
En la cultura occidental es inevitable hablar de Masonería y Religión cuando nos
referimos al concepto de Laicismo. Durante la Edad Media, masonería e iglesia
colaboraron entre sí. Los masones fueron los constructores de las maravillosas
catedrales góticas, vanagloria del arte cristiano. Si la masonería existió desde
antes, y colaboró luego, ¿cómo puede presentarse a la masonería en rivalidad y
enemistad con la religión, y presentarla como si tal enemistad fuera la razón de
ser de la masonería? En realidad, la pugna entre la masonería y la Iglesia se
desvirtuó desde el principio; la conciencia individual no contaba, y degeneró en
una guerra política por el poder. Desde los tiempos primigenios la masonería ha
condenado el ateísmo respetando las creencias religiosas de cada hombre y
pretendiendo su elevación moral; por lo tanto, siempre ha sido una escuela de
formación de hombres libres, una escuela de filosofía y humanismo, nunca de
teología. De hecho, siempre ha estado prohibido discutir en las Logias de
religión y política. Entonces: ¿Cuáles son los
temores de la Iglesia? ¿Qué motivo había para que los sumos pontífices
condenaran la masonería tan drásticamente? ¿Podría deberse a la mentalidad
anglicana y protestante de los fundadores? ¿A la vocación política y unitaria
que tuvo en algunos países desde sus comienzos? ¿A la libertad de pensamiento?
¿Al secretismo de sus rituales y liturgias? ¿O quizá al laicismo que se
desprendía de sus postulados?
Si los católicos
reflexionaran sin estar cohibidos por la intolerante intransigencia de la
Iglesia que les prohíbe leer las obras de gran cultura, o les coarta su libertad
de pensamiento. Si los católicos estudiaran someramente otras religiones,
convendrían con nosotros los masones, en lo absurdo que es el odiar a otros
hijos del Ser Supremo porque, nacidos en otras latitudes invocan a Dios con otro
nombre. ¿No ven cuán inocente es el que nace en una creencia, porque sus padres
se lo imbuyen?; y ¿Cuán natural puede ser que al crecer disientan y decidan
cumplir con la leyes de la moral, la ética y el amor, desde otra concepción
filosófica?;… porque son las mismas leyes para todos los hombres, para todas las
razas, y para todas las religiones. Católicos, protestantes, judíos y musulmanes
quieren resolver sus diferencias con sangre y todos quieren tener un Dios hecho
a su medida, que los ampare, que los acepte y favorezca; pero que también los
justifique en sus desmanes, excesos e intereses; y los absuelva.
Sin
motivos religiosos, el papa Clemente XII en 1738 promulgó la bula “In
eminente” tildando a los masones como herejes y con pena de excomunión.
Iniciándose así una larga separación condenatoria, reiterado por Benedicto XIV
en 1751, Pio VII en 1821, León XII en 1825, Pío IX en 1845, 1865, 1869 y otras,
León XIII en 1884 y 1902, Pio X en 1906, Pio XI y Pío XII, Benedicto XV en 1917,
durante el papado de Juan Pablo II, Joseph Ratzinger [más tarde convertido en
Benedicto XVI en la década del 2000] publicó una declaración condenatoria contra
los masonería y contra los clérigos que la siguieran, el 27 de Noviembre de
1983. Cuán lábil es el concepto de libertad para la Iglesia. La Iglesia niega
el derecho a la libertad. En el “Syllabus” y “Quanta cura”, del papa Pío
IX, se condena la libertad de pensar, la libertad de imprenta, de enseñanza, de
asociación; todas las libertades que el hombre ha conquistado con sangre de
innumerables mártires. Pero paradójicamente, la Iglesia pidió libertad cuando
los Césares la persiguieron en los albores del cristianismo, ofreció libertad
cuando sus convocatorias se desvanecieron incitando a nuevas cruzadas, y pidió
libertad cuando careció de poder político durante la Edad Media. Poder que no le
compete, porque el sabio eslogan nos recuerda que el poder pertenece al Cesar y
la Iglesia a Dios. La libertad no es moneda de cambio.
No obstante las
luchas que motivó la separación entre Iglesia y Estado, observamos que aquella
pretende volver sus pasos para nuevamente atemorizar las conciencias, única
alternativa de sobrevivencia en el siglo XXI. Ante la pérdida de hegemonía e
influencia, la vemos emerger con nuevos bríos, reforzada en el presente con un
nuevo fanatismo frente al actual progreso del pensamiento humano.
El laicismo es
patrimonio de la soberanía popular y de la libre determinación de hombres y
mujeres, porque permite la emancipación de todos aquellos poderes ocultos que
limitan la justicia, la libertad -educacional y religiosa-, y la expresión de
todos los proyectos éticos contemporáneos. La sociedad no es un recinto
teologal, sino un lugar de entendimiento humanista, de respeto a todas las
creencias y base legítima del Estado.
Ninguna doctrina
mejor que el laicismo para que los valores inapreciables de la tolerancia y la
justicia se desarrollen y crezcan a favor del respeto a la libertad de
pensamiento, a la dignidad y destino de hombres y mujeres, tantas veces
postergados por sus creencias, su raza, su nacionalidad, o su educación. El
laicismo jamás ha pretendido reemplazar la política o la religión; sólo ha
reclamado que todos los factores de la sociedad abran paso a la espiritualidad y
a los valores positivos que armonizan, dignifican y enaltecen. La masonería
practica el laicismo para servir a la humanidad, porque es un camino válido para
una verdadera fraternidad. Comprende que los dogmas han sido siempre factor de
desunión y resentimiento, que obstaculizan la armonía y el buen entendimiento.
La masonería no es
enemiga sino de la intolerancia. Como es enemiga de la violencia. De la
injusticia y de toda tiranía. Donde hay intolerancia, está enfrente la
masonería, como defensa y baluarte de la igualdad, la libertad y la fraternidad.
Igualdad de razas y de orígenes. Libertad de pensamiento. Libertad de creencias.
Libertad política. La sana libertad que pregona eternamente la Naturaleza, donde
no hay más coacción ni tiranía que las leyes naturales que nadie puede infringir
o modificar sin sufrir las consecuencias de la infracción.
El marco
institucional del país no excluye ni persigue las creencias religiosas; al
contrario las protege a las unas frente a las otras. En la sociedad laica, cada
Iglesia debe tratar a los demás como ella misma quiere ser tratada. De modo que
es necesaria una disposición tolerante de la religión que no induzca los dogmas
propios en obligaciones para todos; como tampoco oriente a sus creyentes en
homologar “pecado” con “delito legal”. Porque son las religiones quienes tienen
que acomodarse a las leyes de la República, nunca al revés. Dice Savater, que la
educación pública aceptable debe enseñar la realidad científica y el civismo
establecido como válido para todos, no lo inverificable que acepta como
auténtico las normas de cualquier Iglesia. La ciencia, la educación, al arte, la
creatividad, y el gobierno, no pueden estar limitados por la opresión del
pensamiento arbitrario e intolerante.
El laicismo no puede
estar ajeno a la evolución de la verdad y en ello el reenfoque de la ciencia
hacia el campo de la filosofía. El siglo XX trajo avances enormes. En física,
los nuevos conceptos de Einstein y Hawking modificaron radicalmente nuestra
percepción del universo. Frente a la concepción mecanicista de Descartes y
Newton, surgió una visión holística y ecológica. Los científicos se vieron
conmovidos por los descubrimientos de Darwin. Pero, al final, fueron
recompensados con profundas introvisiones respecto de la naturaleza de la
materia y su relación con el medio ambiente y la mente humana. Para muchos
físicos contemporáneos, la nueva realidad es ecológica, y va mucho más allá de
las preocupaciones inmediatas por la protección del medio ambiente. Es una
percepción de la realidad que se extiende por sobre el marco de referencia
científico hacia una conciencia intuitiva de la unidad de la vida entera. Es el
reconocimiento de la interdependencia de sus múltiples manifestaciones y sus
ciclos naturales de cambio y transformación. Esta nueva cosmovisión de materia,
energía, vida y conciencia, no puede claudicar frente al dogmatismo religioso.
Esta nueva visión de la realidad tiene repercusiones para la ciencia, la
filosofía, la religión y, obviamente, más temprano que tarde permeará a la
sociedad hacia un nuevo sistema de valores, y el laicismo estará ahí presente
para el justo equilibrio.
En palabras de Ríos
Bruno, “la laicidad es un aspecto del Derecho Natural, nuestro derecho a no ser
esclavizados por dogmas, es nuestro derecho a ser respetados en la libre
formación de nuestra personalidad y también nuestra obligación de respetar
similares ideas de los demás”. En época contemporánea también vale la pena citar
a Silva Cima, cuando destaca con un pensamiento universal: “es evidente que la
cultura emergente aún no entrega mensajes muy definidos. Pero es un proceso que
está en marcha a nivel mundial. Y en todo el planeta las fuerzas conservadoras,
como la Iglesia Católica, intentan impedir su desarrollo pleno. Es precisamente
esta actitud conservadora de quienes ejercen el poder la que ha producido el
cuestionamiento de instituciones tales como partidos políticos tradicionales,
grandes corporaciones transnacionales, instituciones estatales encargadas de
impartir justicia, educación y salud. Mientras la transformación está
ocurriendo, la cultura declinante se rehúsa a cambiar, aferrándose aún más a sus
ideas caducas. Pero debemos tener claro que las acciones de corto plazo no
pueden impedir la evolución social. Se trata de cambios de gran magnitud, que no
se frenan con artimañas políticas o religiosas. A lo más, podrán retrasar
levemente un proceso general, pero es imposible que detengan la evolución”.
La máxima
aspiración de la Orden es la implantación del Estado Laico, cuya primera etapa
quedó instaurada en la Constitución Mexicana de 1917; pero cuya implantación
definitiva habrá de ser realidad en este siglo XXI. Aspiramos a que la razón e
inteligencia haya de gobernar la existencia de la organización civil. Aspiramos
a que el Estado laico defienda y proteja la personalidad en formación de los
niños y jóvenes, frente al atropello de la educación confesional que inculca
dogmas irracionales fomentando temores para subordinar la conciencia. Aspiramos
a erradicar los empujes teocráticos de algunas Iglesias, los sectarismos étnicos
y nacionalistas, que pretenden someter los derechos de la ciudadanía a un
determinismo segregacionista. Aspiramos a un Estado laico que no tenga religión
oficial sino promulgue el libre culto a las ideas filosóficas. Aspiramos a
formar ciudadanos, no devotos. Aspiramos a que la variedad de creencias llegue a
ser un motivo de enriquecimiento y coexistencia, y no una lastimosa experiencia
de conflictos generados por intransigencia, dogmatismos y desprecio a la
diversidad. Aspiramos a que todas las religiones deben estar subordinadas a la
Constitución de la República y sus Leyes. Aspiramos a que la enseñanza de las
religiones deba ser con criterio de universalismo cultural. Aspiramos a que la
Nación tengas los más altos niveles educativos y de cultura, para todos y sin
exclusión. Aspiramos a que estos principios cobren mayor vigencia en este siglo
XXI.
Debemos reconocer
al pensamiento laico contemporáneo, el avance sustancial de la ciencia y la
tecnología, la libertad de prensa, la libertad de conciencia, la libertad de
cultos, los cementerios laicos, el matrimonio civil, el registro civil, la
educación pública, y la separación constitucional entre la Iglesia y el Estado.
El laicismo es luchar por lo nuestro. Es abrir las ventanas de la incomprensión
y la justicia y es luchar sin tregua contra todos los fanatismos que enlodan la
tarea común del bienestar irrevocable de la humanidad. Laicismo involucra la
idea de libre examen, el derecho que tiene el hombre de conocer, analizar y
sacar conclusiones según sus propias facultades. El laicismo es la rebelión de
la razón ante la imposición del dogma. Es el desarrollo libre del espíritu.
“Nada gratifica más al final del camino
que haber empleado la vida construyendo verdades”
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