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Luis-Alejandro-YArancibia

LAICISMO Y MASONERÍA
por el H:.M:. Luis Alejandro Yáñez-Arancibia
R:.L:.S:. Pleno Día No. 3
Gran Logia Unida Mexicana de LL:.AA:. MM:. Gr:.Or:. de Veracruz


 “Cualquiera sea la raza del hombre, cuando la luz ilumina su alma, ésta adquiere el brillo del diamante místico y ni su color ni su origen entran en juego” [Tierno Bucard, Filósofo Africano]

 

INTRODUCCIÓN

 

El laicismo, con mayor o menor éxito,  ha sido capaz de enfrentar totalitarismos religiosos, dogmas eternos e inamovibles, poderes sacramentales, o tiranías políticas, que han subyugado la conciencia y la libertad del espíritu. Ya en 1520, el Obispo español Diego de Landa hizo quemar en una plaza pública los libros Mayas, tesoros plenos de sabiduría y espiritualidad.  Tres siglos más tarde, el 4 de diciembre de 1860 Benito Juárez promulgó en México la Ley de Libertad de Cultos. Cuatro años más tarde, Maximiliano asume como Emperador de México, después de la visita que en 1862 le hiciera en Trieste el Obispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos. Pero, la relación entre el representante de la Iglesia y el Emperador se distanció a partir de 1865, cuando Maximiliano -contrario a lo esperado- proclamó la libertad de cultos. Sorpresivo para el Clero,  cuando algunos esperaban que con su presencia se nulificara la ley de Juárez.

          La Constitución de 1917 estableció la condición de Estado laico de la República Mexicana. La separación de los ámbitos de actuación de la Iglesia y del Estado. Pero, en Febrero del 2010 se reacomoda el Artículo 40 constitucional para volver a establecer que la conducción política de la República debe estar separada de las injerencias eclesiásticas. Es decir, se reitera que México es un estado Laico en respuesta  a que la  Iglesia está conduciéndose más allá de sus atribuciones, rebasando umbrales políticos, éticos y sociales de la conducta humana y la organización ciudadana. La reforma del artículo 40 de la Constitución agrega la palabra “laica”, y amplía su intención original de proteger principios básicos, recalcando a la letra: “Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una república representativa, democrática, federal y laica...”. Se piensa que con este propósito, el artículo 40 Constitucional se  fortalece como única posibilidad de impedir que México avance en la ruta hacia un Estado confesional.

          Ha dicho Perramon, que en América Latina hay un enorme desafío. No menos de 30 partidos -con confesionales encubiertas-, en los Parlamentos de Brasil, Perú, Guatemala, Colombia, o México, son los contemporáneos adversarios del laicismo y la moral laica, que los masones consideramos como la expresión universal de los derechos humanos, la tolerancia, la solidaridad, y el equilibrio social. Todo apunta a que el laicismo tendrá que renovar esfuerzos que contribuyan a crear el clima Latinoamericano para que se exprese la tolerancia, la justicia social y el pleno derecho a la libertad de pensamiento y de conciencia.

          Los tiempos actuales nos muestran una tendencia, nada sutil, de convertir principios religiosos en leyes de observancia obligatoria. Como ejemplo, un alto prelado mexicano ha dicho recientemente, que “las leyes de Dios son antes que las leyes humanas”. Y la Iglesia trabaja en ello. Por ejemplo, en más de la mitad del territorio mexicano rigen leyes coincidentes con las eclesiásticas en penalizar la interrupción del embarazo. Más de la mitad de las entidades federativas del país, se han hecho eco en las encíclicas domingueras y defienden una doble moral, como argumento de soslayo frente a los derechos de la mujer de decidir su vida en el marco de su propia ética y valores humanos. Pero hay más ejemplos. Hoy en día es común escuchar el sermón dominical orientado a la inducción o a la discriminación de tal o cual partido político. Ejemplo más marcado, resulta en la intolerancia y segregación que promulga la educación confesional en el país. Todo esto,  separando más que uniendo a los mexicanos.

          Las fuerzas tradicionales contrarias al concepto de laicidad cuentan con el apoyo de ciertas organizaciones civiles. Olvidan que los mexicanos mayoritariamente católicos son los mismos que han dado sus vidas en defensa del Estado laico, porque no confunden -aunque los inducen a la confusión-, que laico no es sinónimo de ateo ni agnóstico, sino una garantía de libertad de creer o no creer y de un trato respetuoso entre el gobierno, la ciudadanía, y las organizaciones religiosas, sin preferencias en ningún sentido.

          Sin embargo, no es suficiente que -sólo con la separación de la Iglesia y del Estado- se logre un Estado Laico. Se requiere como base  de la obra, una ciudadanía que crezca, que se eduque, que madure, que se desarrolle en un universo de paz, de diversidad, de cultura humanística, y de pluralidad política y religiosa.

 

¿EN QUÉ CONSISTE EL LAICISMO?

 

Algunos lo definen como “el derecho que tiene el hombre a desarrollar sus facultades libre de toda influencia clerical”. Para otros, es “toda actividad humana exenta de influencias religiosas”. Pero, en nuestra concepción masónica “laicismo es una aspiración hacia lo verdadero, lo bello, al bien, la tendencia a adherirse a una perfección siempre más grande en el dominio de cada individuo, en la pequeña esfera de su vida espiritual y material, en su conducta con respecto a sus semejantes, las cosas y las ideas”. Etimológicamente, el término deriva de la voz griega “Laos” que significa pueblo, de donde se deduce que laico es el nombre del pueblo. Deriva también de la palabra latina “Laice” que significa “el que no desempeña papel o cargo eclesiástico en forma oficial o reglamentaria”. Considerando ambos conceptos, se deduce que “laico” es ser ajeno al ministerio sacerdotal.

          Tanto las derivaciones etimológicas, como las definiciones mencionadas, permiten sostener que laico no es aquella persona contraria a la religión, a la divinidad, o aquel que vive en permanente agresividad contra la Iglesia. Sino más bien, que propugna porque las religiones se practiquen con ecuanimidad y sin soslayo; en los templos y en los hogares, pero no en las oficinas, lugares de trabajo, escuelas, o espacios de utilidad pública. Siguiendo el concepto, no se debe confundir laico, laicismo y laicidad con ateo, anticlerical o anárquico. En su fundamento, laicismo es el sentir democrático y tolerante, pues no combate ninguna idea o sentimiento religioso; los respeta y los deja al dominio exclusivo de  las conciencias; pero, sí señala el peligro que significa la intolerancia religiosa, combatiéndola, porque ésta es en ocasiones, una institución de privilegio, especula con la conciencia, induce el temor y la superstición, y crea un estado de derecho propio dentro del Estado cívico que la cobija. El laicismo se caracteriza fundamentalmente por ser adogmático; es decir, no imponer convicciones particulares como si ellas fueran verdades absolutas y universales que nadie tiene ni tendrá derecho a dudar ni refutar.        

          El nacimiento del laicismo fue marcado por la necesidad de evitar que el manejo de la sociedad, a través del Estado, quedara sumido bajo arbitrio confesional. El origen del laicismo se ubica entre las primeras manifestaciones humanas contra la opresión del fanatismo y la imposición de creencias deístas, basadas en la mitología de las sociedades primitivas. El despertar de sus facultades psíquicas y ante la inmensidad del espacio infinito, planteó al hombre la inquietud de preguntarse ¿Quién soy? ¿De dónde vengo”?  ¿Hacia dónde me dirijo? Preguntas que surgieron ante las viejas idolatrías, que formó la base del pensamiento de los hombres primigenios de Asia y Oriente y, que más tarde en Occidente, pasó al cristianismo, quién lo acuñó en preceptos dogmáticos negando -hasta nuestros días- el avance intrépido de la ciencia. El instrumento eclesiástico ha funcionado, porque el dogma siempre se ha valido de la ignorancia, para precipitar a la humanidad en el abismo de lo sobrenatural, conduciéndola y subordinándola a sus propios intereses históricos de poder.        

          En la Grecia clásica, a medida que los filósofos adquirieron conocimiento de la Naturaleza, llegaron a la conclusión de que el Olimpo era solamente una especulación intelectual. Nada existía por encima del ser humano, salvo el espacio inconmensurable, el sol, la luna y las estrellas. Postura avanzada y revolucionaria para su época, que tuvo una violenta oposición; significando para algunos filósofos la exclusión o incluso la muerte. Más tarde la Inquisición nos recuerda hechos de barbarie e irracionalidad cometidos por la Iglesia dominante, con el objetivo de sojuzgar cualquier pensamiento de libertad. La matanza de San Bartolomé, la cruzada contra los Cátaros, el indigno juicio a Jaques de Molay, la ultrajante retractación de Galileo, el silencio de Copérnico, la cacería de brujas en la Edad Media, la inmolación de Giordano Bruno, de Servet y tantos otros, que sería largo de enumerar, muestra a mártires de todos los tiempos que defendieron su posición de laicos con valor y sacrificio en aras del pensamiento humano en franca evolución.

          Occidente se encuentra en una encrucijada marcada por nuevos fenómenos representados por la globalización, la cultura plural, la identidad nacional, y la violencia radical. Explica Palomino que estos factores parecen llegar en un momento en el que el mito de la progresiva secularización de las sociedades ha dado paso a la realidad de un creciente protagonismo del factor religioso, dentro y fuera de nuestra civilización. Occidente se encuentra frente a diversos desafíos que exigen buscar modelos de relaciones entre los países y las religiones capaces de encauzar la convivencia pacífica, democrática y respetuosa de los derechos humanos. Tal cauce no puede ser alcanzado desde un separatismo entendido de forma rígida, sino desde modelos de acomodación y cooperación, que permitan también la relevancia pública de las creencias.

          El laicismo, ha tenido el vigor necesario para responder al catolicismo que pretende convertirse en actor político y reclamar espacios que sobrepasan los márgenes de la tolerancia y la libertad de pensamiento al pretender reglamentar la vida personal y oprimir la vida ciudadana. A ninguna religión se le puede permitir desbordar los límites de la conciencia individual y colectiva.

          La marcha de la humanidad no puede ser detenida. Los hombres liberan sus conciencias; se asocian; aprenden; razonan y disienten. La Revolución Francesa dio el golpe de gracia a la ignorancia y a la opresión; monarquía e iglesia fueron rechazadas ambos por igual. El hombre laico se agigantó. Se liberó. Proclamó doctrinas ocultas o ignoradas. Libertad!, Igualdad!, Fraternidad, bajo el manto de la Tolerancia!, son las nuevas banderas contemporáneas desplegadas en las mentes y corazones de los que tienen fe en la fuerza interior, en el trabajo constante, en el digno destino de los valores humanos. Entonces la instrucción laica levanta la mano como emblema de la educación para la libertad, es la preparación integral para la vida democrática que se caracteriza por el respeto de las ideas ajenas aunque estas sean opuestas a las propias. Como lo expresó Voltaire, en su Tratado de la Tolerancia,… “no comparto su opinión pero estoy dispuesto a dar la vida por su derecho a mantenerla”. Y dos siglos más tardes Indira Gandhi fortalece el concepto, diciendo: “elegimos el laicismo no como una negación de la religión, sino como una afirmación que todas las religiones son sagradas y, en base de ello, para dar mayor libertad a nuestro pueblo y para contar con la máxima participación popular en los asuntos de la nación, y hemos elegido a la democracia como base de nuestra política”.

 

ANÁLISIS Y CONCLUSIÓN

 

La concepción francmasónica ha existido en todos los momentos de la historia; durante el judaísmo; antes del cristianismo; con el cristianismo; con el protestantismo; durante la Reforma; con la expansión occidental del Islam; durante el oscurantismo; en la Edad Media; y desde entonces hasta la actualidad. En la cultura occidental es inevitable hablar de Masonería y Religión cuando nos referimos al concepto de Laicismo. Durante la Edad Media, masonería e iglesia colaboraron entre sí. Los masones fueron los constructores de las maravillosas catedrales góticas, vanagloria del arte cristiano. Si la masonería existió desde antes, y colaboró luego, ¿cómo puede presentarse a la masonería en rivalidad y enemistad con la religión, y presentarla como si tal enemistad fuera la razón de ser de la masonería? En realidad, la pugna entre la masonería y la Iglesia se desvirtuó desde el principio; la conciencia individual no contaba, y degeneró en una guerra política por el poder. Desde los tiempos primigenios la masonería ha condenado el ateísmo respetando las creencias religiosas de cada hombre y pretendiendo su elevación moral; por lo tanto, siempre ha sido una escuela de formación de hombres libres, una escuela de filosofía y humanismo, nunca de teología. De hecho, siempre ha estado prohibido discutir en las Logias de religión y política.  Entonces: ¿Cuáles son los temores de la Iglesia? ¿Qué motivo había para que los sumos pontífices condenaran la masonería tan drásticamente? ¿Podría deberse a la mentalidad anglicana y protestante de los fundadores? ¿A la vocación política y unitaria que tuvo en algunos países desde sus comienzos? ¿A la libertad de pensamiento? ¿Al secretismo de sus rituales y liturgias? ¿O quizá al laicismo que se desprendía de sus postulados?  

          Si los católicos reflexionaran sin estar cohibidos por la intolerante intransigencia de la Iglesia que les prohíbe leer las obras de gran cultura, o les coarta su libertad de pensamiento. Si los católicos estudiaran someramente otras religiones, convendrían con nosotros los masones, en lo absurdo que es el odiar a otros hijos del Ser Supremo porque, nacidos en otras latitudes invocan a Dios con otro nombre. ¿No ven cuán inocente es el que nace  en una creencia, porque sus padres se lo imbuyen?; y ¿Cuán natural puede ser que al crecer disientan y decidan cumplir con la leyes de la moral, la ética y el amor, desde otra concepción filosófica?;… porque son las mismas leyes para todos los hombres, para todas las razas, y para todas las religiones. Católicos, protestantes, judíos y musulmanes quieren resolver sus diferencias con sangre y todos quieren tener un Dios hecho a su medida, que los ampare, que los acepte y favorezca; pero que también los justifique en sus desmanes, excesos e intereses; y los absuelva.        

         Sin motivos religiosos, el papa Clemente XII en 1738  promulgó la bula “In eminente” tildando a los masones como herejes y con pena de excomunión. Iniciándose así una larga separación condenatoria, reiterado por Benedicto XIV en 1751, Pio VII en 1821, León XII en 1825, Pío IX en 1845, 1865, 1869 y otras, León XIII en 1884 y 1902, Pio X en 1906, Pio XI y Pío XII, Benedicto XV en 1917, durante el papado de Juan Pablo II, Joseph Ratzinger [más tarde convertido en Benedicto XVI en la década del 2000] publicó una declaración condenatoria contra los masonería y contra los clérigos que la siguieran, el 27 de Noviembre de 1983.   Cuán lábil es el concepto de libertad para la Iglesia. La Iglesia niega el derecho a la libertad. En el “Syllabus” y “Quanta cura”, del papa Pío IX, se condena la libertad de pensar, la libertad de imprenta, de enseñanza, de asociación; todas las libertades que el hombre ha conquistado con sangre de innumerables mártires. Pero paradójicamente, la Iglesia pidió libertad cuando los Césares la persiguieron en los albores del cristianismo, ofreció libertad cuando sus convocatorias se desvanecieron incitando a nuevas cruzadas, y pidió libertad cuando careció de poder político durante la Edad Media. Poder que no le compete, porque el sabio eslogan nos recuerda que el poder pertenece al Cesar y la Iglesia a Dios. La libertad no es moneda de cambio.

          No obstante las luchas que motivó la separación entre Iglesia y Estado, observamos que aquella pretende volver sus pasos para nuevamente atemorizar las conciencias, única alternativa de sobrevivencia en el siglo XXI. Ante la pérdida de hegemonía e influencia, la vemos emerger con nuevos bríos, reforzada en el presente con un nuevo fanatismo frente al actual progreso del pensamiento humano.

          El laicismo es patrimonio de la soberanía popular y de la libre determinación de hombres y mujeres, porque permite la emancipación de todos aquellos poderes ocultos que limitan la justicia, la libertad -educacional y religiosa-, y la expresión de todos los proyectos éticos contemporáneos. La sociedad no es un recinto teologal, sino un lugar de entendimiento humanista, de respeto a todas las creencias y base legítima del Estado.

          Ninguna doctrina mejor que el laicismo para que los valores inapreciables de la tolerancia y la justicia se desarrollen y crezcan a favor del respeto a la libertad de pensamiento, a la dignidad y destino de hombres y mujeres, tantas veces  postergados por sus creencias, su raza, su nacionalidad, o su educación. El laicismo jamás ha pretendido reemplazar la política o la religión; sólo ha reclamado que todos los factores de la sociedad abran paso a la espiritualidad y a los valores positivos que armonizan, dignifican y enaltecen. La masonería practica el laicismo para servir a la humanidad, porque es un camino válido para una verdadera fraternidad. Comprende que los dogmas han sido siempre factor de desunión y resentimiento, que obstaculizan la armonía y el buen entendimiento.

          La masonería no es enemiga sino de la intolerancia. Como es enemiga de la violencia. De la injusticia y de toda tiranía. Donde hay intolerancia, está enfrente la masonería, como defensa y baluarte de la igualdad, la libertad y la fraternidad. Igualdad de razas y de orígenes. Libertad de pensamiento. Libertad de creencias. Libertad política. La sana libertad que pregona eternamente la Naturaleza, donde no hay más coacción ni tiranía que las leyes naturales que nadie puede infringir o modificar sin sufrir las consecuencias de la infracción.

          El marco institucional del país no excluye ni persigue las creencias religiosas; al contrario las protege a las unas frente a las otras. En la sociedad laica, cada Iglesia debe tratar a los demás como ella misma quiere ser tratada. De modo que es necesaria una disposición tolerante de la religión que no induzca los dogmas propios en obligaciones para todos; como tampoco oriente a sus creyentes en homologar “pecado” con “delito legal”. Porque son las religiones quienes tienen que acomodarse a las leyes de la República, nunca al revés. Dice Savater, que la educación pública aceptable debe enseñar la realidad científica y el civismo establecido como válido para todos, no lo inverificable que acepta como auténtico las normas de cualquier Iglesia. La ciencia, la educación, al arte, la creatividad, y el gobierno, no pueden estar limitados por la opresión del pensamiento arbitrario e intolerante.

          El laicismo no puede estar ajeno a la evolución de la verdad y en ello el reenfoque de la ciencia hacia el campo de la filosofía. El siglo XX trajo avances enormes. En física, los nuevos conceptos de Einstein y Hawking modificaron radicalmente nuestra percepción del universo. Frente a la concepción mecanicista de Descartes y Newton, surgió una visión holística y ecológica. Los científicos se vieron conmovidos por los descubrimientos de Darwin. Pero, al final, fueron recompensados con profundas introvisiones respecto de la naturaleza de la materia y su relación con el medio ambiente y la mente humana. Para muchos físicos contemporáneos, la nueva realidad es ecológica, y va mucho más allá de las preocupaciones inmediatas por la protección del medio ambiente. Es una percepción de la realidad que se extiende por sobre el marco de referencia científico hacia una conciencia intuitiva de la unidad de la vida entera. Es el reconocimiento de la interdependencia de sus múltiples manifestaciones y sus ciclos naturales de cambio y transformación. Esta nueva cosmovisión de materia, energía, vida y conciencia, no puede claudicar frente al dogmatismo religioso. Esta nueva visión de la realidad tiene repercusiones para la ciencia, la filosofía, la religión y, obviamente, más temprano que tarde permeará a la sociedad hacia un nuevo sistema de valores, y el laicismo estará ahí presente para el justo equilibrio.

          En palabras de Ríos Bruno, “la laicidad es un aspecto del Derecho Natural, nuestro derecho a no ser esclavizados por dogmas, es nuestro derecho a ser respetados en la libre formación de nuestra personalidad y también nuestra obligación de respetar similares ideas de los demás”. En época contemporánea también vale la pena citar a Silva Cima, cuando destaca con un pensamiento universal: “es evidente que la cultura emergente aún no entrega mensajes muy definidos. Pero es un proceso que está en marcha a nivel mundial. Y en todo el planeta las fuerzas conservadoras, como la Iglesia Católica, intentan impedir su desarrollo pleno. Es precisamente esta actitud conservadora de quienes ejercen el poder la que ha producido el cuestionamiento de instituciones tales como partidos políticos tradicionales, grandes corporaciones transnacionales, instituciones estatales encargadas de impartir justicia, educación y salud. Mientras la transformación está ocurriendo, la cultura declinante se rehúsa a cambiar, aferrándose aún más a sus ideas caducas. Pero debemos tener claro que las acciones de corto plazo no pueden impedir la evolución social. Se trata de cambios de gran magnitud, que no se frenan con artimañas políticas o religiosas. A lo más, podrán retrasar levemente un proceso general, pero es imposible que detengan la evolución”.

          La máxima aspiración de la Orden es la implantación del Estado Laico, cuya primera etapa quedó instaurada en la Constitución Mexicana de 1917; pero cuya implantación definitiva habrá de ser realidad en este siglo XXI. Aspiramos a que la razón e inteligencia haya de gobernar la existencia de la organización civil. Aspiramos a que el Estado laico defienda y proteja la personalidad en formación de los niños y jóvenes, frente al atropello de la educación confesional que inculca dogmas irracionales fomentando temores para subordinar la conciencia. Aspiramos a erradicar los empujes teocráticos de algunas Iglesias, los sectarismos étnicos y nacionalistas, que pretenden someter los derechos de la ciudadanía a un determinismo segregacionista. Aspiramos a un Estado laico que no tenga religión oficial sino promulgue el libre culto a las ideas filosóficas. Aspiramos a formar ciudadanos, no devotos. Aspiramos a que la variedad de creencias llegue a ser un motivo de enriquecimiento y coexistencia, y no una lastimosa experiencia de conflictos generados por intransigencia, dogmatismos y desprecio a la diversidad. Aspiramos a que todas las religiones deben estar subordinadas a la Constitución de la República y sus Leyes. Aspiramos a que la enseñanza de las religiones deba ser con criterio de universalismo cultural. Aspiramos a que la Nación tengas los más altos niveles educativos y de cultura, para todos y sin exclusión. Aspiramos a que estos principios cobren mayor vigencia en este siglo XXI.

          Debemos reconocer al pensamiento laico contemporáneo, el avance sustancial de la ciencia y la tecnología, la libertad de prensa, la libertad de conciencia, la libertad de cultos, los cementerios laicos, el matrimonio civil, el registro civil, la educación pública, y la separación constitucional entre la Iglesia y el Estado. El laicismo es luchar por lo nuestro. Es abrir las ventanas de la incomprensión y la justicia y es luchar sin tregua contra todos los fanatismos que enlodan la tarea común del bienestar irrevocable de la humanidad. Laicismo involucra la idea de libre examen, el derecho que tiene el hombre de conocer, analizar y sacar conclusiones según sus propias facultades. El laicismo es la rebelión de la razón ante la imposición del dogma. Es el desarrollo libre del espíritu.

 

 

“Nada gratifica más al final del camino que haber empleado la vida construyendo verdades”

 



Bibliografía

 

Gran Logia de Chile, 1995. Curso de Docencia para Instructores Masones. Club de la República, Ediciones de la Gran Logia de Chile, Santiago, 516 pp.

 

Malán, Hugo, 2008. Visiones sobre el Laicismo. Panel "Iglesia en un Estado Laico", XX Asamblea de la Iglesia Metodista en Uruguay, 18 julio 2008. Iglesia Evangélica Valdense del Río de la Plata Uruguay. Reproducido por Masones Regulares, 4 pp. Prensa Ecuménica www.ecupres.com.ar

 

Palomino, Rafael, 2008. Laicicidad, Laicismo, Ética Pública: Presupuesto en la Elaboración de Políticas para Prevenir Radicalización Violenta. Athena Intelligence Journal, Vol 3, No 4, pp.77-97.

 

Perramon Q., Edgar, 2004. El Laicismo en la Hora de su Unidad. Primer Seminario Latinoamericano de Laicismo, Santiago de Chile 27-30 Octubre, 2004. La Universidad de la República, el Centro de Acción Laica de Bélgica, y el Instituto Laico de Estudios Contemporáneos. Reproducido por Masones Regulares, 6 pp.

 

Ríos Bruno, G., s/año. Laicismo. Plancha de Trabajo R:.L:.S:. Constructores del Templo No. 156, Gr:. L:. del Uruguay. Reproducido por Masones Regulares, 6 pp.

 

Savater, Fernando, 2004. El Laicismo: Cinco Tesis. Periódico El País 03.04.2004. En Biblioweb de sinDominio. Reproducido por Masones Regulares, 3 pp.

 

Silva Cima, Enrique, 2004. Laicismo y Masonería. Primer Seminario Latinoamericano de Laicismo, Santiago de Chile 27-30 Octubre, 2004. La Universidad de la República, el Centro de Acción Laica de Bélgica, y el Instituto Laico de Estudios Contemporáneos. Reproducido por Masones Regulares, 10 pp.



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