La Masonería encarna una vía iniciática por medio
de la cual aún es posible, en un Occidente oscuro y enfermo, vincularse
efectivamente a la Tradición Unánime y Primordial. Se trata de un Arte en el
que se han acrisolado símbolos, ritos y mitos de orden cosmogónico que reyes,
guerreros y hombres de oficio han reconocido, desde tiempos inmemoriales, como
soportes de realización metafísica.
El neófito iniciado en los misterios del Arte Real recibe una influencia
espiritual que opera su regeneración psíquica, esto es, su renacimiento o toma
de conciencia de sí como hombre verdadero. Este despertar se corresponde
simbólicamente con un recorrido desde un punto de una circunferencia hasta su
centro, y también con una cuenta atrás que parte del denario y termina en la
Unidad, principio generador de la multiplicidad implícita en la década. Acabado
el viaje por los pequeños misterios comienza, sin solución de continuidad, el
tránsito por los misterios mayores, la ascensión por el eje inmóvil en torno al
cual gira la rueda del devenir, o rayo que, atravesando el Sol, traza la vía
que devuelve el ser al seno del No–Ser.
Geometría, número y cosmogonía
El profano que solicita ser admitido en la Francmasonería redacta un testamento
filosófico en la Cámara de Reflexión ante los tres principios alquímicos. Tres
zonas de su cuerpo son desnudadas antes de ser conducido, privado de la vista,
hasta la puerta del Templo. Habiendo sido introducido en la Logia, cumple en
ella tres viajes, y recibe por fin la Luz al tercer golpe del mallete del
Venerable Maestro. El ternario preside el inicio de la edificación del templo
interior del francmasón al igual que la construcción del Cosmos, del cual la
Logia es una imagen perfecta.
Las teogonías más elevadas consideran un ternario principial constituido por un
principio superior o Ser puro (en la tradición hindú, Ishwara o Apara–Brahma;
en la tradición extremo–oriental, el "Gran Extremo" o Tai–ki) y la
primera de las dualidades surgida de la polarización de la Unidad (Purusha y
Prakriti en la tradición hindú; el Cielo, Tien, y la Tierra, Ti, en la
tradición extremo–oriental). El Ser o Unidad trascendente, en el seno del cual
se hallan indisolublemente unidas las dos polaridades del binario principial
anteriormente a toda diferenciación, presupone otro principio: el Brahma neutro
y supremo (para–brahma) del hinduismo, el Wu–ki del taoísmo, el No–Ser o Cero
metafísico del que nada puede ser predicado y que contiene al Ser que es su
afirmación.(1) Según
la Cábala, el Absoluto, para manifestarse, se concentra en un punto
infinitamente luminoso, dejando las tinieblas a su alrededor. Ese punto
luminoso es el Ser en el seno del No–Ser, la Unidad que afirma el Cero y de la
cual emanan las manifestaciones indefinidas del Ser.(2)
Así como el uno es el símbolo aritmético de la Unidad, el punto sin dimensiones
es la imagen geométrica del Ser. Su determinación en el seno del No–Ser es
análoga a la que una punta de un compás establece al apoyarse en una hoja de
papel. Se produce la polarización del uno–punto–Ser–Unidad en el binario al
apoyar la segunda punta del compás en la hoja. Los dos puntos determinados
sobre el papel están vinculados entre sí por medio del compás, y el segmento
recto que une ambos puntos es la proyección unidimensional de dicho vínculo
sobre el plano geométrico. Aritméticamente, la polarización de la Unidad se
puede simbolizar como el producto de dos números inversos entre sí:
1 = n x 1/n
Siendo n un número entero cualquiera. El producto n
x 1/n no es distinto de la Unidad; la dualidad aparece sólo al considerar
separadamente los dos elementos complementarios de dicho producto, indiviso en
el interior de la Unidad. Otra imagen numérica equivalente es la obtención del
dos por la suma de la Unidad con su reflejo, que es ella misma:
1 + 1 = 2
Esta operación simboliza de una manera nítida la
génesis del binario por la Unidad, y muestra que no hay nada en la naturaleza
de éste que sea distinto a la Unidad generatriz. La consideración distintiva de
la Unidad y de la dualidad produce el ternario:
2 + 1 = 3
Geométricamente, el ternario surge al trazar arcos de circunferencia centrados
en los dos polos del binario y cortarse entre sí, definiendo un tercer punto o
vértice. Si la abertura del compás es igual a la distancia entre los extremos
del binario, se obtiene, al unir los vértices dos a dos mediante segmentos
rectos, un triángulo equilátero que de nuevo evoca la no–diferencia entre la
Unidad y sus producciones duales.
La proporción áurea es una de las expresiones más sintéticas del carácter
interior del ternario formado por la Unidad y el binario. Esta proporción, a la
que en la antigüedad griega se designaba con la vigésima primera letra del
alfabeto (21 = 2 + 1 = 3), se obtiene al dividir un segmento
en dos partes de manera que la longitud de la parte menor sea a la de la mayor
como ésta a la longitud total del segmento dado. Se dice que la parte menor es
segmento áureo de la mayor y que la mayor lo es del segmento inicial. La
proporción áurea es la cantidad inconmensurable resultante del cociente entre
la longitud del segmento dado y la de su segmento áureo. Esta última se
determina geométricamente dibujando un triángulo rectángulo que tenga por
catetos el segmento dado y su mitad, y restando a la hipotenusa el cateto
menor.
La proporción áurea es la única proporción continua de tres términos (3) que se
puede construir con sólo dos términos distintos. El segmento y sus dos partes
son "tres que son dos, que son uno", el símbolo de una diferenciación
entre la Unidad percibida como objeto y el perceptor de dicho objeto contenidos
ambos en el reconocimiento ininterrumpido de una Unidad omnicomprensiva. Por
otra parte, dicha diferenciación prefigura las dimensiones primera y segunda de
la manifestación en el seno de la Unidad, lo cual es reflejado por la propiedad
geométrica de que si la longitud del segmento dado es la unidad de medida, las
medidas de sus partes en proporción áurea resultan ser una el cuadrado de la
otra (o recíprocamente, ésta la raíz de aquélla). (4)
La Unidad añadida al ternario produce el cuaternario. El Tao te King dice:
"El Tao dio a luz al Uno, el Uno dio a luz al Dos, el Dos dio a luz al
Tres, el Tres dio a luz a las innumerables cosas"(5), por lo que, en palabras de René
Guénon, "el cuatro, producido inmediatamente por el tres, equivale en
cierto modo a todo el conjunto de los números, y esto porque, desde que se
tiene el cuaternario, se tiene también, por la adición de los cuatro primeros
números, el denario, que representa un ciclo numérico completo: 1 + 2 +
3 + 4 = 10, que es, como lo hemos dicho ya en otras ocasiones, la
fórmula numérica de la Tetraktys pitagórica". (6) El cuatro es el símbolo de la Unidad
que se manifiesta; es el número que signa la manifestación, la cual se
despliega en un marco de referencia cuaternario compuesto de un espacio
tridimensional y el tiempo ( 3 + 1 = 4 ) en el que todos sus
elementos se hallan regidos por la ley de la tétrada: cuatro puntos cardinales,
cuatro estaciones del año, cuatro edades del hombre.
La representación geométrica del cuaternario en su aspecto estático es el
cuadrado, y en su vertiente dinámica, la cruz. La complementariedad de ambos
símbolos queda patente al inscribir las figuras en una circunferencia: una y
otra resultan de unir los cuatro vértices circunscritos mediante segmentos
rectos de las dos maneras que es posible hacerlo, cada uno con su contiguo o
bien cada uno con su opuesto. Los brazos de la cruz son como los radios de una
rueda que, dándole rigidez, afirman su giro en torno a su eje. Por contra, los
lados del cuadrado son como limaduras o planos de la rueda que detienen su giro
y la fijan. El trazado del cuadrado se efectúa a partir de la cruz uniendo
extremos contiguos de ésta. La cruz se construye en el interior de la
circunferencia, dibujando un diámetro y su perpendicular. Ello nos devuelve a
la consideración de que todo parte de un Centro único, que el cuaternario
manifiesta.
El tetraedro es la figura geométrica que expresa el cuaternario en la
tridimensionalidad. Su proyección vertical sobre el plano al que pertenece su
base es un triángulo equilátero cuyas tres alturas convergen en su centro,
reflejo de la cúspide del poliedro. El punto afirmado en el seno del triángulo
y la cima del tetraedro son imágenes del Verbo manifestado, por lo que se dice
que el cuatro es el número de la Manifestación. En la Logia, el punto cimero es
el ojo del Delta luminoso, o la iod del Tetragrama divino, símbolos ambos del
Gran Arquitecto del Universo a cuya gloria trabajan los masones.(7) El
cuaternario también es revelado por la planta en forma de cuadrado largo del
Templo masónico y del pavimento mosaico, cuyas dimensiones son igualmente
significativas (largo doble o triple que el ancho; rectángulo de litigios de
ancho 3 y largo 4; largo y ancho en proporción áurea, etc.).
El giro de la cruz alrededor de su centro –engendrando la circunferencia que,
en unión de su centro, representa al denario– es la expresión geométrica de la
circulación del cuadrante que la Tetraktys pitagórica simboliza aritméticamente
( 1 + 2 + 3 + 4 = 10 ). La cruz resuelve exactamente el
problema inverso de la cuadratura del círculo, dividiendo su área en cuatro
partes iguales, lo que se puede expresar numéricamente permutando los términos
de la anterior igualdad ( 10 = 1 + 2 + 3 + 4 ). (8) Para
cuadrar el círculo con un cuadrado cuya área sea igual a la del círculo dado se
requiere la intervención del quinario: se debe inscribir, en primer lugar, un
pentágono en el círculo; luego, un segundo pentágono cuyos vértices sean los
puntos medios de los arcos de circunferencia limitados por vértices adyacentes
del pentágono primero; y por último, otros dos pentágonos cuyos vértices se
hallan por la bisección de los arcos acotados respectivamente por un vértice
del primer pentágono y el vértice más próximo del segundo. Se obtiene así
cuatro pentágonos cuyos veinte vértices, que podemos numerar correlativamente,
se distribuyen uniformemente a lo largo de la circunferencia. Las rectas que
pasan por cuatro pares de vértices tales como el segundo y el quinto, el séptimo
y el décimo, el duodécimo y el decimoquinto, y el decimoséptimo y el vigésimo
delimitan un cuadrado cuya área es muy aproximadamente la del círculo dado. (9)
La suma de la Unidad y de su expansión cuaternaria considerada como una
realidad distinta a aquélla produce el quinario ( 4 + 1 = 5 ).
Podemos decir que el cinco es el símbolo de la Unidad reencontrada en la
Producción numérica, tal como la encrucijada de las cuatro direcciones
cardinales revela el centro de la cruz y del cuadrado del cual los brazos de
aquélla son sus diagonales. El cinco hace que todo retorne nuevamente a su
origen, igual que al cabo de las cuatro estaciones de un ciclo, la quinta es de
nuevo la primera. En el hombre, la quinta etapa de su vida, tras sus cuatro
edades, es un instante o punto en que se unen su muerte y su nacimiento, el
"aquí y ahora donde tiempo y espacio se funden en la unidad perfecta del
eterno presente". (10)
Ese punto, que se sitúa más allá de la tridimensionalidad y de la
temporalidad, se corresponde simbólicamente con el lugar donde se encuentran
las cuatro direcciones cardinales, esto es, con el centro de la cruz.
El cinco es el número del hombre, del microcosmos y del Compañero, grado de la
iniciación masónica al que se despierta contemplando la Estrella Flamígera de
cinco puntas tras cinco viajes de instrucción. En el Rito Escocés, Antiguo y
Aceptado, el viaje central simboliza el trabajo interior apoyado en la
meditación de los símbolos propios de las siete Artes Liberales, entre las que
se cuentan la Geometría y la Aritmética. La estrella pentagonal en cuyo centro
resplandece la letra G o la iod hebrea se refiere al Gran Arquitecto del
Universo y también al "perfecto iniciado que el masón se esfuerza por
ser".
El trazado geométrico de la estrella de cinco puntas se efectúa dividiendo una
circunferencia en cinco partes iguales y uniendo sus divisiones o vértices
alternadamente (el primero con el tercero, el tercero con el quinto, el quinto
con el segundo, etc.) mediante segmentos rectos hasta cerrar la línea poligonal
que así se describe, lo que se logra al cabo de dos circulaciones completas.
Para determinar los cinco vértices de la estrella hay que trazar dos diámetros
perpendiculares de la circunferencia dada, tales como el vertical y el
horizontal, y dibujar dos nuevas circunferencias interiores tangentes entre sí
y a la circunferencia inicial cuyos centros sean los puntos medios de los
radios que componen uno de los dos diámetros trazados. Los radios de dichas
circunferencias menores tienen una longitud mitad de la del radio de la
circunferencia inicial. Supongamos que los centros de las circunferencias
menores están alineados sobre el diámetro horizontal de la circunferencia
mayor; la recta que pasa por el extremo inferior del diámetro vertical y el
centro de una cualquiera de las circunferencias menores corta a ésta en dos
puntos. Dibujando, con centro en el extremo inferior del diámetro vertical de
la circunferencia mayor, arcos circulares con radios iguales a las distancias
entre dicho extremo y uno y otro de los puntos de corte antes determinados
sobre la circunferencia menor, las cuatro intersecciones de dichos arcos con la
circunferencia mayor resultan ser vértices de la estrella pentagonal. El quinto
vértice es el extremo superior del diámetro vertical de la circunferencia
inicialmente dada. (11)
Esta construcción geométrica, como todas las del Arte de las formas, es un
soporte precioso para meditar sobre la construcción del Cosmos a partir de la
Unidad, cuyo estadio intermedio está representado por el cinco. La curvatura de
las circunferencias interiores es análoga a la de la línea sinuosa que divide
las mitades clara y oscura del yin–yang binario. Asimismo, la suma de las
longitudes de esas dos circunferencias es igual a la de la circunferencia
primera, lo que es otra expresión simbólica de la polarización de la Unidad en
la dualidad. Por otra parte, la proporción áurea, relacionada con el ternario,
signa la geometría de la estrella de cinco puntas: están en proporción áurea
las distancias entre dos vértices alternos y dos vértices contiguos, como
también lo están la longitud de un brazo de la estrella y la de un lado del
polígono invertido que constituye su cuerpo. (12) La cruz de la que parte la
construcción geométrica descrita es la huella del cuaternario en la estrella
pentagonal; y si se trazan arcos tangentes a las circunferencias menores con
centro en cada uno de los dos extremos del diámetro vertical de la
circunferencia primera, de modo que los círculos menores queden inscritos en
una mandorla, la distancia entre los vértices de dicha mandorla resulta ser el
diámetro de una circunferencia cuya longitud es casi idéntica al perímetro de un
cuadrado circunscrito a la circunferencia inicial, produciéndose así la
circulación del cuaternario.
La consideración del conjunto de los seres individuales –simbolizados por el
número cinco– como algo aparentemente distinto de la Unidad que es su principio
y contenedor produce el senario ( 5 + 1 = 6 ), el símbolo
aritmético de la Creación y el macrocosmos. La expresión geométrica del senario
está implícita en la circunferencia, la cual es dividida en seis partes iguales
por su radio. El seis define, pues, el módulo de la rueda del devenir, el
trecho significativo que recuerda, en el ámbito de lo contingente, la
permanente unión entre el centro y los innumerables puntos de la
circunferencia, y también la unidad de medida del tiempo. (13, 14)
Uniendo entre sí de maneras diversas seis puntos uniformemente distribuidos
sobre la circunferencia se construyen distintas figuraciones geométricas del
senario. Trazando segmentos rectos entre pares de puntos contiguos obtenemos el
hexágono regular, cuyos lados son de longitud igual a la del radio de la
circunferencia en que se inscribe. Si además se unen tres vértices alternos del
hexágono con su centro, la figura resultante es la proyección del símbolo
tridimensional del senario, el cubo, sobre un plano perpendicular a una de sus
diagonales. Por otra parte, si los vértices distribuidos a lo largo de la
circunferencia que se unen con trozos de recta no son contiguos sino alternos
se obtiene la estrella de seis puntas o de David, o sello de Salomón, que
revela al senario como la unión del ternario inmanifestado y de su reflejo
invertido, ilusorio y cambiante en el plano creacional ( 3 + 3 = 6
), esto es, el producto de la polarización de la tríada principal ( 3 x
2 = 6 )
El cubo es la representación geométrica de la Ciudad Perfecta, la Jerusalén
Celeste, y también de la Logia, de la que se dice que tiene una longitud de
este a oeste, una anchura de norte a sur, una altura hasta el cenit y una
profundidad hasta el nadir. (15)
También tiene forma de cubo la piedra desbastada por el masón con las
herramientas propias del Arte Real, la cual, por el paralelismo y la rectitud
de sus caras, perpendiculares a las seis direcciones del espacio, es útil para
la construcción del templo interior: "... sin duda, siempre representa el
cubo el Ideal de la perfección humana, en cuanto se presente con absoluta
igualdad, rectitud y paralelismo tetragonal en las tres dimensiones de la vida
material, moral y espiritual, mientras en general la primera, que corresponde a
la longitud, prevalece en el estado y actividad ordinarios de la
humanidad". (16)
Dice el Génesis que Dios concluyó la Creación en seis días, "y cesó en el
día séptimo de toda la labor que hiciera". (17) El siete simboliza el reencuentro, en el plano
de la Creación, de la Unidad inmutable que es origen y síntesis de aquélla, lo
que se expresa aritméticamente mediante la suma de los siete primeros números
enteros: 7 = 1 + 2 + 3 + 4 + 5 + 6 + 7 = 28 = 2 + 8 = 10 = 1 + 0 = 1.
También se dice que el siete es el número de la Formación, consecuencia
inmediata de las distinciones que nuestra mente establece entre las cosas
creadas –representadas por el senario–, las cuales aparecen por ello revestidas
de formas.
La construcción del heptágono y de la estrella de siete puntas, imágenes
simbólicas del septenario, expresa geométricamente la observación exterior, si
es que puede llamarse así, que la mente efectúa de la manifestación proyectando
sobre ella las formas. (18) Para dividir una circunferencia en siete partes iguales y así
determinar los vértices de un polígono regular inscrito de siete lados, hay que
trazar un diámetro y dividirlo en siete segmentos de igual longitud. A
continuación, con radio igual al diámetro dibujado y centros en los dos
extremos de éste, se abren dos arcos circulares que se cortan en dos puntos
exteriores a la circunferencia. La recta que pasa por uno de estos puntos y por
la segunda de las seis divisiones marcadas sobre el diámetro con el fin de
dividirlo en siete partes iguales corta a la circunferencia en dos puntos.
Tomando la distancia entre el punto más próximo a la segunda división del
diámetro y el extremo del diámetro que se halla más cercano a dicho punto, y
portándola siete veces como cuerda de la circunferencia, hallamos los siete
vértices del polígono inscrito. (19) El heptágono se construye uniendo pares de
vértices contiguos, mientras que la estrella de siete brazos se obtiene
trazando una poligonal que pase por el primero de cada tres vértices (esto es,
uniendo el primer vértice con el cuarto, el cuarto con el séptimo, el séptimo
con el tercero, etc.), quedando cerrada al cabo de tres circulaciones
completas.
Siendo el cubo una expresión geométrica del senario, su centro, el punto en el
que se cortan los brazos de la cruz tridimensional formada por las alturas del
poliedro, representa al septenario en tanto que símbolo del retorno a la Unidad
principial, lo que también está simbolizado por el Sabbath judío y el domingo
cristiano; son días de descanso de la semana durante la cual, a imagen de la
Creación, transcurre el trabajo del hombre.
El siete es también la suma del tres y del cuatro ( 3 + 4 = 7
). El septenario puede ser contemplado, pues, como la unión de la tríada
principial presidida por el Logos y el cuaternario que de ella emana, a lo que
no es ajena la división de las antiguas siete Artes Liberales en tres artes de
la palabra o trivium (Gramática, Lógica y Retórica) y cuatro ciencias
cosmogónicas o quadrivium (Aritmética, Geometría, Música y Astronomía).
Geométricamente, la suma del ternario y del cuaternario es análoga a la coronación
de un cuadrado con un triángulo, siendo la figura resultante el alzado de la
piedra cúbica en punta, que, como el número siete, simboliza la perfección del
Arte Real. Siete masones hacen una Logia "justa y perfecta", como
siete notas completan la escala musical "que reproduce el sonido de los
siete planetas en su rotación". (20)
En el centro de las siete esferas planetarias se
encuentra la Tierra, símbolo del conjunto del mundo material que, en tanto que
producto de la Unidad y del mundo de las formas, está caracterizado por el
número ocho. Geométricamente, el ocho se puede representar mediante dos
cuadrados, uno inscrito en el otro y tales que los vértices de uno sean los
puntos medios de los lados del otro. Es la imagen del recipiente en el que se
combinan los cuatro principios alquímicos de la materia para producir la
sustancia del Universo, o del athanor en el que se vierten los siete metales de
la Gran Obra, caldero éste que no es otro que el alma del propio alquimista. La
forma del ocho evoca el continuo discurrir de las aguas del psiquismo que el
Adepto persigue aquietar.
El mercurio, con el que se relaciona el movimiento fluido de la psique, está en
correspondencia con la octava sefiroth del Arbol de la Vida cabalístico. (21)
El octógono es la expresión geométrica del carácter
intermediario que posee todo lo anímico y mercurial. Este polígono, que se
construye uniendo los extremos de dos cruces inscritas en una circunferencia
tales que los brazos de una sean las bisectrices de los ángulos rectos formados
por los brazos de la otra, es una forma constructiva de transición empleada en
los templos de la mayoría de las tradiciones para apoyar un domo o cúpula
hemisférica, referida al cielo, sobre una base cuadrada que simboliza la
estabilidad de la tierra. La forma octogonal es también la de las pilas
bautismales y los antiguos baptisterios de los templos cristianos. Se trata de
lugares de pasaje situados en el exterior o a la entrada de las iglesias, en
una ubicación intermedia entre un espacio profano y otro sagrado en la que se
opera un sacramento que, dentro de la esfera de lo individual, atañe al dominio
psíquico intermediario entre el espíritu y el cuerpo. (22, 23)
La muerte iniciática es otro tránsito con el que el ocho está relacionado,
podríamos decir, con mayor razón aún; como el bautismo cristiano, comporta un
segundo nacimiento, pero de una naturaleza distinta y superior por cuanto
produce, más allá de los efectos psíquicos de orden individual a los que se
circunscribe la regeneración por vía exotérica, una transmutación que conduce
al ser al punto de partida de una realización de orden supraindividual. (24)
El establecimiento de una (aparente) diferenciación entre la realización
material y la Unidad conduce al novenario ( 8 + 1 = 9 ). El
nueve es el símbolo de la multiplicidad indefinida, representada por los
indefinidos puntos de la circunferencia que se corresponden con las indefinidas
manifestaciones formales del Ser. (25) El nueve, como la circunferencia, retorna
sobre sí mismo incesantemente ( 9 = 9 + 8 + 7 + 6 + 5 + 4 + 3 + 2 + 1 =
45 = 4 + 5 = 9 ), lo que evoca el aspecto aprisionador de las formas
materiales de la manifestación, y en particular, del pellejo de que se halla
revestido el estado humano del Ser. No hay salida posible por la tangente a
merced de la corriente del devenir o intentando correr más que ella, (26) del
mismo modo que no hay salida del novenario multiplicando el nueve por otro
número entero, puesto que el resultado siempre es reducible al nueve. La única
salida de la circunferencia es interior, camino del centro o Unidad en la que
todo lo manifestado debe reabsorberse, completando el ciclo: 9 + 1 = 10
= 1 + 0 = 1.
Epílogo
El Aprendiz masón que ingresa en Logia toma asiento en la columna de
Septentrión. Se dice que es la región menos iluminada del templo, apta para
quien acaba de iniciar su andadura por la vía del Conocimiento y que
"todavía no es capaz de soportar una gran luz". Procedente del ámbito
de la manifestación total del Ser, simbolizada por el denario y por la rueda o
el círculo, comienza su camino de retorno a la Unidad, esto es, al centro de sí
mismo iluminando sus pasos con una aún débil claridad interior. Como el
personaje del noveno arcano del Tarot, farolillo en mano, avanza lentamente,
con paciencia y en soledad, regresando del nueve al ocho, del ocho al siete...
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Notas
1. René Guénon, La Gran Tríada, cap. II. Ed. Obelisco, 1986. volver
2. René Guénon, Sobre el Número y la Notación Matemática.
Cuadernos de la Gnosis Nº 4, pág. 7. Ed. Symbolos, 1994. volver
3. Relación proporcional de tres cantidades de las que una es el
término medio, de la forma a/b = b/c. En la proporción áurea, a es la
longitud del segmento dado, b la de su segmento áureo y c la de la parte menor.
volver
4. Ver Robert Lawlor, Geometría Sagrada, cap. V. Editorial
Debate, 1993. La "unidad de medida" a que nos referimos es una
longitud elegida por convención como escala con el fin de poder medir en
relación a ella las demás longitudes. Tratándose de una magnitud continua, es
divisible indefinidamente a diferencia de la unidad aritmética, la cual es
necesariamente indivisible y sin partes (ver René Guénon, Sobre el Número y la
Notación Matemática. Cuadernos de la Gnosis Nº 4, págs. 25-26. Ed. Symbolos,
1994). Por otra parte, si en la ecuación de la nota 3 se asigna un valor 1 a la
longitud a, c resulta ser el cuadrado de b, y recíprocamente, b la raíz
cuadrada de c. volver
5. Lao Tse, Tao te King, XLII. Versión de John C. H. Wu.
Editorial Edaf, 1993.volver
6. René Guénon, Los Principios del Cálculo Infinitesimal,
cap. IX volver
7. Ver Siete Maestros Masones, Símbolo, Rito, Iniciación.
La Cosmogonía Masónica, cap. 13. Ed. Obelisco, 1992. volver
8. René Guénon, Sobre el Número y la Notación Matemática.
Cuadernos de la Gnosis Nº 4, pág. 11. Ed. Symbolos, 1994. volver
9. Ver Robert Lawlor, op. cit. ., cap. VII. volver
10. Federico González, El Tarot de los Cabalistas, Vehículo
Mágico, cap. II. Editorial Kier, 1993. volver
11. Ver Robert Lawlor, op. cit., cap. VII. Otra manera más
sencilla y conocida de dividir la circunferencia en cinco partes iguales es
trazar dos diámetros perpendiculares de dicha circunferencia y abatir sobre uno
de ellos, por medio de un giro en torno al punto medio de uno de sus dos
semidiámetros, el segmento recto que une ese punto con un extremo del otro diámetro.
La distancia entre el citado punto medio y su correspondiente abatido es igual
a la distancia entre dos vértices consecutivos de una estrella de cinco puntas
inscrita en la circunferencia dada. volver
12. Ver Robert Lawlor, op. cit., cap. VI. volver
13. En el camino entre Jerusalén y Emaús, Cristo revela a
dos de sus discípulos el sentido interior de las Escrituras (Lc 24, 13-35).
Curiosamente, la distancia entre ambas poblaciones es de "sesenta estadios".
volver
14. No es casual que el día se divida en 6 x 4 = 24 horas, la
hora en 6 x 10 = 60 minutos y el minuto en 6 x 10 = 60 segundos. volver
15. Siete maestros masones, op. cit., cap. 29. volver
16. Ver Aldo Lavagnini, Manual del Compañero, pág. 126. Ed. Kier, 1992. volver
17. Gn 2, 2. volver
18. La inscripción en una circunferencia de un
heptágono o de su polígono estrellado equivalente se apoya en un punto
exterior a aquélla. volver
19. Esta construcción geométrica tiene una aplicación más
amplia. Si el diámetro de la circunferencia se divide en N partes iguales,
siendo N cualquier número entero mayor o igual a 3, se obtienen los vértices de
un polígono regular inscrito de N lados.
20. Siete maestros masones, op. cit., cap. 17. volver
21. Ver Federico González, op. cit., cap. 1. volver
22. Ver René Guénon, Símbolos Fundamentales de la
Ciencia Sagrada, cap. XLII. Ed. Eudeba, 1988. volver
23. Comprendida, o al menos entrevista la razón de ser de la
forma y el emplazamiento de la pila bautismal, su sustitución por un
barreño situado junto al altar, tan frecuente en las actuales celebraciones del
bautismo cristiano resulta tremendamente grotesca. volver
24. René Guénon, Aperçus sur l'Initiation, cap. XXIII.
Editions Traditionnelles, 1992.
25. René Guénon, Sobre el Número y la Notación
Matemática. Cuadernos de la Gnosis Nº 4, págs. 14-15. Ed. Symbolos, 1994. volver
26. Se diría que algo así es lo que persigue el mundo
moderno afanosamente: remando, llegar más rápido que el agua del río a la
cascada por donde debe precipitarse definitivamente. volver