Hoy 17 de febrero se cumplen 405 años del día
en que, en Campo dei Froi, la “Santa” Inquisición de la Iglesia Católica
procedió a quemar vivo, “con ramas verdes para que la agonía durara más”, al
gran teólogo y físico de la época: el iniciado Giordano Bruno, luego de
mantenerlo siete años en prisión sin lápiz ni papel para que no pudiera crear.
En 2000 los estudiantes de la universidad de
Roma le pusieron una placa en el lugar que reza: “Sus alumnos al Maestro”.
Giordano Filippo Bruno nació tres años después
del Concilio de Trento
(1545-1643), donde la iglesia Católica hizo del sacerdote un hombre diferente
al resto de los mortales y especialmente “elegido por Dios”. Fue filósofo,
astrónomo, matemático y profesor de la Universidad de Oxford. Sus teorías, hace más de 404 años,
anticiparon a la ciencia moderna. Se ordenó sacerdote en 1572 y cuatro años
después, poniendo en duda muchas de las enseñanzas del cristianismo y siendo,
por lo tanto, sospechoso de herejía, abandonó su orden religiosa, la Orden de Santo Domingo. En la
medida que madura y desarrolla su concepción filosófica, (que el mismo gustaba
definir como la "nolana filosofía" haciendo referencia a su ciudad
natal) y temiendo
por su seguridad, en busca de libertad de expresión, Bruno comienza
una vida que lo llevará a los principales países de Europa (Suiza, Francia, Inglaterra, Alemania y
Checoslovaquia). Estos años los dedicó
al estudio, a la reflexión, a la especulación, así como a escribir e impartir
conferencias. Durante su estancia de dos años en Londres (1583-1585), Bruno,
fue profesor en la Universidad de Oxford y escribió, así como publicó, seis
diálogos en italiano titulados sobre la
causa, principio y uno, Sobre el infinito Universo y los mundos, Sobre la cena
del Miércoles de Ceniza, La cábala del caballo Pegaso, La expulsión de la
bestia triunfante y Delirios heroicos. Estos volúmenes contienen los
elementos esenciales de su valiente cosmología, de su nueva epistemología, así
como de sus opiniones sobre ética, religión y teología.
Con su inquebrantable determinación, sus
creativas opiniones y controvertidos libros, Bruno retó a las férreas y atrincheradas
creencias de la fe Católica romana, a los prejuicios de los físicos y
astrónomos de su época, así como a la implacable autoridad conferida al punto
de vista aristotélico. Volvió a
Italia con la idea optimista de convencer al nuevo papa, Clemente VIII,
de algunas de sus controvertidas ideas.
Buscando
adeptos a su pensamiento, entablo conversaciones con la nobleza y la
aristocracia. Una de aquellas noches un joven noble, Giovanni Mocenigo, escucho
las blasfemias de Bruno y lo acuso
ante el Tribunal de la Santa Inquicisión:
“ Yo, Giovanni Mocerigo, hijo del muy ilustre señor
Marco Antonio, pongo en vuestro conocimiento, reverendísimos adres, por impulso
de mi conciencia y mandato de mi confesor, que oí decir muchas veces a
Giordano, conversando con él en mi
casa, que era blasfemia afirmar la transubstanciación del pan en carne; que no
le satisfacía ninguna religión; que era contrario a la misa; que cristo era un
pobre hombre cuyas perversas obras para seducir a las gentes justificaban su
crucifixión; que en Dios no puede haber distinción de personas, so pena de tenerle
por imperfecto; que el mundo es eterno y que hay infinitos mundos que Dios crea
continuamente, porque puede hacer cuanto quiere; que Cristo hizo milagros y tan
sólo aparentes, pues era mago como lo fueron los apóstoles, y que él, es decir,
Bruno, tiene poder sobrado para hacer más de cuanto ellos hicieron; que Cristo
repugnaba la muerte e hizo cuanto pudo para evitarla; que no hay castigo para
los pecado, y que las almas creadas por obra de la naturaleza pasan de un
animal a otro; y que así como los brutos animales han nacido de la corrupción,
así también los hombres han de nacer otra vez después de morir”.
Como consecuencia de esta acusación urdida por el joven noble, fue juzgado y
condenado primero por la Santa Inquisición de Venecia, en 1592 y después en
1593, por la Santa Inquisición romana.
A esta acusación respondió Giordano Bruno con la
siguiente profesión de fe, idéntica a la de los antiguos maestros:
“Creo que el universo es infinito como obra del divino
e infinito poder, porque hubiera sido indigno de la omnipotencia y de la bondad
de Dios crear un solo mundo finito pudiendo crear, además de este mundo,
infinitos otros. Por lo tanto, declaro que hay infinitos mundos parecidos al
nuestro, el cual, de acuerdo con el sentir de Pitágoras, creo que una estrella
de naturaleza análoga a la luna, a los otros planetas y demás astros, cuyo
número es infinito, y que todos estos cuerpos celestes son mundos innumerables
que constituyen el universo infinito en el espacio infinito, y esto es lo que
llamo universo infinito con innumerables mundos; y así tenemos dos linajes de
grandeza infinita en el universo y una multitud de mundos. Esto aparece a
primera vista contrario a la verdad si se compulsa con la fe ortodoxa. Además,
en este universo hay una providencia universal por cuya virtud todos los seres
viven, se mueven y perseveran en su perfeccionamiento. Esto lo entiendo en dos
sentidos: primero, a la manera como el alma está en todo el cuerpo y en cada
una de sus partes, a lo que llamo la naturaleza, sombra o huella de la
Divinidad; y segundo, a la manera como
esta Dios en todo y sobre todo, por esencia, presencia y potencia, no como
parte ni como alma, sino de mondo inefable.”
“Además, creo que todos los atributos de Dios son uno
solo y el mismo. De acuerdo con los más eminentes teólogos y filósofos concibo
tres atributos principales: poder, sabiduría y bondad, o mejor dicho, voluntad,
conocimiento y amor. La voluntad engendra todas las cosas; el conocimiento las
ordena; y el amor las concierta y armoniza. Así comprendo la existencia de
todas las cosas, pues nada hay que no participe de la existencia ni ésta es
posible sin esencia, de la propia manera que nada es bello sin belleza, y por
lo tanto nada puede escapar a la divina presencia. Así es que por raciocinio y
no por verdad substancial la distinción de Dios”.
“Creo que el universo con todos sus seres procede de
una Causa primera, por lo que no debe desecharse el nombre de creación a que,
según colijo, se refiere Aristóteles al decir que Dios es aquello de que el
universo y la naturaleza dependen. Así es que, según el sentir de Santo Tomás,
sea o no eterno el universo, considerado en razón de sus seres, depende de una
Causa primera y nada hay en él independiente”.
“Con respecto a la verdadera fe, prescindiendo de la
filosofía, ha de creerse en la individualidad de las divinas personas, y que la
sabiduría, el Hijo de la Mente, llamada por los filósofos inteligencia y por
los teólogos Verbo, tomó carne humana. Pero a la luz de la filosofía, dudo de
estas enseñanzas ortodoxas, aunque no recuerdo haberlo dado a entender
explícitamente, ni de palabra ni por escrito, sino de un modo indirecto, al
hablar de otras cosas que con toda sinceridad creo que pueden demostrarse por
natural juicio. Así, en lo referente al Espíritu Santo o tercera persona, no lo
comprendo de otra manera que como lo entendieron Salomón y Pitágoras, es decir,
como Alma del universo compenetrado con el universo, pues según Salomón: “El
Espíritu de Dios llena toda la tierra y contiene todas las cosas. Y esto
concuerda asimismo con la doctrina pitagórica expuesta por Virgilio en el Texto
de la Eneida: “De este espíritu, vida
del universo, procede, a mi entender, la vida y el alma de todo cuanto tiene
alma y vida. Además, creo en la inmortalidad del alma lo mismo que en el
cuerpo, pues en lo que a sustancia se refiere también el cuerpo es inmortal, ya
que no hay otra muerte que la disgregación, según parece inferirse de la
sentencia del Eclesiastés, que dice:
“Nada hay de nuevo bajo el sol. Lo que es será”.
Todos somos sus discípulos contra las tinieblas de los
dogmatismos, de la ignorancia y la crueldad, porque su fuego nos sigue
iluminando con su inteligencia y su valentía.