Los
masones mexicanos celebramos este año 2006 el Bicentenario del Natalicio de uno
de los hombres clave en la historia de México y seguramente un elemento central
del pensamiento humanista y político latinoamericano. Juárez es el adalid de
la República y el emancipador de las conciencias de un pueblo que vivió siglos
de mansedumbre espiritual y religiosa y que derivó en franco fanatismo,
alimentado por la ignorancia y la superstición promovidas por una clase
sacerdotal ambiciosa de riquezas y poder.
La
masonería —en México y en el mundo— reconoce la importancia de la formación
espiritual del hombre, y ella misma se proclama animada por el deseo del más
profundo religamiento; sus grados y diversos ritos y sistemas reconocen la
existencia de Dios, y solicita que sus aspirantes se pronuncien creyentes y,
posteriormente a sus miembros les solicita que jamás sean “estúpidos ateos
ni libertinos irreligiosos”. Tanto el Rito Escocés como el de York se
encuentran animados de la más pura aspiración de vincular al masón con lo
divino, y jamás los masones mexicanos nos hemos pronunciado en contra de
ninguna religión ni iglesia alguna. Tampoco jamás los masones mexicanos hemos
renunciado al hálito universal de la masonería regular, pero ante los embates
de un clero sedicente —como el que en México existió durante La Colonia y
durante el siglo XIX— los hombres de pensamiento progresista tuvieron que
salir a la palestra en defensa de los ideales de evolución y transformación
que la masonería proclama en su fuero más interno y que constituye el leit
motiv implícito en sus enseñanzas y rituales.
Juárez
fue uno de esos hombres, y la pléyade que le acompañó en su lucha —los
Hombres de la Reforma Liberal— son el mejor ejemplo de cómo los principios,
los postulados y las enseñanzas de la masonería deben sembrar la inquietud y
los ánimos de las instituciones sociales y políticas de los pueblos
evolucionados. Los Estados Unidos fueron fundados por masones y la Reforma
Liberal Mexicana es, sin duda alguna, la segunda fundación de nuestra República
y al mismo tiempo la inauguración definitiva que colocó a México entre las
naciones civilizadas del mundo. Así lo reconocieron en Europa, particularmente
Víctor Hugo, y así lo ha registrado también el mundo americano y de todo el
orbe.
A
Juárez se le celebra por su condición humana, llena de virtudes y defectos; a
Juárez se le reconoce por sus méritos enormes al ser el ejemplo más vivo de
la perseverancia en la lucha contra todas las adversidades juntas, ya en su vida
personal, ya en su caminar político. En su vida personal, Juárez emana de la
clase social e históricamente más marginada de México, la indígena. Benito
logra emanciparse, estudia, se hace abogado en medio de todos los reveses e
infortunios, consigue ser alto magistrado de justicia, diputado, gobernador de
su Estado natal —Oaxaca— y finalmente Presidente de la República. Enfrenta
a las potencias del mundo, combate la intervención francesa de Napoleón III y
a un efímero y oropelesco emperador austriaco —Maximiliano de Habsburgo—,
se enfrenta a uno de los cleros católico romanos más avariciosos e
intolerantes del mundo de su tiempo, enriquecido hasta la saciedad con más de
las dos terceras partes de las tierras de México en su poder —los llamados
“bienes de manos muertas”— y deseoso de ejercer preeminencia sobre el
poder terrenal del Estado, no obstante el célebre mandato cristiano que dispone
poner a Dios y al César, cada uno en su lugar y ámbito. Juárez se hace grande
por la adversidad, por sus ideales y por su triunfo moral sobre los enemigos de
la libertad y del progreso.
La
presencia de Juárez en la Masonería es indiscutible, aunque ciertamente los
datos históricos son variados. A México, la masonería le llega durante la
primera década del XIX y ya en 1824, Guadalupe Victoria, primer presidente del
México independiente, actúa como Gran Maestro de la Gran Logia Nacional
Mexicana, traída a nuestras tierras por Mr. Joel R. Poinsett, Ministro
Plenipotenciario del Gobierno norteamericano en México. Sin embargo, ya en 1806
se dice que Miguel Hidalgo, el iniciador de la gesta independentista de la Nueva
España, habría sido iniciado masón en una Logia sin nombre ni exacta ubicación
de la ciudad de México, pero no hay datos seguros al respecto. Esta Logia
probablemente haya sido de inspiración caditana, es decir, de las que fundó en
Cádiz don Francisco de Miranda para promover la Independencia de las Colonias
americanas: las Logias de los Caballeros Racionales y de Lautaro.
Recién
consumada la Independencia de México, en 1821, la sociedad mexicana enfrenta el
debate político fundamental de su historia: decidir si el nuevo país se
constituye en una república centralista o en una federalista. La masonería
desempeña, desde entonces, un papel crucial en la historia mexicana; el llamado
“rito escocés”, integrado por españoles peninsulares y algunos criollos
deseosos de mantener los privilegios virreinales, se pronuncia por un esquema de
organización política centralista. Los mestizos —la clase social
emergente— deciden luchar por un modelo de república federal y se agrupan en
el Rito York. Ambos sistemas de masonería se convierten en auténticos partidos
políticos y según cuenta don José María Mateos en su Historia
de la Masonería en México: 1806-1884, pronto las Logias dejaron de ser
tales y se convirtieron en camarillas de poder y de influencia. Los rituales y
el simbolismo masónico desaparecieron para constituirse en auténticos partidos
políticos en los que ser escocés
significaba ser centralista, y ser yorkino,
federalista. Había masones escoceses y yorkinos en calidad de diputados al
Congreso y el debate era tan fuerte que la fraternidad dejó de ser tal ante la
lucha por el poder y el triunfo de uno de los dos proyectos. Ganó, finalmente,
el proyecto de nación federal, es decir, el partido yorkino.
Nueve
masones de ritual —cinco de York y cuatro del Escocés—, masones de Logia,
de ceremonia y de simbolismo, hastiados de ver a las Logias convertidas en
partidos políticos, deciden separarse de sus talleres y fundan un sistema masónico
que prevaleció durante todo el siglo XIX y al que dieron por nombre el de «Rito
Nacional Mexicano». La fundación de este sistema masónico ocurrió en 1825.
Esta masonería —irregular a los ojos de las Grandes Logias americanas y
europeas, de adhesión británica— tuvo entre sus miembros a los más
preclaros varones mexicanos del siglo XIX, y fue una masonería que nació para
trabajar el ritual y el simbolismo iniciático ancestral. Pero el estado de las
cosas en la política mexicana, la sediciosa postura del clero católico
mexicano en sus afanes de controlar la educación y de mantener el control de la
política del país, así como sus enormes riquezas inmobiliarias y agrarias,
hizo que la bancada liberal se agrupara de nueva cuenta, pero ya no en las
facciones “yorkinas” y “escocesas”, sino ahora bajo las banderas de dos
fuerzas oponentes: liberales contra conservadores o dicho de otro modo: masones
contra clericales. La lucha fue enconada y derivó en una guerra civil, la
Guerra de Reforma, con caros desgastes sociales, económicos y políticos;
enconos que hoy en día florecen en la realidad mexicana, no obstante el triunfo
moral de la verdad contra el oscurantismo.
Para
muchos historiadores —sin datos fidedignos— Benito Pablo Juárez García se
habría iniciado en una de estas Logias del Rito Nacional Mexicano; no se sabe
si en la ciudad de México o en la de Oaxaca. Se propone acuciosamente la ciudad
de México y en la fecha del 15 de enero de 1847, precisamente en una Logia
presuntamente llamada “Independencia” No. 2. Los que opinan que la iniciación
ocurrió en Oaxaca, por 1833 o 1834, postulan que fue en una Logia del Rito York
denominada “Espejo de las Virtudes”, de las que fundó la Gran Logia
Nacional Mexicana de 1824. Pero don Rafael Zayas Enríquez,
sostiene que el evento ocurrió en la ciudad de México, y al efecto afirma:
Juárez
fue un francmasón que perteneció al Rito Nacional Mexicano, y en el que llegó
a obtener el grado Noveno, equivalente al grado 33° del Rito Escocés Antiguo y
Aceptado, que fue tan ferviente en la práctica masónica que su nombre se
conserva con veneración en todos los ritos, y muchas logias y cuerpos filosóficos
lo han adoptado como un símbolo sagrado.
Algunos
de los personajes que asistieron a la tenida de iniciación de dicha Logia del
Rito Nacional fueron los hermanos Manuel Crescencio Rejón, “el Pericles de
nuestros oradores”, don Valentín Gómez Farías, patriarca de la democracia y
entonces Presidente de la República, don Pedro Zubieta, Ministro de Hacienda,
Pedro Lemus, Comandante General del Distrito Federal y del Estado de México;
los hermanos Diputados federales José María del Río, Fernando Ortega,
Tiburcio Cañas y Francisco Banuet. También presenciaron el acto iniciático
—según se afirma— don Agustín Buenrostro, Joaquín Navarro, don Ambrosio
Moreno, Ministro del Tribunal Superior de Justicia, Miguel Lerdo de Tejada y
otras muchas personas distinguidísimas en las armas y en las letras. Dicen los
narradores que Benito Juárez, desde aquella noche de su iniciación, adoptó el
nombre simbólico de «Guillermo Tell», queriendo significar que habría de ser
enérgico y constante, tal como lo fue el héroe suizo en defensa de las
libertades patrias de su terruño.
Hay
que asentar que las fuentes aseguran que, para celebrar la iniciación masónica
de Juárez, fue habilitado como Templo masónico el salón de sesiones del H.
Senado de la República, y que la ceremonia de iniciación estuvo presidida por
el ilustre hermano don José María del Río, entonces Gran Maestro del Rito
Nacional Mexicano. Se dice que Juárez, además de haber elegido el nombre simbólico
del personaje suizo, quiso siempre, en todo momento y lugar, desempeñar el
puesto de Guarda Templo y ningún otro. Hay quienes sostienen que fue Venerable
Maestro en dos ocasiones de su Logia “Independencia” No. 2
El
natalicio de Benito Juárez, ocurrido en Guelatao, Oaxaca, México, un 21 de
marzo de 1806, coincide con una época de grandes agitaciones, en las que el eje
es la lucha por la libertad y el progreso. El siglo XVIII había legado a la
humanidad testimonios de grandeza intelectual en las obras de los
enciclopedistas franceses, inspiradores del liberalismo que habría de pugnar en
México el Dr. José María Luís Mora. Hijos de esta tradición libertaria son
Washington, Miguel Hidalgo, José María Morelos y Pavón, Sucre, San Martín,
Manzini, en Italia, Simón Bolívar, Bernardo
O’Higgins, Juárez y por supuesto Lincoln.
¿Por
qué Juárez se hizo masón? Seguramente porque percibió en la vieja Orden
Fraternal las simientes más puras de la fraternidad, de la caridad evangélica
y el mutuo socorro. Juárez se hizo masón, seguramente porque encontró que
ella no atacaba a ninguna religión —siendo él, y más tarde su esposa
Margarita, profundamente católicos—, porque observó en los masones el
respeto más arraigado a la libertad de cultos y porque comprendió que ser masón
era equivalente a ser librepensador y a la vez profundamente espiritual. Juárez
debió comprender en su fuero interno que si la masonería conservaba ciertas
ritualidades era porque quería perpetuar así la sabiduría del pasado remoto
de la humanidad y para garantizar en el mundo la permanencia de leyes,
principios y enseñanzas que conservan el carácter libérrimo de la condición
humana.
El
desempeño público de Juárez esta plagado de principios masónicos y
evidencia, a todas luces, su más calada vocación religiosa y espiritual. En
efecto, Juárez nunca fue enemigo de la Iglesia Católica, pues él mismo fue un
profundo católico; ni él, ni la masonería, ni los masones mexicanos han
expresado jamás oposición ni al cristianismo ni a la catolicidad del pueblo de
México. Lo único que Juárez —y los masones de hoy— pensamos y oponemos es
el carácter retrógrado del clero mexicano, el sistemático y ancestral odio
que los curas expresan hacia la masonería y los masones de México. ¿La razón?
Haberle dado a México las Leyes de Reforma, y con ellas el pase a la modernidad
jurídica y política expresadas en la separación del Estado y de la Iglesia,
la educación laica y respetuosa, la amortización de los bienes del clero, el
matrimonio civil —conservando el religioso— y otras bondades que solo los
espíritus timoratos y oscurantistas pueden llegar a temer y odiar con tanta
pasión como los curas mexicanos y sus seguidores de hoy y siempre.
El
elevado espíritu masónico de Benito Juárez tuvo su más fervorosa expresión
en el patriotismo y tolerancia con que condujo su vida personal, familiar y política.
El cumplimiento exacto de sus deberes masónicos y fraternales creando escuelas,
protegiendo la libertad de palabra y escrita y velando por el cumplimiento
preciso de las leyes constitucionales. ¿Por qué tanto odio de la iglesia
mexicana hacia Juárez y los masones?
Unos
datos masónicos finales:
En
febrero de 1847, Juárez fue electo vicepresidente de la Gran Logia La Luz; en
1854, luego de ser proclamado el Plan de Ayutla, recibió el Grado 7° del Rito
Nacional Mexicano, y en 1871 recibía el Diploma de Gran Inspector General del
Rito Escocés Antiguo y Aceptado del Supremo Consejo de España. Fue también
declarado miembro de honor de la masonería francesa.
En
los festejos del Bicentenario de su Natalicio, cuando el gobierno conservador
que hoy preside México le mira de soslayo y se ausenta de los actos
conmemorativos de una figura de talla internacional como la del Benemérito de
las Américas, muchos gobiernos, organizaciones e instituciones de América
Latina contribuyen con diversas acciones a recordar la obra de este hombre
inmortal.
Sea
pues, el ejemplo de Juárez, con sus vicios y virtudes, el referente de conducta
masónica y política para los masones de hoy y siempre, y valga, para los
imperios de hoy, su apotegma sublime: “Entre los individuos como entre las
naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.
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