Un
tema central del Tercer Grado, y fundamento de la filosofía masónica, es la «Inmortalidad
del Alma», e incluso se trata de un Landmark de la Orden. Sin embargo ─en
la vida profanizada de la Institución masónica contemporánea— los
pseudomasones, animados del espíritu positivista, han sustituido del modo más
fútil la Inmortalidad del Alma por la noción de “Inmortalidad de la idea
o del pensamiento”, desacreditando así el carácter esencialmente iniciático
y espiritual de la Masonería.[i]
Como explicaré después, este concepto es civil, histórico y profano, y nada
tiene de espiritual e iniciático como es el pensamiento masónico de fondo.
En
efecto, la estructura filosófica de la Masonería se funda en la existencia
de dios y no en la creencia en
Él. Esta idea es importante y requiere análisis filosófico para
comprenderla, pues el sentido común anima a la inteligencia irreflexiva a
acentuar las cosas de Dios en creencias, devociones e incluso supersticiones. El
pensamiento masónico, y la estructura misma de la Orden, tienen como base la
noción de Dios como Gran Arquitecto del Universo, y el debate aquí no lo
centro en su sentido teísta o deísta, sino en la realidad de su existencia.
Derivado de la existencia absolutamente necesaria de una Causa Primera, el
argumento masónico concluye, a su vez, la existencia del Alma, y agrega el carácter
inmortal de la misma. El sentido de la inmortalidad no es en la Masonería de
carácter religioso, sino iniciático y el Tercer Grado franco americano, que es
el que practicamos y conocemos en México[ii]
acude a la Ley Palingenésica ─que
pocos han podido comprender— y también a la Metempsicosis— en el sentido en
que la entendían los antiguos filósofos─
para argumentar el asunto de la inmortalidad del alma.
Explicar cómo entiendo estos dos conceptos será tema de otro artículo, pero
advierto que no veo ideas claras al respecto. No obstante, es menester decir que
ni la Inmortalidad del Alma, ni la palingenesis ni la metensicosis misma, pueden
ser entendidas ─en
el contexto masónico─
sin apelar al drama hirámico y al proceso ceremonial de la muerte
y resurrección que vive el
Maestro Arquitecto del Templo del Rey Salomón, Hiram Abif.[iii]
En
el simbolismo masónico se puede afirmar que todo esta expresado de modo sistémico,
es decir, ningún elemento simbólico, ningún significado, ningún referente
ceremonial está desligado uno del otro, y tienen todos ellos que ser sometidos
a una heurística integral, esto es, holística, justo para poder colegir
interpretaciones y sentidos coherentes. En este sentido, y en el marco de la
palingenesia y de la metempsicosis, la noción de “inmortalidad de la idea”,
en sustitución de la del alma, es
simplemente absurda, confusa y desatinada. También tenemos otro problema:
nuestro simbolismo —como todos los sistemas simbólicos— es polisémico,
y ello nos pone retos filosóficos y lógicos no fácilmente superables, sobre
todo cuando se incurre en la no menos desatinada mezcla de culturas cuando lo
mismo se usa el judaísmo —la cábala— que las influencias hindúes y de
otra índole.
Entrando
en materia, habría que empezar diciendo que muchos masones sostienen que la
proposición de la inmortalidad ─
¿acaso un axioma?─,
tanto como la de la existencia misma de Dios, son dogmas al mejor estilo de la
escolástica vaticana. Sostengo que afirmar algo así constituye un atentado al
pensamiento masónico y una expresión que denuncia un evidente desconocimiento
del asunto. Ciertamente, en el último de los casos, habrá que advertir que
“dogma” alude a un punto central de doctrina, no necesariamente religiosa, y
además nunca será en Masonería una imposición para establecer una
“creencia” sin reflexión o aceptación del sujeto.[iv]
Nadie puede ser expulsado de la Orden porque de pronto declara que duda, o
incluso niega, la existencia de Dios; el escéptico, si persiste, habrá de
llegar a la pregunta obvia: ¿Qué hago aquí en la Institución? Una vez que se
contesta será él quien abandone la Logia porque asume que se engaña a sí
mismo y engaña a los demás. Las constituciones andersonianas claramente señalan
que el masón, “si comprende bien el Arte no será estúpido ateo ni libertino
irreligioso”, y hay que decir que ateo no es quien no
cree en Dios, sino quien niega su
existencia, que es cosa bastante diferente.
Respecto
de la inmortalidad del alma, debo establecer siete considerándoos básicos:
La
Masonería no sostiene la tesis de la reencarnación. No existe ningún postulado en la literatura ritual
de la Orden que sostenga o insinué semejante aseveración. No al menos en los
grados del Rito Escocés, tampoco en los del Rito York. Respeta, en cambio, a
quienes sostengan una postura en ese sentido, aunque no sea una posición o una
tesis masónica per se.
La
Masonería tampoco sostiene la doctrina de la trasmigración de las almas, esto es, el hecho de que un alma pueda
pasar de un cuerpo a otro y residir, por ejemplo, en otro hombre o incluso
en un animal. Estas dos ideas constituyen el eje del pensamiento hindú, pero
son completamente ajenas al carácter y a las vías iniciáticas originales de
la Masonería. El sentido literal y doctrinal de la «metempsicosis» abona esta
idea, pero el ritual del Tercer Grado —que se ufana de aclararla o de
deslindarla de “ideas equivocadas”— no explica, sin embargo, el
significado “masónicamente correcto” de esta noción.[v]
La Masonería respeta a quienes aducen estas ideas, pero no existe documento
oficial de la Orden, en ningún Rito o sistema, que declare esta doctrina.
Tampoco
postula la Masonería una “salvación eterna” en el sentido cristiano. El
masón que está en el «Eterno Oriente» no se halla en un “suspense”
durmiendo en un “cementerio” —que significa justamente “dormitorio”—
esperando el acceso al paraíso celestial. El creyente cristiano una vez muerto
cree que duerme en el “cementerio” esperando el juicio final. La Masonería
postula que con la muerte el cuerpo se destruye, pero el Alma viaja
perpetuamente hacia Dios.[vi]
Tampoco
la Masonería se adhiere a la revolución de la genética y de los hallazgos
científicos acerca de las “células madre”, o a la posibilidad
perfectamente científica de congelar esperma y de fecundar óvulos y de esa
manera proyectar en el tiempo al donador, haciéndole “inmortal”.
Mucho
menos ha expresado nuestra Orden, que yo sepa, alguna tesis a favor o en contra
de la clonación humana. No existen elementos rituales, ni siquiera
pronunciamientos masónicos colegiados, de carácter general y aceptado, que
aludan a semejante declaración, que si bien es científica, no es masónica. No
hasta el momento actual.
La
ceremonia de exaltación al Tercer Grado masónico —en los rituales franco
americanos practicados en México— alude al drama hirámico, cuyo núcleo
esencial es la muerte y la resurrección
iniciática en el sentido de los Antiguos Misterios, y cuyo
referente más explícito son los Antiguos Misterios egipcios. De esta suerte,
cada compañero exaltado introyecta el espíritu iniciático y la esencia misma
de Hiram Abif; es decir, cada “Fellow” se introduce en las entrañas mismas
de la Masonería por medio de la representación ritual personificada por el
legendario y simbólico Hiram, uno de nuestros tres Grandes Maestros.
Con
estos elementos rituales y simbólicos, que no son solo una simple representación
actuada, sino una vivencia iniciática real, cada masón exaltado se convierte,
en el terreno simbólico, quizá metafísico, en el mítico Hiram renovado en
cada recipiendario.
Ahora
bien: ¿Cuál es el sentido de la Inmortalidad del Alma según
la Masonería «franco americana» que se practica en México y en América
latina?[vii]
La
noción de la inmortalidad del alma no se funda en una creencia,
sino en una convicción generada por la investigación filosófica y por
la experiencia iniciática, espiritual y personalísima que el masón va
construyendo a través de su vida y de su experiencia en la Orden. El
conocimiento masónico ─más
que aprendido en textos─
es una realidad asumida por vívida
experiencia, y precisamente en esto consiste el «secreto de la Orden».[viii]
La ceremonia y los símbolos le constituyen como secreto vivido, y le van
configurando gradualmente, de modo que las proposiciones acerca de la existencia
de Dios y de la inmortalidad son el resultado claro y definido de una
“iluminación interior” ─“intuición”,
dirían los filósofos─.
Por esta razón, la inmortalidad del alma no es un dogma teológico —en el
mejor estilo vaticano— sino la expresión misma de una evidencia: la evidencia
de la continuidad que es, como sabemos, una realidad indiscutible del
Universo. Esto es: la inmortalidad es un continuum
sucesivo en la existencia del Universo y la vida es un fluido que transita
el cosmos eternamente. La vida es una constante del universo porque es una
expresión de Dios.
En
Masonería, la inmortalidad del alma no es un escapismo existencial, sino una
realidad suprema, y por ello no se basa en una creencia, sino en un hecho
natural y comprobable. El cahier oficial
del Tercer Grado, en la Gran Logia “Unida Mexicana”, define la inmortalidad
del siguiente modo:
El
pensamiento elevándose a su propia idealidad y tomando posesión de su propia
divinidad.
Esto
es: el pensamiento es “ideal”, o cuando menos esta “idealidad”
le constituye al pensamiento, asumiéndose éste como divino.
Es, en consecuencia, un efluvio de Dios, o sea, de Su Magna Creación. Por otro
lado, el ritual admite cierta postura tomista cuando afirma que el
“alma toma posesión de su propia divinidad”.[ix]
Considero que, si bien la creación es divina y la Masonería misma se adjudica
esta posición, la definición ritualística franco americana, no obstante, ni
aclara ni precisa la esencia misma de la inmortalidad. Finalmente, leyendo el
ritual, uno se queda preguntando ¿y qué es la inmortalidad? ¿Es acaso la “no
muerte”? ¿Es la “eternidad” y la perennidad de la vida de un sujeto?
¿Es la inmortalidad de la idea, civilistamente entendida? ¿Qué es, finalmente
la inmortalidad?
La
Masonería considera que hay una continuidad
en todo lo que existe, y si tal continuidad de vida no existiese, entonces
tampoco podría existir la evolución en conciencia, ni ésta tendría sentido,
y la evolución biológica tampoco lo tendría si no existiera la preservación
de la especie y el fenómeno de la herencia. Esta continuidad garantiza el
encadenamiento entre una manifestación de vida y otra. Para la Masonería la
vida no inicia con la vida ni termina con la muerte, pues la vida es un
continuum sucesivo, y tanto con el nacimiento como con la muerte apenas inicia y
concluye una determinada manifestación de
vida. La vida, como la energía, es indestructible y lo único que se puede
destruir es una “forma específica” de la manifestación. De esta manera es
como solemos decir que “murió Juan o murió Pepe”, pero no cesó la vida,
pues lo que anima esa forma de apariencia no puede ser destruido. Lavoisier
enunció esto con magistral elocuencia:
En
la naturaleza nada se crea, nada se destruye, todo se transforma.
En
la Masonería moderna «franco americana» —la practicada en México y
conocida como “Rito Escocés”— la noción de “inmortalidad” ha asumido
un carácter meramente historicista, esto es, “alguien” es inmortal
solo por que se le recuerda, ya por sus obras, ya por sus acciones. Horacio, el
gran poeta latino, escribió en sus Odas “Non omnis moriar”, no moriré
del todo, pues mi obra me sobrevivirá. Y es este, en nuestros rituales
mutilados, el sentido de la “inmortalidad”, un significado ciertamente
atrofiado y distorsionado que dista mucho del sentido iniciático de la Masonería
original.
De
esta suerte, decimos que Cervantes es inmortal, y que Mozart también lo es. La idea no es mala, pero no
es iniciática, ni tiene algo que ver con el carácter central, original, auténtico
de la institución masónica. Ya hemos dicho que la inmortalidad espiritual no
tiene nada que ver con Dorian Grey, ni con el supuesto Conde de Saint Germain.
No se trata de “vivir esta vida para siempre” mediante el consumo de pócimas
mágicas o por celebrar conjuros diabólicos; tampoco tiene que ver la
inmortalidad masónica con “aferrarse a la vida”, aunque esta sea
ciertamente una ilusión y una quimera; decía Miguel de Unamuno que los muertos
son fantasmas vivientes a quienes el recuerdo es lo único que les queda. ¿Será
esta la inmortalidad masónica? Tampoco la inmortalidad iniciática —la masónica—
se relaciona, como hemos dicho, con el sentido de la salvación cristiana
para alcanzar la “vida eterna”. La salvación es una postura de fe, es fídica;
la inmortalidad masónicamente entendida es, en cambio, una postura de
conciencia en las verdades internas del ciclo del Alma.
¿Cuál es el
sentido, entonces, de la Inmortalidad Masónica?
Esta
es una de las mejores preguntas que he escuchado en nuestros Talleres, y también
una de las peor contestadas. No creo tener una respuesta, y tampoco creo que más
de tres masones, iluminados o no, la tengan a ciencia cierta. Los rituales
conocidos de la Orden —al menos los de Veracruz— no tienen respuestas claras
al respecto, y he visto otros de otras Obediencias mexicanas y algunas
extranjeras —latinas, sobre todo— que tampoco ofrecen una solución filosóficamente
aceptable y lógicamente válida en el contexto de la espiritualidad masónica.
¿Qué es la Inmortalidad del Alma? ¿A qué se refiere la metempsicosis “que
pocos han logrado comprender”?
Lo
único que puedo dilucidar, a título personal, es lo que sigue:
Si
todo terminara en la tumba, entonces nada tendría sentido; negar la
inmortalidad del alma sería tanto como negar nuestros símbolos y nuestras enseñanzas,
y por lo tanto implicaría también negar la Masonería misma.
La
Masonería posee un sistema filosófico no academicista —positivista—, como
el de las facultades de filosofía de las universidades, sino un sistema de
pensamiento ubicado en la tradición espiritual e iniciática, la que nos viene
de “nuestros remotos antepasados”. Existe, en el pensamiento de la Orden, y
desde mi perspectiva, un núcleo de ideas que solo se vislumbran y se constatan
con la Luz del la espiritualidad, que es también la Luz proveniente de las
facultades con que a todos nos dotó el Gran Arquitecto del Universo. Pero esta
Luz no esta despierta ni extendida para todos con la misma intensidad.
Corresponde al trabajo interior —el iniciático— irla extendiendo y hacerla
evidente para todos. Solo con esta Luz es posible adivinar las verdades del
alma, es decir, las que nos revela la Iniciación. La Luz se nos revela en
Logia, simbólicamente, por medio de la Estrella Flamígera. La luz, más luz,
la Gran Luz.
La
Estrella Flamígera, que brilla en el Oriente Simbólico de la Logia, nos
muestra nuestro elevado destino, pues representa un Oriente de Luz por alcanzar
en nuestras vidas. Es la Estrella Flamígera un referente de orientación de
la vida para el hombre mortal, como nosotros. Si perdiéramos de vista la
Estrella Flamígera, podríamos perdernos en el Caos, podríamos volvemos meros
accidentes del momento, erraríamos el camino y caminaríamos sin propósitos,
justo como les pasa a los marineros que se pierden en el mar. Una maestra nos ha
dicho:
“Como
astros lanzados fuera de nuestras órbitas… nos perderíamos al buscar la
verdad solo con la escuadra, olvidando el compás…”.
Un
masón sin Estrella Flamígera no tiene más remedio que rendirse a la oscuridad
densa y material del Occidente Simbólico, y entonces ¿para qué permanece en
la Masonería?, ¿cual sería la razón profunda de su vida?
A
los masones —y en general a los hombres— nos hace falta una Luz en la
oscuridad para orientarnos en nuestros
proyectos de vida y no caer abatidos ante las crisis y los contratiempos que el
destino y la vida nos deparan. Necesitamos algo imperecedero, y tener la firme
convicción y la fe de que todo en el mundo y en la realidad objetiva obedece a
un Orden Superior. Todos llevamos un HIRAM dentro de nosotros, un Hiram que conoce
la acacia sembrada en tierra de temporalidad. Un Hiram que nace y renace
como hálito del espíritu iniciático de perfección.
Todo
Maestro Masón tiene la convicción —no la “creencia”— de que existe un
flujo continuo en el Universo, y como Hiram, sabe que la Masonería nos lleva
gradualmente a la certeza de que la muerte, como fin, no existe. Por ello, el
Tercer Grado de la Masonería Azul, el Ancient Craft, tiene como
finalidad enseñar la tesis de la Inmortalidad del Alma, el Landmark que se
deriva de otro que es fundamental para la Construcción del Edificio filosófico,
moral, intelectual y espiritual de la Masonería: el que enuncia la existencia
de Dios, a la vez piedra angular y piedra fundamental de la Orden.
Si
Dios no existiera, decía el filósofo masón francés Pigout, “la Masonería
desaparecería por falta de fundamento, aunque subsistiese la
creencia en Él”. Fijémonos bien:
Aunque
subsistiese la creencia
en Él…
En
consecuencia, la palingenesia iniciática
constituye la piedra angular y también la Dovela de la naturaleza, no la
muerte. La muerte se sostiene por la vida y de cada hombre viejo, nace otro
nuevo, un hijo de la v., un Hiram renovado, un hombre que aspira a la Inmortalidad.
[i]
Esta idea no solo es positivista, sino incluso filosófica y en cierto modo
literaria. Recordemos las ideas del inmortal Miguel de Unamuno quien, junto
con Cervantes, Shakespeare, Bethoven y miles más han pasado a formar parte de
los “fantasmas vivientes”. Muertos a quienes, decía Unamuno, “el
recuerdo es lo único que les queda”.
[ii]
Grado
mal llamado escocés.
[iii]
Personaje
para algunos mítico, y para otros bíblicamente real. Unas Biblias le citan,
otras versiones no.
[iv]
El
Diccionario de la Real Academia dice: “Proposición que se asienta por firme
y cierta y como principio innegable de una ciencia”. También se entiende
como “fundamento o puntos centrales de todo sistema, ciencia, doctrina o
religión”.
[v]
El cahier del Tercer Grado de la
Gran Logia “Unida Mexicana” dice: “... según la ley palingenésica de
los antiguos filósofos “que la vida se sostiene por la muerte” y nosotros
representamos en el drama astronómico de Hiram, la metempsicosis, en el
sentido en que la tomaban aquellos sabios”. ¿Cuál sentido?
[vi]
Ver los rituales fúnebres de cuerpo presente.
[vii]
La mayoría que los masones de este lado del mundo suelen llamar del “rito
escocés”.
[viii]
Muchos masones ingenuos, por decir lo menos, sostienen que el “secreto de la
Masonería” son palabritas y gestos rituales que todo el mundo ya sabe
merced a los libros y al Internet. Entonces ¿Cuál secreto?
[ix]
Véase, si no, La Summa Teologica,
en la cuestión XXV, en la que trata sobre el Alma. Santo Tomás sostiene que
el Alma es recibida por Dios independientemente de si ésta es de un bruto o
de un virtuoso. El ritual de tenidas fúnebres abona perfectamente esta idea.
|