Desde siempre la francmasonería ha recibido el
estigma de ser una sociedad secreta, y ello ha contribuido a dificultar su
proceso de inserción en la sociedad moderna, pues al hombre contemporáneo le
resulta difícil aceptar que en pleno siglo XXI y a la luz de los avances de la
ciencia, existan aún individuos afectos a ocultar sus acciones cualesquiera que
éstas sean. Pero se olvida que muchas organizaciones modernas pueden recibir el
mismo encomio de ser calificadas como sociedades secretas. Este es el caso de
los organismos eclesiásticos y de muchos otros. El Colegio Cardenalicio, por
ejemplo, sesiona en secreto y por eso se denomina «cónclave», es decir, bajo
llave. Los Caballeros de Colón nacieron como un remedo de la francmasonería
templaria del Rito de York y con la finalidad de agrupar a los ciudadanos católicos
de los Estados Unidos que exitosamente preferían la francmasonería como medio
de asociación, y es así como sus uniformes y sistema de organización son un símil
o un burdo remedo de los usados en las comandancias templarias de ese importante
Rito de la francmasonería.
Muchos grupos de la iglesia católica trabajan bajo
consignas de ocultamiento de sus designios y algunos de ellos representan
intereses económicos, financieros, empresariales y políticos muy fuertes y
altamente cuestionables desde el punto de vista de la ética y la doctrina
cristianas, como es el caso del Opus Dei
o bien los Legionarios de Cristo, que
en México representan a las élites económicas y financieras del país. El
propio cristianismo primitivo, durante los tiempos de persecución romana, tuvo
que reunirse en sigilo para evitar las acciones enconadas de los emperadores que
veían en la nueva religión una fuerte amenaza a la estabilidad política del
imperio. Los grupos empresariales privados, por su parte, ejercen su derecho a
la secrecía y sus juntas de accionistas sesionan bajo la más absoluta
privacidad comprometiendo a sus miembros a guardar el sigilo y la prudencia
necesarios, pues muchas de sus decisiones estratégicas podrían comprometer la
seguridad de la empresa o su cotización en la bolsa de valores si son reveladas
y hechas del conocimiento de sus competidores. Los gobiernos tampoco quedan
exentos de la necesidad de sesionar bajo la más absoluta confidencia en
aquellos asuntos que por su naturaleza pudieran comprometer la seguridad del
estado o la de los propios ciudadanos. Muchas decisiones importantes, incluso en
el seno de las familias, se verían comprometidas ante terceros o ante sus
propios miembros si no se obligan sus actores a guardar la reserva y
circunspección requeridas. Así las cosas, no es posible asegurar que el
secreto no sea necesario y útil a los grupos humanos y jamás ha sido privativo
de las sociedades u organizaciones tenebrosas
que en el pasado pusieron en jaque a la iglesia y al estado. Tampoco me parece
una maldad el hecho de que alguna asociación tenga asuntos que solo los
interesados o sus miembros o socios estén llamados a conocer en exclusividad.
Muchas reuniones de clubes de servicio como el Rotario o los Leones son públicas
y con damas, pero las sesiones ordinarias son exclusivamente entre los socios y
sus acuerdos se mantienen en la reserva que les corresponde, de conformidad con
sus estatutos y reglamentos internos. Podemos observar que la discreción es y
ha sido necesaria en todo tiempo y lugar, lo mismo en la guerra que en el amor,
y me resulta a todas luces inexplicable que haya en los tiempos actuales quién
se atreva a denostar aquéllas
asociaciones que tienen entre sus principios la necesidad del sigilo, como si éste
fuera privativo de las sociedades secretas.
Las sociedades secretas han surgido en todas las épocas
y lugares de la tierra, en todas las civilizaciones y en todas las culturas,
aunque con diferentes fines. Las ha habido para custodiar y transmitir
conocimientos esotéricos que la tradición iniciática ha considerado
reservados solo para quiénes han sabido superar ciertas limitaciones del espíritu
y del alma, de la mente y la materia, y que en consecuencia se consideran
confiables para poseerlos. Sin embargo, otras cofradías han sido fundadas
exclusivamente para prodigar la fraternidad y los buenos afectos entre el linaje
humano. Las ha habido para cultivar las artes, la filosofía, la intelectualidad
y activar las facultades superiores del hombre. Las hubo también surgidas para
promover e imponer la justicia y contrarrestar las arbitrariedades de los
poderosos y prepotentes, y también las hubo para cometer iniquidades y en la
oscuridad consumar crímenes incalificables.
Así, las sociedades secretas pueden clasificarse de
muy diversa manera, pero es posible pensar en iniciáticas o espiritualistas,
políticas, fraternales, culturales, justicieras y criminales. Es claro que
entre las sociedades iniciáticas y las restantes existen marcadas y
sustanciales diferencias. Los Carbonarios en Italia surgieron para combatir,
desde la oscuridad, el régimen establecido, otras lo han hecho para combatir la
dominación extranjera y algunas incluso para procurar el poder político como
si fuesen partidos modernos. En tiempos recientes, en México se ha declarado la
existencia de un grupo integrado por políticos, financieros y empresarios, así
como por ciudadanos, que se denomina Yunque, y cuyos fines aviesos son mantener
el pensamiento y los intereses de la derecha radical en el poder público. En
Alemania, la Santa Vehme quiso imponer
su propia justicia utilizando sus inconfundibles juicios y procedimientos, dándose
sus miembros el mote de “iluminados”. Las sociedades criminales, como los
“Thag” o “la Mafia”, operan en la clandestinidad para cometer actos
delictivos o lucrativos, se integran por fanáticos o por individuos que anhelan
la marginalidad como forma de vida; ni que decir de la Mara Salvatrucha, que en
Centroamérica hace de las suyas. Empero, las sociedades iniciáticas son muy
diferentes al resto, excepto en que también son afines a conservar en secreto
algunas de sus actividades, pero no necesariamente viven por ello ocultas ni
mucho menos en la marginalidad social.
Ninguna sociedad iniciática debe procurar el poder político ni sus miembros
ostentarse en la comunidad como sus integrantes, pues no está entre sus
objetivos el relacionismo público, aunque tampoco el ocultamiento pertinaz.
Esta es una característica de los grupos que se forman para cultivar las facultades
más sublimes del hombre, aptitudes que se hallan ocultas en su interior, y
que es posible aflorar por medio del trabajo iniciático. Esta tarea es propia
de los grupos que se congregan en torno al espíritu de la iniciación y que por
esa razón logran subsistir en el tiempo por los siglos de los siglos, porque
sus afanes son, a fin de cuentas, la emancipación de la humanidad. En cambio,
las sociedades impulsadas por fines políticos a menudo son temporales y
coyunturales, esto es, nacen y desaparecen al vaivén de los tiempos y de las
circunstancias, y debido a ello las sociedades que los abanderan viven también
su suerte y los individuos que las constituyen quedan por consiguiente atrapados
en los intereses que se tejen al calor de los momentos.
Desde el punto de vista de la tradición iniciática
conservada sabiamente por el esoterismo, se considera que existen ciertas verdades
eternas que a lo largo de los siglos han sido custodiadas y enseñadas por
los Grandes Iniciados con el propósito de perfeccionar al hombre y virtualmente
mejorar la condición del género humano mediante su autonomía e independencia
intelectual, espiritual y moral. A pesar de “la caída del hombre”,
representada por el materialismo, el desentendimiento de las cosas del espíritu,
y no obstante el odio, la ambición, la hipocresía, la maldad, el fanatismo y
la perversidad que tipifican la sociedad contemporánea, industrial y
materialista, estas verdades nunca se han perdido y tampoco se perderán
mientras existan hombres y sociedades dispuestos a cultivar, preservar y
perpetuar el Real Secreto. Que la piedra cúbica destile
sangre y la palabra se encuentre perdida,
son solo meras expresiones simbólicas que nos sirven para dramatizar con
entusiasmo la gran búsqueda del hombre que le anima a caminar el sendero de la
iniciación y a consagrar su vida al estudio y al conocimiento de los misterios
de la naturaleza y del espíritu. Esto es lo que se quiere decir con “la búsqueda
de la palabra” y en ello trabajan justamente las sociedades iniciáticas.
A pesar de que a nosotros nos queda muy claro que
algunas instituciones como la francmasonería, han sido tipificadas como
“secretas”, sin serlo en sentido lato, hay que admitir que en el pasado la
Orden masónica se vio obligada a mantener sus actividades en reserva, más que
nada por la actitud hostil y persecutoria de la iglesia católica romana, así
como de algunos gobiernos déspotas adheridos a los afanes de ésta. Lo mismo es
de decirse de los rosacruces, los martinistas, los iluminados de Baviera, entre
otros grupos esotéricos y de estudio espiritual que han tenido fines similares
a los de la francmasonería. Hoy en día la tradición masónica no tiene nada
que ocultar ni nada que mantener en la oscuridad, y sus simpatizantes suelen ser
ampliamente conocidos e identificados en las diversas comunidades donde tienen
asiento las Logias. Me parece poco afortunado, sin embargo, el hecho de que las
sociedades contemporáneas en el orden civil, intelectual y académico, guarden
colosal desconocimiento acerca de los fines y naturaleza de la francmasonería,
y más aún el que la asocien a círculos perversos y malignos, definiéndola
como contraria a la iglesia y a la religión, y por tanto a lo que el común de
las personas denomina “las buenas costumbres”. No solo en México, sino en
diversos países incluso desarrollados, la Orden masónica ha sido calificada
como un grupo de sujetos poco confiables que aspiran al poder político para
controlar a la sociedad. En el caso de la francmasonería, lo que realmente ha
ocurrido es que algunos de sus miembros, a parte de no poseer un estatus social
adecuado, se han visto involucrados en su calidad de ciudadanos y no de masones,
en las gestas libertarias de sus países, y ello probablemente haya contribuido
a señalar a la Orden como una corporación que prohíja objetivos políticos,
no siendo estos fines su definición misional. La política no es ni ha sido el
espacio natural de la Fraternidad masónica, y tampoco ha sido el mejor de sus
cementos unificadores a lo largo de la historia; ciertamente, hay que
advertirlo, ha habido muchos otros campos de la actividad humana en los que los
integrantes de la Orden masónica han sabido contender y representar los ideales
del Gremio de Constructores. Es obvio que ha habido muchos masones que han
destacado en la ciencia, la literatura, la actuación y la milicia, la filosofía
y la beneficencia, y ello no quiere decir que la Orden pretenda o haya procurado
alguna vez adjudicarse los méritos que solo a sus integrantes corresponde, o bien que por destacar en la ciencia
la masonería sea por ese solo hecho científica, o que por destacar en la
filantropía la Institución sea exclusivamente de caridad. Quizá haya que
decir, y a voz en cuello, que las enseñanzas masónicas han cimbrado y calado
el espíritu de muchos de sus adeptos, y que de esta forma éstos han sabido
actuar en el “mundo profano” de conformidad con las enseñanzas que el
ritual y el simbolismo masónicos les ha inculcado, pero de ahí a decir que la
Orden como tal ha actuado corporativamente, hay mucha distancia. Así que la
francmasonería se encuentra muy lejos de ser una asociación política no
solamente por cuanto hace a su intrínseca naturaleza, sino por sus propios
estatutos y constituciones.
El hecho de que tradicionalmente las Logias exijan a sus miembros la guarda
de ciertos “secretos” no hace que la sociedad masónica sea secreta, pues de
otra forma había que admitir que las grandes corporaciones empresariales son
secretas únicamente porque guardan secretos. La misma iglesia católica caería
bajo esta esquematización de ser “sociedad secreta”, pues es evidente que
el colegio cardenalicio opera y sesiona bajo el más riguroso secreto. Hoy en día,
la francmasonería conserva por tradición ciertos signos y señales de
reconocimiento que son propios y aplicables solo entre sus miembros; no
obstante, la verdadera naturaleza del “secreto masónico” esta muy lejos de
ser comprendido incluso por quienes se dicen masones. El sentido de misterio y
de secreto en que se halla envuelta la Orden, si para muchos es un gran atractivo,
para otros es morbo y ha sido ocasión de recelos, desconfianza, ataques
injustificados y sobre todo persecuciones por parte del estado y de la
iglesia.[i]
Sin embargo, es de admitirse que los miembros de la Orden tampoco hemos sabido
comprender cabalmente la naturaleza de este “secreto” y a menudo muchos de
nuestros hermanos miran con mofa y hasta con desprecio el consabido
“secreto”, creyendo que éste se reduce únicamente a los asuntos tratados
en el Taller, así como a las palabras, tocamientos, llamadas, baterías,
marchas y signos que en Logia se comunican como parte de la instrucción de los
grados y que se les ha exigido mantener en confidencia bajo el más solemne
juramento. Me parece sorprendente que incluso algunos altos dignatarios de la
Orden sostengan la peregrina tesis de que “la francmasonería debe
modernizarse y abandonar ya viejos atavismos”, refiriéndose por
supuesto al asunto del “secreto masónico”. El problema es que no saben lo
que es, o en qué consiste el consabido “secreto de la Orden”, y es
evidente, por lo tanto, que quiénes opinan de esta manera, pese a los grados
que ostentan y al tiempo que tienen concurriendo en la Institución, ignoran la
verdadera naturaleza iniciática y el valor espiritual que envuelve a la
Orden y a su sistema de enseñanza. Otros afirman, incluso con soberbio tono
doctoral, que la Orden hoy en día y sobre todo en tiempos de apertura, de
globalización y de Internet, ya no es secreta,
sino solamente “discreta”, aserción que abona el pleno y descomunal desconocimiento
de la naturaleza esencial de la francmasonería, esto es, de su prístina
substancia iniciática. Y para nuestra poca fortuna, por si fuera poco, muchos
masones han llegado a reducir la
francmasonería a ciertas doctrinas socioeconómicas y políticas como el
liberalismo, entendido éste como “juarismo” y como anticlericalismo,
postulando que la Orden no tiene más objeto que luchar contra los curas y los
intereses oscuros de la iglesia.
Para muchos masones encumbrados en la Orden este parece ser el único
discurso que conocen, y ante los embates de la derecha sienten que “la
francmasonería no hace nada”, que “hemos perdido terreno” y que tenemos
que trabajar duro para recuperar los privilegios o la posición que la Orden
“tuvo en el pasado”, según dicen. Y esto conduce a muchos hermanos
extraviados a proclamar que “la francmasonería “debe ser de puertas
abiertas”, pues piensan que solo así la Orden podrá recuperar lo perdido y
demostrar al mundo lo que verdaderamente es. Pero a mí me parece que debemos
hacernos una pertinente pregunta, y es esta: ¿En verdad sabrán
estos hermanos lo que dicen o únicamente “dicen lo que saben”? ¿Habrán
ellos comprendido la verdadera esencia del mensaje masónico enseñado en
nuestros símbolos, rituales y ceremonias? Ciertamente me parece, y de ello
estoy plenamente conciente, que nuestra Orden no es privativa de los elegidos o
de los superdotados, pero cada vez
pienso más que nuestra Institución debe ser selectiva, pues no todos están
llamados a alcanzar, percibir, asumir, descifrar, asimilar o como quiera llamársele,
el alcance real y majestuoso del mensaje sublime de la institución masónica.
No se trata ciertamente de un mensaje vedado a la generalidad de los hombres,
pero tampoco parece que éstos estén todos interesados en comprometerse real y
efectivamente con los ideales de la Hermandad masónica. Así que debemos
recordar, y me parece que cada vez con mayor enjundia, el ánimo del artículo
once de nuestros Estatutos de la Fraternidad, cuando nos dice que “si el más
importante de los trabajos masónicos es la propagación de la fraternidad, el más
peligroso es la admisión de un candidato”. Pero ¿peligro? ¿Peligro para quién
o para quiénes? Hablo aquí de un peligro para la estabilidad social e iniciática
de la Orden, pues ésta debe conservar su pureza, sus fines, principios,
tradiciones, preceptos y métodos, y no permitir que ojos vendados y profanos
alteren o pretendan siquiera perturbar el espíritu de la Hermandad y del
Antiguo Gremio, y mucho menos que verdaderos psicópatas y maleantes vengan a
nuestras Logias a quebrar el ánimo de trabajo espiritual y amistoso propios de
la camaradería masónica.
Es claro que la esencia del «secreto masónico» no ha sido comprendida ni
por propios ni mucho menos por extraños, pues ronda en sus mentes una confusión
entre “discreción” y “secreto”. Trataré de ser explícito, pues a mi
queda suficientemente claro que no es lo mimos lo uno que lo otro. La discreción
se refiere al sigilo que los masones debemos guardar respecto de las cuestiones
formales de la Orden y que naturalmente tienen que ver con sus signos y maneras
de reconocimiento, con sus ceremonias masónicas, su grandilocuente y sublime
simbolismo, así como con los asuntos tratados en Logia. En este sentido, la
discreción por sí misma apela a la “forma” de las cosas y no al fondo.
Por el contrario, «el secreto» camina en la dirección de la doctrina de la
Orden, de los conocimientos y enseñanzas
que ella prodiga a sus adeptos y sobre todo, se refiere más concretamente a los
hallazgos de vida interior que el discípulo va descubriendo por sí
mismo durante su personalísimo
proceso iniciático de labrar su piedra en bruto. Visto desde otra perspectiva:
mientras que la discreción es una «actitud» propia del individuo que le lleva
a callar, el secreto en cambio es una cualidad
de las cosas que debe ser «descubierta»; es decir, el secreto es propio e
intrínseco del «objeto de estudio» de la ciencia iniciática, y este objeto
de estudio no es otro que el hombre mismo y los misterios de su naturaleza
interior y exterior.
Por lo tanto, el secreto debe ser “descubierto” y vivido de modo
personal por el operario del Arte Real, nadie se lo puede enseñar, nadie se lo
puede comunicar, pues solo él es responsable de alcanzarlo. No podrá tampoco
comunicarlo a alguién, pues su naturaleza es inefable. De esta manera, la
Doctrina Secreta de la Orden no es otra cosa que la enseñanza insondable, esotérica
e iniciática de aquéllas cosas que solo el adepto anhela buscar por sí mismo
y que una vez descubiertas son experiencialmente
vividas, y son así indecibles, inenarrables e inconfesables.
En efecto, la disciplina de no revelar las confesiones que la Orden
considera íntimas
y privadas constituye evidentemente una prueba que califica la discreción
del operario, su moderación y reserva, y con esos atributos el masón se debe
conducir dentro y fuera de la Logia. Una disposición intimista de esta
naturaleza no hace sino atesorar la buena fe de los miembros del Gremio, y en
consecuencia les obliga moralmente a “no revelar, escribir, ni trazar la palabra
sagrada”, y esto implica a todas luces un rigor que no busca sino el
desarrollo de una habilidad iniciática muy necesaria para la búsqueda eficaz
de la palabra. Esta palabra no es, por supuesto, una “simple palabra”, es
mucho más que eso, y esto es lo que tiene que descubrir el masón iniciado en
los misterios de la Orden. Se trata irrefutablemente de un proceso heurístico muy personal, y estamos hablando de un proceso en verdad iniciático,
pues no hay nada ni nadie capaz de revelarnos lo que nosotros, por nosotros
mismos, no seamos capaces de alcanzar por nuestro propio esfuerzo. Esta tesis,
por cierto muy conocida por los masones bien instruidos, asume que la
“divulgación” del secreto masónico es un soberano mito, pues ni los
libros, ni los masones indiscretos, incautos e imprudentes, pueden en modo
alguno siquiera sugerir la naturaleza del secreto masónico, puesto que como he
expresado, se trata de un conocimiento espiritual que constituye una verdadera
experiencia por sí misma indecible. Ni los libros ni el Internet pueden lograr
que un sujeto se interiorice de algo que por sí mismo ha sido incapaz de
obtener. De sobra se sabe, se afirma y reafirma, que la francmasonería nada
tiene que ocultar al mundo profano, ya que ningún asunto tratado en nuestras
Logias es contrario al espíritu de las leyes o del estado, y por tanto al interés
general de la sociedad. En consecuencia, el verdadero estatus del secreto masónico
nada tiene que ver con “revelaciones extraordinarias” ni con misterios de
ultratumba. Pero habrá que decirles a muchos hermanos que el conocimiento masónico
es vivencial y no literario, y que por más que lean y busquen jamás podrán
acceder a su esencia sino es a través del proceso gradual de la iniciación. De
no ser así todos nos moriríamos
de la risa si el mentado y traído “secreto masónico” se redujera a simples
palabras o “palabritas”, signos de reconocimiento y poses más o menos extrañas
de carácter ritual que a muchos sorprendería y arrancaría la hilaridad. Y por
si fuera poco, en extremo ridículos, grotescos y extravagantes nos veríamos si
este fuese el sentido iniciático del referido secreto masónico. Este tipo de
confidencias que bien pueden calificar como indiscreciones o descuidos nada
tiene que ver con el secreto de marras. Personalmente considero que existen
entre nosotros muchos masones ingenuos que asumen que nuestros secretos apelan a
las formas y a la periferia del conocimiento iniciático; sin embargo, actitudes
como estas son en cierta forma necesarias, pues hay que reconocer que
socialmente los masones hoy en día han caído en el cañutazo y el rumor, y los
cafés –cuando no los bares-, han venido a constituir lo que muchos hermanos
llaman el ámbito ideal para extender
y continuar la Tenida de la Logia. Aquí se habla, y en abundancia, de los temas
tratados en el taller y de la conducta de los hermanos y también se chismorrea
de modo por demás sabroso sin tomar las mínimas precauciones ante la presencia
de profanos. Para muchos masones ñoños la expresión “llueve” carece del mínimo
significado y en la mayoría de los casos ni siquiera la conocen. A mí, en lo
personal, me parece bochornoso que en
presencia de los “cowans” se hable de asuntos que solo deberían tratarse en
Logia y en ningún lugar más, por exiguos e insignificantes que estos parezcan.
Vayamos al grano y tratemos juntos de dilucidar esto que hasta este momento solo
he esbozado conceptualmente. Pero necesito acudir a la fuente primigenia
del saber masónico, y ésta no es otra que la literatura de nuestros grados. Así
que…
¿Cuál es nuestro secreto? Nuestro cahier
nos dice:
“Es
inviolable por su naturaleza, y se conserva hoy tan puro como cuando se
encontraba en los templos de la India, de la Samotracia, del Egipto y de la
Grecia. El que no estudia cada uno de nuestros grados, no comprende bien sus símbolos
y explica su oculto significado; podrá vanagloriarse con los títulos pomposos
de Maestro, hacer señas más o menos extravagantes y pronunciar palabras judío-bárbaro-helénicas,
pero no será nada, ni sabrá nada que ignore cualquiera de mediana educación,
mientras que el que los haya comprendido dominará con su secreto los hombres y
las cosas”.[ii]
Esto nos anuncia que el
secreto masónico es perfectamente real y recóndito, y no consiste en simples
bagatelas ni en fruslerías infantiles, sino en misterios profundos que se
revelan a través de la iniciación real y verdadera de cada uno de los
operarios del Arte Real, y esta iniciación va ocurriendo lenta y gradualmente a
través de la vida entera del ser humano. Se trata de un conocimiento que nos
viene de tiempos atávicos y de culturas y civilizaciones que contaron entre sus
maestros con Grandes Iniciados. La sentencia ritual nos asegura que quien
conozca nuestros grados, sus símbolos y su oculto
significado “dominará los hombres y las cosas”. Más aún…
¿Podéis decirme el secreto
de la francmasonería? El cahier nos
dice:
El
Secreto de la Masonería es inviolable
por su propia naturaleza, porque el Masón que lo conoce no puede llegar más
que a adivinarlo, y para ello le ha sido preciso frecuentar las Logias
instruidas, observar, comparar y juzgar. Una vez llegado a ese descubrimiento, le guardará seguramente para sí mismo, y no
lo comunicará ni aún a aquél hermano en quien pudiera tener más
confianza, porque toda vez que él no ha sido capaz de hacer ese descubrimiento,
es también incapaz de sacar partido del secreto si oralmente lo recibiese.
¿Y
qué es lo que habrá conseguido?
Hacer
su felicidad y la de sus semejantes”.[iii]
La previa sentencia ritual nos
indica que el secreto masónico es en principio inviolable por su propia naturaleza, y es el resultado de que el masón
sea capaz de poner en juego las habilidades de su pensamiento (observar,
comparar, juzgar), así como de que visite las Logias instruidas, y una vez que
lo descubre le guardará para sí con gran celo, pues quién no lo ha hallado
bajo su propio esfuerzo no podrá sacar frutos de él. ¿Cuál es la finalidad
del secreto masónico? Hacer la
felicidad del adepto así como la de sus semejantes. Por ello la francmasonería
irradia sus beneficios a la sociedad por medio de sus miembros, quienes en su
respectivo radio de acción deben actuar en beneficio de la sociedad, de la
comunidad y de la humanidad. Cada masón llega al secreto a su propio modo, pero
la Orden le ofrece un método: el método de la Iniciación, y por ello la
francmasonería es una sociedad fraternal iniciática surgida del Antiguo Gremio
de Constructores. Pero… en verdad me parece una enorme responsabilidad moral
obtener un conocimiento de la naturaleza y alcances que nos promete el ritual
masónico, pero también encuentro que un conocimiento así constituye el
secreto del buen vivir. La sentencia litúrgica nos muestra lo que hasta este
momento hemos advertido: el secreto masónico es inefable e inconfesable por
naturaleza.
Un paso más, en el cuaderno
del Compañero se nos advierte:
“Allí
tenéis el Templo de la Sabiduría, y debajo los instrumentos con que se levantó
la Obra. En él se encierra nuestro
Secreto, ese Secreto tan perdido, tan buscado, tan rara vez comprendido, y
que cuando se le posee y se le conoce perfectamente, es la felicidad o el
consuelo de la Vida. ¡Cuánto tenéis que trabajar y cuánta ha de ser vuestra
perseverancia si queréis profundizar y apreciar sus virtudes! La Masonería,
como el campo del labrador, no entrega su tesoro sino a la hábil y atrevida mano que sabe buscarle. ¡Buscad y hallaréis!”.[iv]
No se refiere la Orden a
“secretitos” lúdicos e infantiles, sino a un secreto históricamente
buscado y anhelado por el hombre a través de todos los tiempos y que ha sido
rara vez comprendido, pero que cuando se le posee legítimamente es la felicidad
o el consuelo de la vida. La francmasonería iniciática,
como el campo del labrador, no
entrega su tesoro sino a la hábil y atrevida
mano que sabe buscarle. De este modo, la Orden constituye una exploración
del espíritu humano, una fascinante búsqueda que el adepto del Arte Real debe
hacer dentro de sí mismo para encontrar “su propia felicidad y la de los
suyos”; se trata de una exploración que recorre los caminos espirituales del
hombre a través de los siglos. Por eso el masón verdadero es un buscador
perpetuo y dedicado y en esto radica mucho de la magia del Antiguo Gremio. Pero
se necesita una hábil y atrevida mano…
En consecuencia, no me parece
congruente, en función de las citas textuales previas, deducir o siquiera
insinuar que la francmasonería sea una “sociedad secreta” formalmente
hablando. Si me parece, en cambio, que
la Orden pueda ser definida como una institución con
secretos, lo cual es muy diferente. No es lo mismo que “algo” tenga
secretos a que ese algo sea en sí mismo secreto; vale decir que no
necesariamente el contenido define al continente, ni tampoco el fondo concreta y
delimita la forma. Por ende, lo más correcto es afirmar que la Orden francmasónica
es una Fraternidad iniciática, una
Hermandad dedicada al estudio de los misterios de la naturaleza interior del
hombre, así como del orden del mundo, enigmas que nos fueron legados por los
antiguos operarios del Arte Real que laboriosamente trabajaban en los Antiguos
Gremios de Constructores. Y vale recordar que precisamente por ello la
francmasonería inspiró la fundación de la Royal
Society inglesa, asociación justamente formada por hermanos de filosofía y
de ciencia y que fue capaz de detonar el surgimiento de la ciencia moderna justo
cuando la masonería empezaba su nueva etapa pensadora y su divulgación por el
mundo moderno. [v]
Dentro de la estructura de la
Orden del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, que comprende los grados del 4° al
33°, algunos masones tienen como elevada misión “conservar en toda su pureza
la doctrina secreta contenida en los símbolos masónicos y esparcir sus enseñanzas
para bien de la Humanidad”.[vi]
La pregunta es ¿por qué no lo hacen?
¿Por qué, de pronto, parece que los estudiosos del real secreto se apartan de
su cometido y abrazan ideas materiales y políticas que, si bien son vitales
para la sociedad en general, no constituyen ni el objeto directo ni el propósito de la Orden?
Al respecto, tengo la impresión
de que definir el verdadero sentido de la crisis
de la francmasonería moderna, al menos en Veracruz, no es en realidad un
trabajo difícil o imposible de hacer. ¿Dónde esta la crisis masónica? Esta
es una de las preguntas fundamentales que debemos responder con acertividad y
con objetividad suficientes y creo sinceramente que hasta el momento no existe
un diagnóstico realista y valiente. En principio no es posible negar la
existencia de graves problemas que configuran una auténtica carga en el seno de
la Orden, pues hay que admitir que la crisis existe,
pero no necesariamente en la forma en que nuestros hermanos la definen. Para mí,
el verdadero sentido de la crisis masónica radica en el alejamiento
de ésta de sus límites y de sus propósitos originales, de aquéllos fines que
el Gremio de Constructores que vivió el revival
de 1717 quiso darle para prodigar al mundo la esencia de los conocimientos
iniciáticos y morales. De tal suerte que la crisis masónica no viene porque la
francmasonería “venga a menos”, o porque muy lejos estemos de que nuestra
Gran Logia “Unida Mexicana” tenga millones de pesos en su tesoro y cientos
de miles de afiliados en el estado, y estemos en cambio con exiguos recursos en
nuestras arcas y con menos de dos mil prosélitos pichicatos. Si esta fuera la
correcta definición de una crisis propia de una institución filosófica e iniciática como la nuestra, cuya membresía es por
definición reservada y selectiva, entonces habría que decir que el éxito masónico
sería únicamente medible en términos materiales, y entonces instituciones
como algunos clubes de servicio serían aparentemente exitosas y socialmente
envidiables por contar con miles de afiliados y por poseer más recursos
financieros. El problema es que siendo el Antiguo Gremio una institución que
debiera ser selectiva, no ha sabido serlo de modo cabal, y ha permitido en
cambio el acceso a sus filas de gente pobre de espíritu y de actitud, escasa de
iniciativa y de talento, gente de la cual no es posible rescatar los más
elevados valores de la Orden.
Otros afirman que dado que el
Congreso federal carece de masones diputados y senadores, y que solo tres o dos
gobernadores son masones, y que desde hace muchos años ningún presidente de la
república es masón, entonces la francmasonería mexicana esta en crisis, y más
aun debido a la emergente presencia de políticos de derecha en la más alta
dirección política del país. En este caso ¿cuál sería entonces la solución?
Pues todos aquellos que sostienen el carácter no iniciático de la Orden estarían abonando seguramente porque la
masonería mexicana se convierta en facción o en partido político y pueda
hallarse así en condiciones de llevar a muchos o a algunos de sus integrantes a
los puestos de poder político. Esta apreciación es del todo absurda puesto que
no es ese el cometido esencial de la Orden masónica, además de que justamente
para eso están los partidos políticos. Pienso, en este sentido, que el sueño
dorado de muchos masones es ver a un Ajef de pronto convertirse en maestro masón,
con su banda y su mandil, y luego en grado 33°, para inmediatamente llegar a
ser gobernador de su estado y posteriormente presidente de la república. Cuando
eso suceda, para muchos de nuestros hermanos “la masonería habrá recuperado
sus rumbos”. Y me pregunto ¿qué sucedería si ese Ajef, luego convertido en
maestro masón y grado 33°, hubiese terminado su gestión presidencial como un
José López Portillo o un Carlos Salinas de Gortari? ¿Dónde habría quedado
el “éxito masónico” y la recuperación de las “glorias del pasado”? ¿Nos
sentiríamos orgullosos de ser masones? ¿Sería este Ex Ajef el paradigma de la
acción masónica pública? Por otra parte ¿qué le sucedería a la Orden si de
pronto entre sus filas contase con infinidad de políticos bien colocados en los
puestos públicos? ¿Cuáles serían los escenarios posibles que estarían
definiendo su perfil como institución? ¿Mejoraría la Orden? ¿Se acabaría
“su crisis”? ¿Habría más “masones” en sus Talleres? ¿Nuestras
tenidas serían más lucidas y efectivas? ¿Se acabaría la pobreza y la
corrupción en la vida social y política del país? ¿Podría conservar la
francmasonería su pureza y sus fines esenciales?
La Orden masónica vive, en
efecto, una grave crisis que sería insensato ocultar, una mutación importante
en el desarrollo de sus procesos internos, una suerte de escasez de valores masónicos
verdaderos así como de ímpetus, y una impactante pérdida del sentido supremo
de su misión espiritual e histórica. Las crisis son cambios bruscos y
turbulentos que se dan, o bien para agravar al enfermo, o bien para mejorarlo.
Una crisis es, por lo tanto, fuente de
verdaderas oportunidades. Pero ¿quiénes ven
esas oportunidades? Parece que nadie las está identificando y, peor aún, me
parece que nadie en la Orden esta conciente de identificar nuestras debilidades
y fortalezas y obtener de ellas nuestras verdaderas oportunidades. Esto es ya un
indicativo muy grave de una aguda
faceta de la verdadera crisis institucional que vive la Orden masónica. Esta
crisis auténticamente vital se llama miopía
directiva, y esta miopía constituye una parálisis paradigmática, un
letargo que es una enfermedad mortal de certeza que conduce gradual y
sostenidamente a las instituciones al caos y a la aniquilación por simple
entumecimiento de sus órganos de planeación, organización y decisión estratégicos.
La Orden masónica padece, y a nivel nacional, esta suerte de escasez de
alcances de miras directivas, pero sobre todo definida por el distanciamiento de
sus verdaderos fines…
Las Logias masónicas viven
hoy un tipo de desilusión porque sus afiliados no logran efectivamente iniciarse
en los misterios y secretos de la Orden y permanecen como eso, como simples
miembros, es decir, como cándidos y llanos socios de una organización como
cualquier otra pero con credencial. No es posible dejar de advertir que las
Logias han perdido su capacidad de influir e impactar en el espíritu de los
recipiendarios que se inician en ella, modificando hondamente el
sentido de sus vidas, y los aprendices que de buena fe se afilian en los
Talleres no encuentran respuestas adecuadas a sus preguntas ni a sus
expectativas y anhelos. En consecuencia, es de advertirse que es la organización
masónica la que está en crisis y no la francmasonería en sí misma. Es el
“continente” (lo que contiene) y no el contenido
lo que esta en un espinoso brete que es urgente resolver. La Orden, es decir, la
organización continente, ha pedido
capacidad de ajuste en relación con su entorno social y estamos ante un
ambiente externo que se mueve y que ha cambiado culturalmente, y la organización
masónica no ha sabido adaptarse adecuadamente a esos cambios. El mundo ha
permutado y la Institución no lo ha hecho con la misma celeridad. Por eso
pienso que estamos ante una pérdida lacerante de capacidad
de respuesta oportuna y rápida, y esa merma se llama entropía organizacional y ocurre cuando las organizaciones dejan de
ser sensibles a sus respectivos entornos, se vuelven un tanto autistas porque
pierden la capacidad de ajustarse a ellos. Considero entonces que estamos ante
dos problemas institucionales graves: por un lado hay miopía directiva y por otro existe además entropía organizacional. La miopía es un problema de liderazgo
y la entropía es de estructura y de organización. Pero ambas contrariedades combinadas son letales para
la nuestra y para todo género de instituciones, incluyendo las empresas, el
estado, los gobiernos, los partidos políticos, y la propia sociedad. Todas las
organizaciones, por la dinámica de interrelación entre sus estructuras, sus
componentes y sus respectivos entornos, están predispuestas al desgaste, pero
hay que saber identificar dicho deterioro e intervenir directivamente a tiempo
haciendo los cambios pertinentes. En Veracruz esto no ha sucedido y es necesario
que suceda. Pero en todo caso, lo que está de por medio es la pérdida gradual
de perspectiva, y el núcleo de ésta perspectiva es la naturaleza del secreto de la Orden, y pienso que mientras la visión
esencial de la Orden no esté presente en la mira de nuestros dirigentes, en
todos los niveles de la organización del Gremio, cualquier intento de corrección
estará necesariamente fuera de faceta y no contribuirá a la misión de nuestra
Hermandad.
A la luz de la naturaleza del
secreto masónico nuestros dirigentes carecen de magisterio y de majestad y
nuestras Logias trabajan a capela, carecen de método, y quienes las dirigen
parecen ser maestros improvisados que llegan a los puestos directivos solo
porque “ya les toca”, pero no porque tengan las capacidades y las destrezas
del Arte Real para hacerlo, y hacerlo bien. Nadie capacita para dirigir Logias,
mucho menos para administrar la Orden con un sentido estratégico de largo
plazo. Pienso que muchas de las técnicas modernas que han surgido en el campo
de la administración deberían aplicarse en nuestra Orden, pero algunos
hermanos de escasa perspectiva asumen que la Orden no es “empresa” y que por
lo tanto no deberíamos pensar en dichas técnicas. ¡Qué escasa visión! ¡Qué
pobreza de actitud y de perspectiva! ¡Qué visión tan aldeana! Muy por el
contrario, los trabajos masónicos de los talleres deben
estar sujetos a procesos de mejora continua y las Logias deben imitar
y superar las mejores marcas y parámetros de desempeño organizacional
de otras organizaciones similares, e inclusive de las que no son masónicas pero
de las que se puede aprender mucho. ¿Qué hace que algunas organizaciones sean
exitosas? Esta es una pregunta que debemos contestar todos, pero hacerlo supone
mente abierta, presume visión inteligente, asume que estamos dispuestos a
compararnos con lo que otros hacen y nosotros no estamos haciendo. Esto no
significa perder nuestra naturaleza iniciática ni filosófica, sino reconocerla
y emprender cambios necesarios para mejorarnos como organización y estar en
mejores condiciones de lograr nuestros objetivos.
Puesto que nuestro Gremio
necesita crecimiento y a la vez desarrollo, todos en la Logia deberíamos
mejorar nuestros indicadores de desempeño, indicadores que van desde la puntualidad
en el inicio de las tenidas hasta la optimización
de los tiempos para leer actas aburridas y correspondencia muchas veces estéril
oficiosa, pasando por los estilos y técnicas
para conducir los trabajos parlamentarios del taller, agendar debidamente los temas y los tiempos para cada una de las
partes de la tenida, la comunicación
con los miembros, las relaciones humanas
y sociales, la satisfacción de las necesidades
de autoestima y afiliación de los miembros, las relaciones
con la comunidad, entre otros muchos parámetros en los cuales las Logias
están francamente en caída libre. Las ceremonias deben ser preparadas,
estudiadas y aprendidas de memoria en la medida de lo posible, conforme a los
segundos Estatutos de Shaw de 1599, y quienes las van a conducir deben
ensayarlas para que sus efectos sean positivos en la mente de los
recipiendarios. Es altamente deprimente presenciar ceremonias presididas por
algunos venerables maestros de Logia que ni siquiera saben leer, no pronuncian
los acentos, no respiran las frases y estando escrita una cosa leen otra que
desfigura totalmente el sentido y el significado de los pases y momentos
rituales ¿cómo pueden dirigir así una Logia? No existen en las Logias
programas de enseñanza ni de estudio; tampoco hay seminarios de investigación
sobre los grandes temas de la francmasonería y pocos saben la realidad de sus
orígenes, misterios y símbolos. Otro aspecto fundamental en las marcas de
desempeño y promoción aplicables a las Logias masónicas son los criterios e
indicadores que sirven para que éstas decidan quiénes
deben pasar de un grado a otro y quiénes no. Por otro lado, y en el aspecto
administrativo ¿quiénes son los idóneos para ocupar puestos en las Logias? ¿Qué
factores son evaluados y bajo qué criterios? ¿Bajo qué programas de acción
trabaja una Logia a lo largo del periodo? ¿Cómo se evalúa y califica el
desempeño de un Cuadro Logial? Nadie lo sabe y no existen tampoco indicadores
precisos y uniformes de aptitud que sean respetados por todos y que nos permita
llevar a nuestros mejores hombres a los cargos directivos de la Orden.
Estos son apenas algunos
puntos que ofrecen la posibilidad y la
estratégica oportunidad de generar
cambios en la estructura de organización y dirección de la Orden. Pero ningún
cambio será posible si no hay transformación de estructuras de organización y
de estrategias de operación, y cualquiera de estos cambios estará fuera de
curso si se pierde de vista la naturaleza del “secreto masónico”, cuya cabal comprensión indica y señala,
desde mi punto de vista, el verdadero sentido de la misión
institucional masónica. De la comprensión de esta misión institucional
deben derivarse los objetivos estratégicos y programáticos, los programas de
acción, las políticas y los sistemas de operación y evaluación del desempeño.
Somos una institución, tenemos estructura y recursos humanos ¿por qué
entonces no hacer lo que tenemos que
hacer?
Camino a algunas conclusiones
La cuestión apunta a tres
cosas cuando menos: Primero, no
hagamos del secreto masónico un asunto de bagatela e insignificancia
espiritual, sino de profundidad filosófica y moral, de modo que “abrir” al
mundo la Institución masónica no significa dejar pasar a todos ni dejar que
los profanos (cowans) conozcan nuestros asuntos
íntimos sin iniciarse formalmente en nuestras Logias. Segundo,
debemos asumir la crisis institucional como una crisis derivada de nuestra miopía
directiva y del desgaste orgánico en que se halla el Gremio por no haber sabido
adaptar sus procesos, métodos y técnicas a los tiempos actuales, y esto
significa estar ante la presencia de auténticas oportunidades
para salir adelante. Tercero: por ningún
motivo y bajo ninguna circunstancia debemos mirar de soslayo y con indiferencia
la esencia del «secreto masónico», principio que me parece fundamental para
que podamos sentirnos ubicados en el seno de la Hermandad de la Escuadra y el
Compás. Así las cosas, solo debemos hacer lo que procede. Just do it
[i]
Ver La Masonería Excomulgada, del
autor de este trazado.
[ii]
Cahier del Grado de Aprendiz, Gran Logia Unida Mexicana de Veracruz,
p. 73.
[iii]
Cahier del Grado de Maestro, Gran
Logia Unida Mexicana de Veracruz, p. 51.
[iv]
Cahier del Grado de Compañero, Gran
Logia Unida Mexicana, p. 15-16.
[v]
Lomas, Robert, El Colegio Invisible:
el papel de la masonería en el nacimiento de la ciencia moderna. Grijalbo,
México, 2003.
[vi]
Liturgia del Grado XXXII Sublime
Príncipe del Real Secreto, Ediciones Supremo Consejo, Lucerna 56, México,
D.F. México, 1979. Pág. 7.
|