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EL POSITIVISMO EN LA MASONERÍAPor lo Q.H. Cuauhtémoc D. Molina GarcíaLogia CONCORDIA No. 1. Xalapa, Veracruz, México. Gran Logia "Unida Mexicana" AA. LL. y AA |
INTRODUCCIÓN En este artículo
pretendo evidenciar cómo el positivismo influyó el pensamiento y la
actitud de los liturgistas, redactores y escritores de los rituales masónicos
durante los últimos años del siglo XIX. En efecto, existen sobradas razones
para considerar que, si bien los denominados rituales de la masonería datan de
cuando menos el siglo XVIII, no obstante los actuales cahiers de la Orden
contienen signos inconcusos de que manos influidas por el pensamiento
positivista decimonónico, intervinieron definitivamente para definir el actual
perfil de los grados masónicos practicados en México, tradicionalmente
atribuidos al Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Dicha ingerencia alteró
sustancialmente el espíritu iniciático original de la masonería,
aduciendo que lo espiritual, por ser ajeno el mundo empírico, no es científico
y por lo tanto inapropiado para una sociedad filosófica. Es de considerarse que
el espíritu positivista reclamó atraer a la ciencia toda forma de
pensamiento, siempre y cuando el conocimiento obtenido fuera susceptible de ser
empíricamente comprobado. De esta manera, los fenómenos del mundo sobrenatural
y metafísico, por no ser asequibles a la comprobación científica, no parecen ser del interés de la ciencia, y al no serlo
forman parte de la superstición y del fanatismo. Finalmente, es preciso
insistir que el positivismo, además de una visión del mundo ciertamente
paradigmática, fue también una verdadera actitud que cautivó a los
hombres progresistas de la época; una actitud que lo mismo sedujo a escritores,
científicos, filósofos que a masones. Es precisamente por causa del positivismo
que hoy se habla de una masonería racionalista y material, que rechaza las
ideas propiamente iniciáticas y espirituales de la Gran Tradición, al
considerarlas no precisamente antiguas, sino fundamentalmente “anticuadas” y
ajenas al espíritu “del siglo que vivimos”. Para comprender la tesis así
enunciada, será necesario indicar aquí los elementos esenciales del positivismo.
CARACTERIZACIÓN DEL
POSITIVISMO El positivismo
es un sistema de filosofía basado en la experiencia[i]
y en el conocimiento empírico de los fenómenos naturales, en el que la metafísica
y la teología se consideran sistemas de conocimientos imperfectos e
inadecuados. El término positivismo fue utilizado por primera vez por el
filósofo y matemático francés del siglo XIX Auguste Comte, pero algunos de
los conceptos positivistas se remontan al filósofo británico David Hume, al
filósofo francés Saint-Simon, y al filósofo alemán Emmanuel Kant. Comte
eligió la palabra «positivismo» sobre la base de que señalaba la realidad y
la tendencia constructiva que él reclamó para el aspecto teórico de su
doctrina.[ii]
En general, Comte se interesó por la reorganización de la vida social para el
bien de la humanidad a través del conocimiento científico y, por esta vía,
del control de las fuerzas naturales. Los dos componentes principales del positivismo,
la filosofía y el Gobierno (o programa de conducta individual y social), fueron
más tarde unificados por Comte en un todo bajo la concepción de una religión,
en la cual la humanidad era el objeto de culto. Numerosos discípulos de Comte
rechazaron, no obstante, aceptar este desarrollo religioso de su pensamiento,
porque parecía contradecir la filosofía positivista original que denostaba el
conocimiento religioso y metafísico y afirmaba el conocimiento material y empírico.
Muchas de las doctrinas de Comte fueron más tarde adaptadas y desarrolladas por
los filósofos sociales británicos John Stuart Mill y Herbert Spencer así como
por el filósofo y físico austriaco Ernst Mach.[iii]
A principios del
siglo XX un grupo de filósofos interesados en la evolución de la ciencia
moderna rechazó las ideas positivistas tradicionales postuladas por Augusto
Comte, ideas que afirmaban la experiencia personal como base del verdadero
conocimiento y, en contrapropuesta, resaltaron la importancia de la comprobación
científica. Este grupo fue conocido como los positivistas lógicos entre
los que se encontraban el austriaco Ludwig Wittgenstein y los filósofos británicos
Bertrand Russell y George Edward Moore. El Tractatus logico-philosophicus
(1921) resultó tener una influencia decisiva en el rechazo de las doctrinas
metafísicas por su carencia de sentido y la aceptación del empirismo como una
materia de exigencia lógica.[iv]
Los positivistas
contemporáneos, que han rechazado la llamada escuela de Viena, prefieren
denominarse a sí mismos empiristas lógicos para disociarse de la
importancia que dieron los primeros pensadores a la comprobación científica.
Mantienen que el principio de verificación, en sí mismo, es inverificable en
el campo filosófico, no así en las ciencias empíricas, en las que las
observaciones de la realidad son altamente comprobables mediante los
procedimientos del método.[v]
Sin embargo, ya se
trate del positivismo tradicional de Comte, o del neopositivismo lógico
de Wittgenstein y de Russell, lo cierto es que el positivismo fue un
paradigma que provocó una verdadera revolución intelectual y académica a
finales del siglo XIX y al menos durante toda la primera mitad del siglo XX.
Bajo esta perspectiva del mundo se crearon la mayor parte de las ciencias
sociales actuales y muchas de las ciencias “duras” confirmaron su método.
La epistemología es, a fin de cuentas, una construcción positivista y gracias
a ella ha sido posible el rigorismo en los procesos de investigación científica.
EL POSITIVISMO EN LA
MASONERÍA Empero, debemos
discutir el expediente del impacto del positivismo en la masonería. En primer término,
habrá que asentar una premisa básica: La naturaleza y los objetos de estudio
de la Orden masónica no constituyen elementos del mundo natural, es
decir, del mundo empírico o de las cosas materiales, no al menos en la tradición
esotérica del pensamiento masónico. La “experiencia masónica” no es una
experiencia posible de explicar desde la perspectiva del positivismo, ya que no
se trata de una vivencia que ande en búsqueda de las contrastaciones entre «teoría»
y «realidad», entre sujeto y objeto, sino de una vivencia que tiene que ver
con la vida interior del hombre, esto es, con la maestría espiritual.
El interés de la filosofía masónica trasciende el mundo material, es decir,
el mundo sensible, y se ubica en los objetos del mundo “sobrenatural”,
mundo en el que habitan conceptos como la idea de Dios, la fe, el espíritu, el
alma y su inmortalidad, los fenómenos iniciáticos de la palingenesia y de la
metempsicosis, la trascendencia del Ser y la muerte, entre otros.[vi]
El que estos entes se alojen en el mundo sobrenatural, no significa que sean
irreales, ficticios o fantásticos, ya que el mundo sobrenatural es tan real,
que existe, aunque sus residentes no sean ciertamente asequibles a la comprobación
empírica, según los dicterios del positivismo.[vii]
Habrá también que hacer,
por otra parte, una precisión. Y tal aclaración se refiere a que teniendo la
masonería por objeto de estudio las cosas del mundo metafísico, como hasta aquí
se ha dicho, ello no significa que la masonería sea una especie de ensueño,
ilusión, utopía o entelequia separada del mundo físico y ajena a las grandes
causas que la sociedad reclama en abono de la justicia y la igualdad. Es decir,
la Orden masónica no se alinea en el interés de las discusiones bizantinas,
inocuas e inicuas, ya que de manera sobrada ha demostrado, por medio de la
conducta de sus miembros, que ha sabido actuar en beneficio de los grandes
impulsos de independencia, libertad y progreso de los pueblos. Hecha esta puntuación,
a toda luz necesaria, habrá entonces que argumentar el carácter iniciático
de la Orden masónica. En efecto, la Orden admite a sus miembros a través de
una ceremonia que evoca las que celebraban en la antigüedad los practicantes de
los Grandes Misterios; ceremonias cuyo propósito era detonar el proceso de
evolución del espíritu y del alma humanas para arribar a las grandes
revelaciones del mundo superior y oculto, develamientos y manifestaciones que
los masones conocemos como el «Real Secreto». El camino hacia el conocimiento
de este Real Secreto es iniciático por naturaleza, no es empírico
porque su esencia no pertenece al mundo de las cosas materiales, sino al reino
del espíritu. Harto conocidas son las obras de Aldo Lavagnini, popularmente
conocido como “Magíster”, el gran exégeta del simbolismo masónico; quizá
menos conocidos sean el doctor Jorge Adoum, José Ma. Ragón o René Guénon, de
quien se dice es “el último de los grandes iniciados”, al menos del siglo
XX, entre otros; pero todos ellos operadores del Arte Real, buscadores y
caminantes de la Senda. Ellos nos han indicado los preceptos fundamentales de la
masonería, y nos han dejado muy claro que en todas las escuelas herméticas, y
la nuestra lo es, hay una ceremonia con la cual se recibe al candidato, llamada
ceremonia de la Iniciación. Y esta ceremonia no es un protocolo social de
acceso a una sociedad, no se trata de un protocolo que concluya con una
inscripción y con una credencial que califica a quien la posee como
“miembro”. La ceremonia de Iniciación esta muy lejos de ser comprendida no
solo por los candidatos, sino incluso por muchos masones que únicamente leen,
acríticamente, los textos de los cahiers de la Orden en cada uno de sus
grados, pues la verdadera calidad de dicha fórmula está oculta bajo la
apariencia de un velo externo. Un velo que pocos hemos logrado
trascender. Pero dejemos que sea el doctor Jorge Adoum quien nos explique mejor
la idea: “La palabra Iniciación procede de la latina
“initiare”, de initium, “inicio o comienzo” y se deriva de la voz
“in”, dentro o “ire”, ir, esto es: ir dentro o penetrar al interior y
comenzar un nuevo estado de cosas. De la etimología de la palabra se desprende
que el significado de la Iniciación es el ingreso al mundo interno para
comenzar una nueva vida”.[viii] Pero ¿quién es el que entra
y cómo se puede entrar al mundo interno? La iniciación masónica es una joya inestimable en la
corona del simbolismo, asienta el doctor Jorge Adoum. La Logia es un cuarto de
relación que no es sino el símbolo del interior del hombre. Todo hombre, al
cerrar los sentidos al mundo externo, se halla en su cuarto de reflexión con su
aislamiento en la oscuridad que representa las tinieblas de la materia física
que rodean al alma hasta la completa maduración. Este interior oscuro es el
estado de conciencia del profano que vive siempre, en su calidad de tal, fuera
del Templo y en medio de las tinieblas, en los “pasos perdidos”, pues... Desde el momento en que el operario del Arte Real, que
es el Arte de la Iniciación, comienza a dirigir la Luz de su Pensamiento hacia
sí mismo, empieza a irrumpir su Templo interno, y poco a poco se atreve a ingresar
en él mismo, a iniciarse, y el dominio de su Mente equivale al aceite que
alimenta a una lámpara encendida. La Iniciación masónica, como todas las
otras, no tiene otro propósito que inducir al candidato a reflexionar
detenidamente sobre los procesos que en su propio interior habrá de
cursar, si es que quiere que la ceremonia iniciática no sea un simple protocolo
de admisión a la Orden.[ix]
Sin embargo, estamos ciertos que la concreción o
culminación de la Iniciación en los tiempos que vivimos, constituye un proceso
difícil de lograr, aunque no imposible, pues el hombre contemporáneo habita un
mundo material y social de infinitas distracciones y de no menos tentadoras
seducciones. El masón típico de hoy en día es solo un masón asistente
a su Logia y no un masón “practicante”, o al menos su “práctica” es
meramente ritual y formal, ceremonial y oficiosa, y cuyos méritos más
anhelados es la adquisición de habilidades y destrezas histriónicas y escénicas
para desarrollar eficientemente la representación ritual, conocida como Rito de
Emulación, y a través de la cual los profanos son admitidos en la Orden. No
obstante, y a pesar de todo, la dotación simbólica de los rituales conserva aún
elementos esenciales para predisponer el espíritu del adepto hacia una mirada
retrospectiva “al camino de retorno”, por mucho que este examen sea
meramente contemplativo y no se vea seguido de una acción verdaderamente iniciática,
pues ésta requeriría de un retiro imposible de exigir al hombre contemporáneo.
Hoy en día, la verdadera riqueza de la Orden masónica
parece ya no estar instalada en las virtudes de la Iniciación real, sino
meramente en las de la Iniciación simbólica. Y a estas probidades hay que añadir
la exuberancia de sus principios y la majestuosidad de sus fines, puntos que
ciertamente atraen a los profanos, seducen a los candidatos y confirman las
convicciones de los adeptos, miembros de la Fraternidad. Y toda esta riqueza se
conserva en los cahiers o cuadernos que contienen los ritos y los rituales.
Pero estos componentes de la semiología masónica fueron, según la tesis que
sostengo en este artículo, alterados y muchos de ellos literalmente amputados
del tronco de sublimes significados iniciáticos de los que las Logias actuales
son apenas un pálido espejismo respecto de las Grandes Iniciaciones de la antigüedad.
Pero ¿Quiénes fueron los causantes de tal mutilación? POSITIVISMO VS. INICIACIÓN Desde mi punto de vista, muchos masones no observan ni
reconocen los momentos ceremoniales, ni tampoco los contenidos teóricos que se
han visto afectados por estas disecciones y cortes a nuestros significados masónicos
más elementales contenidos en nuestros cahiers. La mayoría de nosotros
asumimos que los cuadernos masónicos en los que leemos y a partir de los cuales
ejecutamos las ceremonias masónicas en nuestros diferentes grados, son
enteramente perfectos, consumados, acabados, por lo que son indiscutibles,
toda vez que fueron escritos “por los grandes sabios de la antigüedad”. Hay
que agregar que, el masón moderno, es francamente un masón turiferario y en
extremo halagador de la masonería que, a su vez, recibió “de sus
maestros”, maestros que tampoco advirtieron las graves mutilaciones ni el
despojo que, contra natura masónica, cometió la rapacidad positivista.
El masón actual es un masón que, pese a calificarse de “filosófico”, es
profundamente acrítico y ligero en sus apreciaciones, además de mal y poco
informado en la historia, principios y leyes de la Orden. La mano del
positivismo es clara en muchos pasajes de nuestras ceremonias, y no se advierte
que las tesis del positivismo son del todo contrarias, en el sentido de
opuestas, a las proposiciones, principios, simbolismo y enseñanzas de la
masonería. El positivismo niega nuestras “verdades”, pues para él, la inmortalidad
del alma, además de incomprobable, es poco menos que imposible. No se diga
de los preceptos de la ley palingenésica, que se realiza en el mito iniciático
de Hiram Abi, o de la metempsicosis, o de las experiencias del alma y del espíritu
en su camino hacia la Unidad del Ser. Sin embargo, la inercia, la costumbre, el acriticismo,
o simplemente la ausencia de interés, hace que el masón deje pasar temas en
extremo fundamentales para la Orden, y que de por hechas ciertas conformidades
que no pasarían el más ligero análisis de quién, con una postura de reflexión,
de inmediato pondría en la mesa de la discusión. Si bien es cierto que el argumento positivista es válido,
y aún necesario en el mundo de la academia y de la ciencia, en cambio en el ámbito
de lo masónico no solamente es inapropiado, sino que no tiene cabida, si por
supuesto aceptamos que la naturaleza de la Orden no se instala en el contorno de
lo material y empírico, sino en el de lo espiritual e interno. No es pues el
mundo exterior lo que interesa a la Orden, sino justamente el mundo interior,
ese universo en el cual se entra a través de la Iniciación. Pero ¿cuáles son los aspectos iniciáticos alterados
por el positivismo? Sería prolijo citar todos y cada uno de ellos, pero
baste con citar solo algunos, precisamente aquéllos que se ubican en pasajes
con los que el masón está más familiarizado cotidianamente. Por ejemplo, en
muchas Logias la ritualidad se encuentra postergada y confinada al olvido. Se
argumenta, y muy mal, que la masonería debe modernizarse, y que tal modernización
significa equipararla a las organizaciones profanas de carácter filosófico. Por otro lado, los símbolos han quedado mudos; las
enseñanzas iniciáticas de fondo, derivadas de la inmortalidad del alma, han
pasado a nuestros días, al menos en las masonerías latinoamericanas, como
meros recuerdos y lo que ahora se invoca en los rituales en uso, al menos en México,
es la inmortalidad “de la idea”, asunto que tiene un carácter histórico y
civil, pero nada de iniciático. Los grados del escotismo, por su parte, se
hallan inundados de conceptos derivados de las ciencias sociales y políticas,
pretendiendo que esa clase de contenidos, siempre asociados a épocas y
circunstancias del avance de la investigación, modernizan y ponen en
contemporaneidad a la institución, cuando en realidad la ligan a conceptos que
hoy son caducos o hartamente cuestionados en la academia. Las formas de actuación
de los masones también se hallan impregnadas por el positivismo, y al menos en
nuestras logias latinas, en México en particular, es sobradamente conocida la
expresión de que la masonería ya no es secreta, sino solamente “discreta”.
Los masones parecen afanarse en divulgar las formas exteriores de la Orden
pensando que con ello divulgan y modernizan la masonería. La noción misma de
«secreto masónico» se confunde y casi se equipara con “paswords” del tipo
de los cajeros electrónicos o de los correos por Internet. Creen que esas
palabras son los secretos reales de la institución, añadidos los signos de
reconocimiento y de orden. En fin, el positivismo llegó a nuestras puertas
desde finales del siglo XIX, y me parece que es tiempo de rescatar a nuestra
Orden de esa visión paradigmática que no explica ni superficialmente el
verdadero carácter y naturaleza de la Orden Masónica Universal. [i]
Se entiende por “experiencia” el contacto sensible con la realidad,
obteniendo de ella, por medio del “método”, las observaciones y los
conocimientos. Lo empírico es, por lo tanto, todo lo que resulta de la
experiencia y que sólo puede aceptarse en tanto es posible contrastarle con
ella. [ii]
Por otra parte, el término “positivo” y todos sus derivados, en el
pensamiento de Comte y los subsiguientes positivistas, no se opone a “lo
negativo”, de donde lo positivo no es “lo bueno” en antítesis de lo
“malo”. [iii]
Arnaud, Pierre. Sociología de Comte.
Barcelona: Edicions 62, 1986. Estudio sobre el pensamiento sociológico de
Comte, con referencia a sus obras principales. [iv]
Negro Pavón, Dalmacio; Comte: Positivismo y Revolución, Madrid.
Editorial Cincel, 1987. [v]
Iglesias, María del Carmen. Paradigma
de la naturaleza: Montesquieu, Rousseau, Comte. Madrid: Fundación Juan
March, 1983. [vi]
Por supuesto, no se refiere aquí a la muerte biológica. [vii]
Por otra parte, es incuestionable que muchos de los conceptos cuya realidad únicamente
es posible en el mundo metafísico, constituyen un componente fundamental en la
vida del hombre. Pensamientos, nociones o percepciones tales como Dios, Alma,
Espíritu, Trascendencia y Fe, Vida, Muerte, Iniciación, entre otros, le dan
contenido al gran conflicto existencial humano. [viii]
Adoum, Jorge; Las Llaves del Reino Interno, Editorial Kier, Buenos Aires,
Argentina, 1989, p. 43. [ix]
Cuando hablo de “las otras iniciaciones”, me refiero a la rosacruz, la teosófica,
la martinista, entre otras. |
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