La Masonería se halla estructurada
como una ORDEN debido a que posee una regla
que le otorga forma, esquema de organización, jerarquía, funcionalidad,
principios y procedimientos; posee también una causa o sentido de misión
y, finalmente, expresa una disposición
simbólica que constituye su lenguaje y su método esencial de enseñanza y
comunicación. Estos tres componentes (estructura, misión y simbolismo) son
distintivos de las órdenes y la nuestra no escapa a ellos.
Respecto de su simbolismo, habrá
que declarar que éste se ha tomado esencialmente de la arquitectura
y, particularmente, de la tradición de los constructores de las catedrales góticas
de le edad media europea. Desde la perspectiva de los tiempos actuales, sería
una grata especulación intentar apreciar hasta qué grado los canteros
medievales alcanzaban un determinado nivel de éxtasis o de vibración
espiritual, -si es que lo experimentaban-, al ver fluir de sus manos las
sublimes revelaciones en piedra levantadas a la Gloria de Dios. Si nuestros
antepasados vivían o no de manera efectiva los celestiales sentimientos
espirituales que su oficio debía reportarles, lo cierto es que la Orden Masónica
recibió el marco esquemático de organización y de simbolismo de los albañiles
o canteros medievales y, por supuesto, de sus arquitectos.
La
Masonería contemporánea, necesariamente filosófica,
aplica las reglas de la construcción al Templo o Edificio Espiritual, cuyo
levantamiento exige de sus operarios un doble esfuerzo: la construcción
personal en los terrenos de su propio «Yo Interno» y la construcción externa
en los escenarios del mundo, de la sociedad y de la comunidad, estructurados
sobre la base de los Principios masónicos: la tolerancia, el reconocimiento de
la igualdad espiritual de los hombres y la posibilidad política de acceder a
esquemas jurídicos que la garanticen, la libertad, la fraternidad entre todos
los hombres sin distinción de credos, ideologías, razas, clases y orígenes
sociales.
Si el trabajo de construcción del «Yo Interno» es un esfuerzo
espiritual, es decir, iniciático, el
quehacer de construcción social es un trabajo político.
Hay pues una Arquitectura espiritual y
una Arquitectura política y en
consecuencia se tienen dos edificios: el personal
o interno y el social o externo. La
Masonería reconoce que ambos edificios son vitales para garantizar la plena
realización de la vida humana; sin embargo, la Orden no se declara ni religiosa
ni política, porque reconoce que los debates de este género contribuyen a
enfrentamientos que anulan el deseo último de la Fraternidad Masónica: llegar
a ser el «Centro de la Unión», como asentó James Anderson en The Ancient Charges o Antiguos Deberes de los Francmasones,
consignados en el Libro de las Constituciones de 1723, documento que constituye
la Carta Magna de la Masonería Filosófica Universal. ¿Cómo realiza entonces
la Orden su trabajo externo? La clave de esta realización radica en la
eficiencia con que su estructura simbólica e iniciática logra efectivamente transformar
la visión del mundo de sus adeptos. Cuando sus educandos logran percibir la
realidad sin la venda de la ignorancia, la superstición, el fanatismo y la
ambición, cuando la Luz Masónica ha anidado en sus corazones, entonces las
cosas aparecen ante sus ojos de otra manera y sus conductas personales y
sociales se orientan ahora bajo otros principios, principios que convienen a
todos y no afectan a nadie.
Es decir, para lograr las dos construcciones, el masón necesita reunir
tres requisitos:
1.
Conocimiento de sí mismo y conocimiento del mundo.
2.
Dominio de sí mismo y su realización en el mundo.
3.
Ennoblecimiento de sí mismo y aspiración a la dicha de la vida de la
humanidad.
Esta interpretación ética del trabajo masónico también
se manifiesta en que el taller contiguo a la catedral, se halla convertido en
Logia, y el templo en un lugar de devoción de especialísima índole en donde
se sacraliza el trabajo. Entonces, la Logia se convierte en un «espacio sagrado
de trabajo» dedicado a la Gloria del Gran Arquitecto del Universo, espacio en
el que la fraternidad y la unión espiritual de los asistentes constituye la
mejor garantía del desarrollo colectivo.
Las
Logias bien organizadas y bien dirigidas, respetuosas de las formas masónicas
dispuestas en los cahiers oficiales y
seguidoras de la tradición del ritual y del simbolismo, son una prenda de
efectividad transformadora de sus adeptos y se constituyen, de inmediato, en un centro
de atracción en el que los integrantes asisten deseosos de participar
activamente en el esfuerzo grupal de la Logia por lograr cuantos fines se
propongan en su seno. Por lo contrario, las Logias dirigidas por hermanos que
desconocen las reglas del Arte Real y los procedimientos básicos de la
construcción masónica, las Logias que mezclan la frivolidad y la ligereza, se
“profanan” en el sentido literal del término, pierden la vocación
constructiva y se alejan de la arquitectura moral de la Orden. No nos sorprenda, por lo tanto, que
las Logias abatidas sean precisamente las que se caracterizan por el desorden,
el distanciamiento de la tradición iniciática, el involucramiento de la
politiquería, el autoritarismo de sus dirigentes, la ausencia de respeto al
albedrío de los obreros, la apatía de sus integrantes justamente decepcionados
porque no encuentran lo que buscan, el abandono ritual, la desidia, la falta de
motivación, etc, etc.
Un hermano de este Oriente, hace ya varios años, indicaba en sus
peroratas la necesidad de que los asistentes a las Logias asumieran, de entrada,
una disposición y una actitud espiritual
religante, -no religiosa, sino
meramente «re-ligante»-, de tal forma que la Tenida no se convirtiera en una
simple “asamblea, junta o reunión”, sino en un acto en el cual se celebrara la Logia. Ahora bien, “celebrar” la Logia significa
VIVIR el ritual y el simbolismo y predisponer el ánimo y el espíritu para ser
especialmente receptivos al mensaje de la apertura, del desarrollo y del cierre
de los Trabajos. Pensar, como pensaba el gran poeta alemán Goethe, cuando
observaba la Estrella Flamígera sobre el Ara y decía:
Para
empezar y para concluir,
Compás,
Plomo y Nivel.
Todo
se entorpece y paraliza en las manos,
Si
la estrella no ilumina el día.
En otra parte de uno de sus múltiples
poemas dedicados a la Masonería, abunda Goethe en la belleza del simbolismo de
las Tres Grandes Luces de la Masonería: el Libro de la Ley, la Escuadra y el
Compás.
La
Biblia, en su caso, es la Luz sobre
nosotros no como autoridad dogmática, sino como expresión de fe en una
ordenación moral del mundo; la Escuadra es la Luz
en nosotros, porque es el símbolo del derecho y del deber que Dios grabó
en la conciencia y que conduce moralmente a los hombres; el Compás es la Luz alrededor de nosotros, es el símbolo de la fraternidad y del
servicio al prójimo.
Los asistentes a la Tenida deberían tener en cuenta, además, otros
elementos de la arquitectura masónica, es decir, de su simbolismo, justo cuando
se colocan su mandil para dedicarse al Trabajo y para presenciar la apertura de
la Logia. Cada herramienta, cada utensilio tiene su significado en el conjunto
logial, como también lo tiene el peculiar lenguaje de apertura, el golpeteo de
los malletes de las Luces del taller, la iluminación y la decoración del
Templo, etc.
La Invocación de la Apertura de los Trabajos, que es una verdadera
dedicación espiritual a la «Gloria del Gran Arquitecto del Universo» y
que supone un «re-ligamiento» espiritual ascendente,
la dedicación de los Trabajos a la «Confraternidad Universal», que es un «re-ligamiento»
espiritual horizontal que apela al
sentimiento de fraternidad entre los hombres, todo bajo los auspicios de una
Simbólica Potencia que regulariza los Trabajos, todo esto es un monumento a la
sublimación que debe disponer el ánimo de los asistentes hacia lo más elevado
que la conciencia pueda percibir. Por otra parte, el reconocimiento de que la
Logia se sostiene en tres columnas, colocadas en los tronos de cada una de las
Tres Luces, -el Venerable y los dos Vigilantes-, nos da la sensación de
fortaleza y la convicción de que la Logia se reúne bajo el amparo de leyes
universales. Estas columnas respectivamente significan:
La
Sabiduría o pensamiento que dirige.
La
Fuerza o energía moral que la ejecuta.
La
Belleza o armonía de las fuerzas mentales, la concordia entre el pensamiento y la acción.
Con estos elementos en mente ¿es
posible no asumir una actitud espiritual
capaz de matizar los Trabajos de la Logia con un aliento de construcción
personal y colectiva orientada al cultivo del «Yo Interno» y del «Yo
Colectivo»? ¿Es factible estropear los trabajos con vacuidades y liviandades más
propias de sindicatos y de camarillas que de una Logia dedicada al Trabajo
Espiritual e Intelectual?
Una de las razones de que la Arquitectura Masónica se disipe del seno de
las Logias es el olvido de estos principios básicos de la construcción masónica;
el abandono de las reglas básicas del Oficio y la atracción de motivaciones profanas
de algunos hermanos que se aburren de la cotidianeidad masónica y que creen que
el «Arte Real de Labrar la Piedra en Bruto» carece de sentido práctico en
nuestras vidas y en nuestra sociedad. Estos hermanos permanentemente expresan
que lo que se dice en la Logia es muy bonito, muy bello, muy poético, pero
siempre rematan con la pregunta ¿cómo repercute en la sociedad? ¿qué hace la
Masonería allá fuera? Y entonces parece que desconocen o que olvidan que la
Masonería no tiene otra cosa que hacer más que hacer masones
y que en éstos, los principios masónicos actúan de tal forma que en la vida
profana las acciones de nuestros hermanos se van manifestando en sus obras,
acciones y dichos y es así como destacan en sus trabajos, donde quiera que se
encuentren y por modesto que éste sea.
Ciertamente, toda Logia corre el riesgo de caer en una burocratización
del trabajo y todos los masones pueden hacer de la sistematización de su
asistencia a la Logia un patrón estéril de creatividad, de innovación y de
motivación. Evitarlo dependerá del talento
grupal de la Logia y de proporcionar a los Trabajos un atractivo siempre
renovador.
La Orden Masónica, luego de tantos años de existencia formal, ha
resistido persecuciones, excomuniones tan ingenuas como infructuosas de pontífices
fanatizados y necios, incomprensiones y denostaciones de toda clase y orígenes;
sin embargo, y a pesar de todo, siempre ha salido fortalecida y renovada sin
abandonar sus Principios esenciales que le dan forma y contenido y que definen
su naturaleza iniciática. La Orden
Masónica no está llamada a ser una sociedad de masas, sino una agrupación
selecta y selectiva que escoge a sus
adeptos sobre la base de requisitos que cualquier hombre de bien y de honor
puede efectivamente cumplir. Aún así, tal vez sus peores enemigos, aquéllos
que más contribuyen a su destrucción, lejos de hallarse fuera de sus filas y
de sus templos se encuentren justamente dentro
de ellos. En efecto, muchas veces los elementos más nocivos para la Orden
Masónica solemos ser nosotros mismos, pues nuestra ignorancia de lo que ella es
verdaderamente, el desconocimiento que tenemos de su historia, de su naturaleza,
de sus fines, métodos, principios, y sobre todo la ignorancia que manifestamos
de sus límites, nos predispone en su contra, queriendo que ella, la Orden, sea
como nosotros queremos que sea, que actúe como suponemos que debe hacerlo y
queremos, encima de todo, transformarla al tono de los tiempos, como si la
Institución no fuera, en sí misma, eternamente contemporánea.
Y
quiénes son éstos? Son aquéllos que la frivolizan
queriéndola despojar de sus atributos esenciales; son aquéllos que con su
actitud profanizante alejan a los hermanos de las Logias, estropean el logro de
las metas formativas de sus Templos y terminan por destruir lo que no
comprenden. El olvido de que la Orden tiene como objetivo disipar la ignorancia,
combatir los vicios y las pasiones que deshonran al hombre haciéndole tan
desgraciado e inspirar el amor a la humanidad, y que sus métodos son la educación
iniciática y espiritual de sus miembros, produce miopía en los hermanos, les
impide ver más allá de las “formas” y les produce gran confusión.
De esta manera, podemos concluir que el simbolismo de la Orden se halla
cifrado por medio de los recursos de la Arquitectura, al punto que Arquitectura
y Masonería se encuentran indefectiblemente unidas. Aprendamos a ver en los símbolos
masónicos la pureza de su mensaje y asumamos la voluntad de estudiar y
compenetrarnos más y mejor de sus profundos significados.
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